jueves, 9 de diciembre de 2021

Curaste Mi Corazón: Capítulo 8

 –¿Estás enamorada de él? Es mayor para tí, ¿Sabes?


Aquello la sorprendió tanto que se echó a reír.


–Estás de broma, ¿No? –le preguntó, rebañando con un trozo de pan la salsa que quedaba en su plato.


Él volvió a fruncir el ceño.


–No.


–Quiero a tu hermano, pero solo como amigo; no estoy enamorada de él. Eso sería una pesadilla –contestó ella, limpiándose las manos en la servilleta.


–¿Por qué?


–Porque no soy masoquista. Tu hermano y tú tienen gustos parecidos en lo que a mujeres se refiere. Los dos salís con rubias bajitas y delicadas, perfectamente maquilladas, que llevan vestidos atrevidos y tacones de vértigo.


Ella no había metido ni un vestido en la maleta, ni tenía un solo par de zapatos de tacón. El rostro de él se ensombreció, y apartó el plato.


–¿Y qué diablos sabes tú de qué clase de mujer me gusta? –se giró, ocultándole las cicatrices del rostro.


–Nada –admitió ella–. Mis suposiciones se basan en las fotos que he visto en la prensa y en lo que me ha contado Federico.


–Pues haces que suene como si fuésemos de lo más superficiales. Pero puedo asegurarte que esas mujeres que has descrito ahora mismo ni me mirarían.


–Solo si fuesen superficiales –apuntó ella–. Además, la belleza y la superficialidad no siempre van de la mano –apostilló.


Pedro abrió la boca para decir algo, pero ella lo interrumpió.


–Y de todos modos, que sepas que no voy a sentir lástima por tí. Yo nunca he sido lo que la gente considera «Guapa», y he aprendido a valorar otras cosas. Tú crees que ahora los demás, cuando te miren, ya no verán tu atractivo físico, pero…


–¡No lo creo; lo sé!


Estaba equivocado, completamente equivocado.


–Pues nada, bienvenido al club.


Él se quedó boquiabierto.


–No es el fin del mundo, ¿Sabes? –le dijo Paula.


Pedro continuó mirándola un buen rato antes de inclinarse hacia delante para preguntarle:


–¿Vas a decirme cuál es el verdadero motivo por el que has venido aquí?


Paula lo miró también, y le entraron ganas de echarse a llorar, porque quería pedirle que le enseñara a cocinar, pero él parecía tan enfadado y traumatizado por lo del accidente que sabía que le respondería con un no rotundo.


–Si he venido, es para asegurarme de que no echarás a perder todos mis esfuerzos con Federico.


Pedro se echó hacia atrás en su asiento.


–¿Tus esfuerzos?


Paula sabía que lo que debería hacer era levantarse y empezar a recoger la mesa, pero Pedro tenía que enterarse al menos de un par de cosas.


–¿Tienes idea de lo agotador que es hacerle la reanimación cardiopulmonar a una persona durante cinco minutos seguidos? –era lo que ella había hecho por Federico.


Pedro negó lentamente con la cabeza.


–Pues lo es; es agotador. Y durante todo ese tiempo el pánico se apodera de tí, y tu mente no para de intentar llegar a algún acuerdo con Dios.


–¿Un acuerdo… con Dios?


–Sí, piensas cosas como: «Si salvas a Federico, te prometo que no volveré a hablar mal de nadie», «Me portaré mejor con mi abuela y mi tía abuela», «Me enfrentaré a mis peores temores»… –Paula se echó el pelo hacia atrás–. Ya sabes, la clase de promesas que son casi imposibles de cumplir –bajó la vista a su vaso de agua–. Fueron los cinco minutos más largos de mi vida.


–Pero le salvaste; hiciste algo extraordinario.


–La verdad es que aún no me lo creo.


–Y has venido para tenerme vigilado y asegurarte de que no interferiré en su recuperación, ¿No es eso?


–Algo así. Quería venir él a ver cómo estabas, pero no me parecía que fuera una buena idea. Pero, volviendo a mí, no lo has entendido bien: Es Federico quien me está haciendo un favor a mí al haberte convencido para que me contratases. ¿Sabes?, cuando tuvo el infarto, el miedo que pasé hizo que me replanteara mi vida. Me obligó a reconocer que hasta ahora no he sido muy feliz, y que no me gustaba el trabajo que hacía. No quiero pasar los próximos veinte años sintiéndome así –le explicó–. Por eso, cuando Federico se enteró de que necesitabas una empleada del hogar y me preguntó si estaría interesada, le dije que sí sin pensármelo. Así tendré tiempo para pensar y trazar un nuevo rumbo.


Pedro se quedó mirándola.


–O sea, que quieres darle un giro a tu vida.


Paula asintió.


–¿Y qué quieres hacer?


–No tengo ni idea.


Pedro no quería dejarse conmover por su historia, pero la verdad era que lo había conmovido. Tal vez porque se la había relatado sin darse importancia por haberle salvado la vida a su hermano. O quizá porque comprendía muy bien esa sensación de insatisfacción que le había descrito.


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