jueves, 16 de diciembre de 2021

Curaste Mi Corazón: Capítulo 13

Pedro, al ver que estaba observándolo, la miró irritado y le espetó:


–¿Qué?


–Imagino que no estarías dispuesto a vender tu coche, ¿no?


Pedro parpadeó.


–¿Podrías permitirte pagarme lo que cuesta?


–Bueno, en los últimos ocho años he ganado bastante con el trabajo que tenía y buena parte la he ahorrado.


–Pero ahora mismo estás ganando bastante poco y, si quieres darle un giro a tu vida, quizá deberías usar ese dinero en formación para conseguir otro empleo.


Paula se rascó la cabeza.


–Ya. Supongo que no sería muy inteligente por mi parte, ¿No?


–Pues no, la verdad es que no.


¡No quería venderlo! Paula reprimió una sonrisa. Parecía que no todo estaba perdido. Pedro aún tenía apego por la vida.


–Pero mi ofrecimiento sigue en pie –añadió Pedro–. Puedes ir a dar una vuelta con él cuando quieras.


–¿Cuando quiera? Dios, no digas eso o no haré ni una sola de las tareas de la casa. No sabes las ganas que tengo de probarlo.


Pedro se rió, y le brillaron los ojos y las facciones de su rostro se suavizaron. Paula no podía apartar la vista.


–¿No querrías…? –se humedeció los labios–. ¿No querrías acompañarme, verdad?


De inmediato, las facciones de Pedro se endurecieron de nuevo. Si hubiera podido, Paula se habría pegado a sí misma un puntapié.


–Supongo que no. Estás ocupado con tu libro y todo eso.


–Pues sí, y ahora que lo mencionas… –Pedro se levantó, con la evidente intención de volver al trabajo.


Ella lo siguió con la mirada mientras salía de la cocina, y se le cayó el alma a los pies. «Enhorabuena, Paula», se reprendió con sarcasmo.


–¿Seguro que no te importa? –insistió Paula una vez más, cuando Pedro le plantó las llaves del deportivo en la mano.


–Pues claro que no. Han pasado dos días desde que te dije que podías llevártelo a dar una vuelta y estás cumpliendo con tu trabajo. Puedes tomártelo como una recompensa. 


Paula bajó la vista a las llaves en su mano antes de mirarlo de nuevo.


–No estaré fuera mucho tiempo; veinte o treinta minutos como mucho – le prometió.


Él se encogió de hombros.


–Mientras no te pongan una multa por conducir muy deprisa…


Cuando entró en el garaje y se subió al deportivo, Paula se quedó un buen rato allí sentada, disfrutando del momento y familiarizándose con todos los mandos del salpicadero. Giró la llave en el contacto, y ronroneó de satisfacción al oír el suave rugido del motor. Sacó el coche del garaje con cuidado, decidida a devolverlo sin un solo rasguño, y cuando salió a la carretera dio un grito de emoción, entusiasmada con su potencia y su eficiencia. Exploró los alrededores de la propiedad de Pedro, y descubrió dos pueblecitos encantadores, Diamond Beach y Hallidays Point, y pasó por otros lugares con impresionantes paisajes costeros. De pronto un cartel llamó su atención: "Refugio de animales". Una sonrisa iluminó su rostro, y dejándose llevar por un impulso tomó aquel desvío. «¡Pedro pondrá el grito en el cielo!», exclamó la voz de su conciencia. «¿Y qué?», le espetó otra voz, insolente. «Pues que es su casa», reconvino su conciencia. Bueno, pensó Paula, no le había dicho que no pudiera tener una mascota… Cuando estacionó frente a las instalaciones, un anciano se apeó de un sedán a un par de metros, y un collie de la frontera saltó del vehículo detrás de él. Una mujer vestida con un mono salió del recinto vallado donde tenían a los perros.


–Usted debe ser el señor Cole, ¿No? –dijo dirigiéndose hacia el anciano para estrecharle la mano–. Y supongo que este es Rocky –añadió, bajando la vista al collie–. Enseguida estoy con usted –le dijo a Paula, saludándola con la mano.


Paula cerró la portezuela del deportivo y se quedó esperando. El señor Cole posó la mano en la cabeza del animal y sus ojos se llenaron de lágrimas.


–Tener que dejarlo aquí me parte el corazón.


A Paula se le hizo un nudo en la garganta. La mujer miró a la pareja que estaba sentada en el interior del sedán.


–¿Su familia no puede hacerse cargo de él? –le preguntó.


El señor Cole sacudió la cabeza y Paula tuvo la sensación de que el problema no era que no «Pudieran». 

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