jueves, 9 de diciembre de 2021

Curaste Mi Corazón: Capítulo 5

 –Quédate una semana –le rogó–. Pon tú las condiciones –insistió, al ver que seguía sin responder.


–Pues… Para empezar, quiero que hagas ejercicio a diario. ¿Y arriesgarse a dejarse ver en público? ¡Ni hablar!


–Y al aire libre –añadió ella–. Necesitas vitamina E, y no te vendrá mal para perder esa horrible palidez.


–Sabes que he estado enfermo, ¿No? –le espetó él irritado–, que he estado en el hospital.


–Te dieron el alta hace meses –replicó ella–. ¿Tienes idea de hasta qué punto te has abandonado? Tenías un físico atlético, musculoso, unos hombros anchos… Y te movías con confianza, como si fueras el amo del lugar. Ahora cualquiera que te viera te echaría cincuenta años.


Pedro le lanzó una mirada furibunda. Solo tenía cuarenta.


–Y un hombre de cincuenta hecho una pena –puntualizó Paula–. Si quieres que me quede, cada día tendrás que dar por lo menos un paseo hasta la playa. Ir y volver. Y si eres celoso de tu intimidad, como estás en tu propiedad, no tendrás que preocuparte de que vayas a tropezarte con algún extraño.


–La playa es pública.


Algunos de sus vecinos paseaban por ella todos los días.


–No he dicho que vayas a pasear por la playa –replicó Paula–. Solo que bajes hasta la playa y vuelvas.


Pedro apretó la mandíbula, inspiró y contó hasta cinco antes de decir:


–Muy bien; ¿Qué más?


–Me gustaría que separaras tu lugar de trabajo del lugar donde duermes.


Pedro la miró irritado, pero claudicó.


–Está bien, lo que tú digas. ¿Y qué más?


–También quiero que dejes el alcohol. O al menos que dejes de beber a solas en tu habitación.


Había visto la botella de bourbon; ¡Diablos!


–Y por último, quiero que cenes conmigo en el comedor todas las noches.


Para poder tenerlo vigilado, pensó Pedro, para evaluar su nivel de cordura. Se sintió tentado de mandarla al infierno, aunque le diese igual lo que le pudiera pasar a él, lo que le pudiera pasar a su hermano sí que le preocupaba. Tenía once años y medio más que él, pero siempre habían estado muy unidos, y Federico siempre había cuidado de él. En ese momento sonó el móvil de Paula, que lo sacó del bolsillo trasero de sus vaqueros para contestar. Pedro no pudo evitar quedarse mirando sus caderas de nuevo, y una ola de deseo lo sacudió. ¿Qué demonios…? ¿Por qué le atraía aquella mujer? Ni siquiera era su tipo. Se pasó una mano por el cabello y tragó saliva. Bueno, probablemente que le estuviese ocurriendo algo así era de esperar. Llevaba encerrado allí, sin apenas contacto con el mundo, durante cuatro meses. Sin duda era una reacción natural, cosa de las hormonas.


–No lo sé, Federico… –estaba diciendo Paula.


¿Federico? El nombre de su hermano lo arrancó de inmediato de sus pensamientos.


–Sí, ya lo he visto y he hablado con él –murmuró, lanzando una mirada en su dirección.


Su tono hizo a Pedro contraer el rostro.


–Trato hecho –le dijo irritado entre dientes, pero sin alzar la voz, para que Federico no lo oyera–. Concédeme una semana para «Reformarme» –le pidió levantando un dedo.


–Umm… Bueno, está un poco blancucho, como si hubiese tenido la gripe o una gastroenteritis –le dijo Paula a su hermano.


Pedro le tomó la mano libre y los ojos verdes de ella lo miraron sobresaltados.


–Por favor… –le suplicó Pedro.


La calidez de la mano de Paula pareció inundarlo. De pronto se notaba la boca seca. Y cuando ella soltó su mano él, que no se había dado cuenta de que había estado conteniendo el aliento, respiró aliviado al oírla decir:


–Pero seguro que con un poco de descanso, ejercicio moderado, comida casera y la luz del sol se pondrá bien en una semana o dos.


Pedro cerró los ojos y dió gracias en silencio.


–Claro, tienes mi palabra –añadió Paula–. Si dentro de unos días no lo veo mejor, llamaré al médico. ¿Quieres hablar con él? –le preguntó.

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