Paula asintió mientras intentaba no fijarse en sus seductores labios, y trataba de ignorar el olor a coco de su pelo, aún húmedo por la ducha que acababa de darse. Ese pelo que le había parecido tan suave al enredar los dedos en él, cuando se habían besado. Tomó su vaso de agua y se lo bebió entero.
–Sí, mientras la gente que compre el libro se quede satisfecha, todo lo demás no importa –añadió Pedro, sonriendo de repente.
El corazón de Paula dió un brinco, y comenzó a latir deprisa y con fuerza. ¿Por qué, por qué tenía ese efecto en ella?
–Bueno, ¿Y cómo va tú búsqueda de vocación? –le preguntó Pedro–. ¿Tienes ya alguna idea de qué es lo que quieres hacer?
Aquello se había convertido en una costumbre. Durante la cena Pedro le hacía esa pregunta, y le lanzaba alguna que otra sugerencia.
–No, sigo sin decidirme.
–¿Qué tal chef?
Paula arrugó la nariz.
–Para eso tendría que gustarme la cocina.
–¿Y no te gusta?
–Es demasiado compleja para mi gusto.
–¿Y qué tal jardinera?
–Es agradable pasar una o dos horas trabajando en el jardín, pero… ¿Un día entero? ¿O la semana entera mes tras mes? No, gracias.
Rocky entró en el comedor en ese momento y una sonrisa enigmática asomó a los labios de Pedro.
–¿Y criadora de perros? –le sugirió–. Por cierto que esta mañana, cuando bajé a la playa, descubrí algo: Rocky, en realidad, es «Rockyta».
–¿Eh?
–Que es una perra, no un perro.
Paula se quedó boquiabierta.
–¿Me estás tomando el pelo?
–No, hablo en serio. Acababa de lanzarle la pelota y me la había traído. Estaba acariciándole el pelo y diciéndole: «¡Buen chico, Rocky», cuando se echó en la arena boca arriba para que le rascara la tripa. Y fue entonces cuando me dí cuenta. Supongo que no se te ocurrió comprobar si era perro o perra cuando la trajiste.
Paula se quedó mirando al animal de hito en hito.
–Pues no, la verdad es que no. En fin, tiene tanto pelo que no es algo que… Bueno, que salte a la vista –se cruzó de brazos y frunció el ceño–. Y ese pobre anciano me dijo que era un perro.
–Sospecho que ese «Pobre» anciano te ha embaucado.
–¿Pero por qué? ¿Qué más da que sea perro o perra? A mí desde luego me da igual y…
Paula se calló cuando Pedro se echó a reír. Parecía alguien completamente distinto cuando se reía.
–¿De qué te ríes?
–Me río porque además de haber descubierto que no es perro sino perra, sospecho que también está preñada.
–¿Eeeeh?
–Sí.
–¿O sea que su dueño solo estaba intentando cargarle el mochuelo a algún incauto?
–Bingo.
Y ella había sido la incauta. Miró a Rocky y luego a Pedro.
–Entonces… ¿Vamos a tener cachorritos?
–Eso parece.
Cachorritos… Una amplia sonrisa se dibujó en el rostro de Paula, pero un pensamiento cruzó por su mente y se puso seria.
–¿Y si me mintió en algo más? A lo mejor no le han puesto todas las vacunas que tienen que ponerle –soltó los cubiertos y dijo–: Mañana mismo voy a llevarla a un veterinario para que le haga un chequeo completo.
–Será lo mejor –asintió él.
Paula sonrió satisfecha, pensando de nuevo en los cachorritos, y continuó comiendo.
–Bueno, creo que no lo he hecho mal del todo, ¿No? –le preguntó a Pedro, señalando su plato.
–No, por supuesto que no –respondió él, pero rehuyó su mirada al decirlo.
Paula suspiró e intentó animarse pensando que aún tenía mucho tiempo por delante para aprender a hacer la pirámide de macarrones. «No se hizo Roma en un día».
No hay comentarios:
Publicar un comentario