martes, 28 de diciembre de 2021

Curaste Mi Corazón: Capítulo 27

 –Para tí todo eso es más fácil que afrontar las consecuencias del accidente –le respondió Paula.


Un sudor frío perló la frente de Pedro.


–Y es más fácil que intentar rehacer tu vida –añadió Paula.


No tenía una vida, y mientras Adrián continuara hospitalizado, tampoco se la merecía.


Paula soltó una risa amarga, como si le hubiese leído el pensamiento.


–¿De verdad te sientes responsable hasta ese punto por lo que le pasó a Adrián?


Pedro no se dignó a contestar esa pregunta.


–Pues te diré que el haberte encerrado aquí, el haberte cerrado al mundo, también es mucho más fácil que encontrarte cara a cara con Adrián, que ser testigo de su lucha por recuperarse, que ofrecerle el verdadero apoyo moral que le daría un amigo.


Pedro tragó saliva y respondió:


–Sé de buena tinta que Adrián no quiere ni verme.


–Su madre no es una fuente fiable, y si crees que lo es, es que eres tonto. ¿Has hablado siquiera con él?


No, no lo había hecho. Su madre le había exigido que lo dejase tranquilo. Y tal vez fuera un cobarde, pero la verdad era que tampoco se atrevía a hablar con él. No se veía capaz de afrontar las recriminaciones que sin duda le haría.


–Hay otra cosa más que quiero preguntarte –le dijo Paula, subiendo los escalones del porche. Se detuvo al llegar arriba y se volvió–. ¿Qué clase de calamidad crees que ocurriría si te dieses una vuelta en el coche, o fueses a darte un chapuzón en el mar, o te metieses en la cocina y preparases una comida deliciosa? No, no contestes; solo era una pregunta retórica –murmuró.


Y entró en la casa, dejándolo allí plantado.


Suerte que no esperaba de él una respuesta, pensó Pedro, porque no habría sabido qué responderle.


–Llegas justo a tiempo para la cena; siéntate –le dijo Paula a Pedro sin mirarlo, cuando éste entró en el comedor.


–Con una condición.


Paula dejó en la mesa las dos fuentes que tenía en las manos, una con patatas al horno y otra con judías verdes rehogadas, y se volvió hacia él.


–¿Cuál?


–Que a partir de este momento firmamos una tregua, y que los dos prometemos no gritar al otro durante la próxima hora.


La tensión se disipó de los hombros de ella.


–Que sean dos y cerramos el trato.


Pedro esbozó una media sonrisa y tomó asiento.


–¿Has tenido algún problema con las indicaciones de mi receta?


–Creo que no, aunque hasta que no pruebes el resultado no lo sabrás.


Paula fue por los entrecots, y le puso delante el plato con un nerviosismo inusitado en ella. Pedro se sirvió patatas y judías, mientras ella, cortó un trozo de entrecot, aderezado con la salsa bearnesa y se lo llevó a la boca. «Umm…». Cerró los ojos mientras lo paladeaba. La salsa estaba para morirse; en cuanto el libro saliese a la venta ella haría cola para comprarlo.


–Tu entrecot está demasiado hecho –observó Pedro.


–Prueba el tuyo –le dijo Paula.


Pedro lo probó.


–¿Y bien?


–Está perfecto.


–Para tí, tal vez –contestó Jo arrugando la nariz–. A mí me gusta muy hecho; no poco hecho, como parece que a tí te gusta.


–No está poco hecho; es el punto exacto que debe tener un entrecot.


–¿Y qué te parece la salsa?


Pedro frunció el ceño.


–La has calentado demasiado tiempo y por eso ha empezado a desligarse.


¿En serio? Paula se quedó mirando la salsa en su plato.


–Es una lástima que no tuviéramos vinagre de estragón, y le has puesto demasiada cebolla, pero solo un gourmet se daría cuenta.


Miró otra vez su entrecot y volvió a fruncir el ceño, pero Paula no iba a dejarse desanimar.


–Relájate, Pedro –le dijo alcanzando la fuente de las judías–. La verdad es que estoy bastante satisfecha con mis esfuerzos, y creo que ese era el objetivo, ¿No? Quiero decir que la gente que pruebe tus recetas las ajustarán a sus propios gustos, como he hecho yo con mi entrecot.


Pedro se irguió en el asiento, como si sus palabras lo hubiesen sacudido.


–Supongo que tienes razón –concedió–. Nadie va a juzgar sus platos dándoles una puntuación ni nada de eso. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario