jueves, 16 de diciembre de 2021

Curaste Mi Corazón: Capítulo 14

 –Por favor, encuéntrenle un buen hogar. Es tan buen chico… Y ha sido tan buen amigo para mí todos estos años… Si no fuera porque me llevan a una residencia, yo…


Paula no podía seguir ahí plantada mirando sin hacer nada.


–Por favor, deje que me lo quede yo –dijo yendo hacia ellos–. Es precioso, y le prometo que lo querré muchísimo.


Se acuclilló frente a Rocky para acariciar su suave pelaje, y el animal le lamió la cara.


–Pasaba por aquí y ví el cartel y pensé… bueno, se me ocurrió de repente que estoy en un punto en mi vida en el que podría ofrecerle un buen hogar a un perro que lo necesite –dijo–. Y quizá… –tragó saliva–. Quizá podría llevar a Rocky a visitarlo a la residencia –añadió, girándose hacia el señor Cole.




Pedro no hacía más que pasearse de arriba abajo por el porche. Hacía más de una hora que Paula se había marchado. ¡Una hora! Podría haberle ocurrido cualquier cosa, pensó, y el estómago se le revolvió de solo pensarlo. Podía estar malherida en una cuneta, o haberse empotrado contra un árbol. ¿Cómo podía haber dejado que se fuera sola? ¿Habría conducido siquiera antes un coche de esas características? Y además, desde que se había recluido allí no había llevado el coche a revisión. ¿Y si había tenido una avería? ¿Y si se había quedado tirada en medio de una carretera? ¿Se habría llevado el móvil con ella? Sacó el suyo del bolsillo para ver si tenía algún mensaje. Nada. Justo entonces se oyó el ruido de un coche, y tuvo que sentarse en los escalones del porche porque el alivio que lo invadió hizo que le flaquearan las piernas. Cerró los ojos y dió gracias a Dios. Era responsable de Paula y… ¿Responsable de ella? ¿Desde cuándo? Desde que había empezado a trabajar para él, se respondió. Sí, se había convertido en responsabilidad suya, y también en una china en su zapato. Sin embargo, cuando Paula estacionó frente a la casa tuvo que contenerse para no levantarse corriendo, sacarla del coche y darle un abrazo. Paula se bajó del deportivo con una sonrisa que le pareció algo nerviosa.


–Perdona, no pretendía estar tanto tiempo fuera. Espero no haberte preocupado –dijo ella, mirándolo vacilante–. Tu coche es increíble.


–Ya. Bueno, me alegro de que haya estado a la altura de tus expectativas. 


–Ya lo creo; las ha superado con creces. Aunque tengo que confesarte que mientras conducía ocurrió algo… inesperado y por eso he tardado un poco.


Pedro frunció el ceño y se puso en pie como un resorte. ¿Le había rayado el coche? ¿Se lo había abollado?


–¿Qué quieres decir con que…?


Fue entonces cuando la vio abrir la puerta del asiento trasero y del deportivo se bajó…


–¡¿Has metido a un perro en mi coche?!


–Bueno, sí, pero… Puse una manta para que no estropeara la tapicería. Se llama Rocky.


Pedro la miró boquiabierto.


–¿Has metido a un chucho pulgoso en mi coche?


Paula contrajo el rostro. «Tampoco es para tanto; no te lo tomes así», le dijo a Pedro la voz de su conciencia. ¿Que no era para tanto? ¡Aquel coche era su posesión más preciada! Era… De pronto acudió a su mente Adrián, el chico que por su culpa estaba hospitalizado, y tuvo que volver a sentarse en los escalones del porche. Se desprendería del coche sin pensárselo si con eso pudiera volver atrás en el tiempo y evitar aquel accidente, pero no podía. Así que, ¿Qué importancia tendría si los asientos de su deportivo se hubiesen llenado de pelos de perro?


–Bueno, ya me imaginé que no te haría gracia que lo subiera en el coche –balbució Paula, aturullada, yendo hacia él–, pero…


–¿Se puede saber que hace aquí ese perro?


Los ojos de Paula se posaron en las cicatrices de su rostro, y Pedro giró la cabeza para ocultarlas, fingiendo que miraba el mar.


–¿Es un intento solapado de terapia con animales de compañía? – inquirió.


Paula resopló.


–No, claro que no –se volvió hacia el perro, que se había quedado junto al coche, y lo llamó dándose palmadas en la rodilla–. ¡Ven, Rocky! –pero el can no se movió–. Es para mí, no para tí –le explicó a Pedro–, aunque me parece que no le gusto demasiado.


–¿Pero de dónde lo has sacado?


–Cuando iba conduciendo ví el cartel de un centro de acogida de animales y paré. Había un señor mayor que había ido a dejar allí a su perro –dijo Paula señalando a Rocky–. Su familia lo llevaba a un asilo y no querían hacerse cargo de él. Se me partió el corazón al verlo llorar mientras se lo contaba a la empleada del centro, y me ofrecí a adoptarlo. Y, la verdad, creo que ese pobre hombre habría recelado de mí si le hubiese dicho que tenía que venir por La Bestia para traerme a Rocky porque no podía montarlo en La Bella. Habría pensado que me importaba más el coche que su perro. 


¿La Bella? ¿Le había puesto nombre a su deportivo? Bueno, la verdad era que le iba al pelo. Igual que a ella.

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