jueves, 2 de diciembre de 2021

Indomable: Capítulo 48

Paula había querido demostrar su independencia. Le preocupó no haber logrado su intención. Sin importar que Pedro estuviera o no celoso, y no creía ser capaz de eso, una cosa sí parecía clara; se había ganado su desaprobación. Eso la desilusionó. En secreto, había deseado que pensara bien de ella, había querido su aprobación. Podía estar enfadada con él, pero lo respetaba. De hecho, iba contra la percepción que tenía de Pedro pensar que pudiera parecerse a la gente que la había abandonado en la vida y que le había provocado tanto dolor. Empezó a preguntarse si no había reaccionado con exceso a su ausencia durante esas semanas. Pedro dirigía un pequeño imperio de ranchos, negocios e inversiones. El accidente y sus consecuencias probablemente le habían complicado la vida aún más. Así como no quería que prescindiera de ella, también entendía que el mundo no giraba alrededor de sus deseos. Se hallaba a punto de entrar cuando Kiara tiró de la correa. No la había estado sujetando con fuerza, por lo que se le escapó de los dedos. Cuando quiso agacharse para recogerla, la perra salió disparada.


-¡Kiara! -fue tras ella. La perra rodeó a toda la multitud y se dirigió al establo nuevo.


Paula gimió cuando comprendió hacia dónde iba. A Kiara le encantaron los caballos de Malena; les ladraba, los perseguía y por lo general se arriesgaba a que uno la pisara. Para la perra todo era diversión. Kiara fue directamente hacia la cuadra de su caballo favorito, que resultaba ser el de Malena. Las luces del establo se habían atenuado, pero pudo ver con claridad el pasillo que llevaba a la cuadra del corcel negro, situada en el otro extremo. La perra saltaba ante su puerta, ladrando con entusiasmo. Corrió pasillo abajo y la recogió en brazos.


-Eres una niña mala -reprendió con suavidad, sosteniéndola ante su cara.


La voz de Pedro desde la otra punta la sobresaltó.


-Ha adquirido la costumbre de plantarse ante animales peligrosos.


Paula miró por encima del hombro, luego se volvió con Kiara en brazos.


-Se parece mucho a tí.


Las palabras bajas enviaron una vibración de alarma y excitación por su cuerpo. Él se acercó y Paula sintió la impresión de un varón peligroso y viril que le desbocó el corazón. ¡Qué aspecto tan maravillosamente sexy tenía! El sombrero negro sumía su rostro en sombras, ese rostro atractivo y agreste, los hombros anchos, la cintura y las caderas estrechas, los poderosos muslos. Y la potencia y la poesía de cómo caminaba. El recuerdo intenso y profundo de ese cuerpo grande y duro contra ella provocó un cataclismo en su interior, seguido de la lava caliente de su anhelo y expectación. Se sintió tan perturbada que no fue capaz de hablar. Kiara se retorcía con frenesí, ansiosa por captar la atención de Pedro. El ladrido excitado que soltó hizo que él bajara la vista. Paula contuvo el aliento, porque tenerlo delante hizo que fuera consciente de su pequeña estatura y de su femenina fragilidad. Entonces él se detuvo y le quitó a la perra de los brazos. Cuando le sonrió al animal sintió que la tensión existente entre ellos se mitigaba un poco; después de decirle unas palabras, la depositó sobre una bala cercana de heno y enganchó la correa en el pomo de la puerta que conducía al cuarto de las sillas de montar. Cuando se volvió hacia Paula, ésta retrocedió medio paso ante la intensidad de sus ojos encendidos.


-¿Recuerdas lo que te dije hace un tiempo? ¿Qué casi todas las palabras que salen de tu boca representan un desafío? -ella no respondió y abrió aún más los ojos-. Bueno, al fin lanzaste tu último reto.


Entonces alargó los brazos. Paula alzó las manos para mantenerlo apartado, aunque no sabía por qué. Sabía que no iba a lastimarla, pero su vehemencia sexual resultaba tan abrumadora que se sintió débil. Pedro le asió la muñeca, provocándole un jadeo. Experimentó una descarga de electricidad por todo el cuerpo. Apoyó la mano libre contra su torso porque su proximidad parecía arrebatarle el aire de los pulmones.


-¿Qué? ¿No tienes nada que decir? -una sonrisa lenta se extendió por los arrebatadores labios de Pedro-. ¿Ninguna declaración? ¿Ni un «Cómo te atreves?»


Paula intentó apartarse, pero los dedos de él apretaron más con delicadeza. La presión no le causaba dolor, pero resultaba inquebrantable.


-¿Captas ese heno fresco ahí arriba?


La pregunta la dejó confusa unos momentos y automáticamente alzó la vista al techo del establo que era el suelo del enorme almacén que había sobre sus cabezas. Pero cuando bajó la vista y sus ojos se conectaron, comprendió su significado. Abrió mucho los ojos y se esforzó por soltarse.


-¡No te atreverías! 


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