martes, 14 de diciembre de 2021

Curaste Mi Corazón: Capítulo 10

Se levantó y salió al balcón, bañado por la luz de la luna. Bajo el oscuro paño estrellado del cielo, el mar estaba en calma. Recordó el modo en que había abandonado el comedor, y se pasó una mano por el cabello. Paula debía estar pensando que había perdido el juicio, tanto tiempo allí encerrado. Inspiró, y apoyó las manos en la barandilla. Quizá no pudiera hacerle el favor que le había pedido, pero tal vez si pudiera ayudarla en la búsqueda de su nueva vocación. Cuanto antes la encontrara, antes se marcharía y lo dejaría en paz. Una risa amarga escapó de su garganta. Jamás hallaría la paz porque no la merecía. Pero si al menos conseguía que ella se fuese, con eso se daría por satisfecho. Pedro llevaba una hora despierto cuando oyó a Paula subir con paso firme las escaleras, recorrer el pasillo, y abrir una puerta. Sin duda iba a limpiar la habitación frente a la suya, como le había prometido. Necesitaba su «Dosis» de cafeína para empezar el día, pero no se había atrevido a aventurarse fuera del dormitorio porque no se sentía preparado para ver a Paula después de su comportamiento de la noche pasada. Podría aprovechar y bajar ahora que estaba ocupada, pensó. Si se diese prisa en bajar y subir tal vez no se la encontraría. Sin embargo, no quería que pareciese que la estaba evitando porque podría contárselo a Federico. Apartó la ropa de la cama, se puso unos vaqueros limpios y una sudadera, y entró en el baño para echarse un poco de agua en la cara. Luego fue hasta la puerta del dormitorio, contó hasta tres, y la abrió. Paula estaba en la habitación de enfrente, barriendo el suelo de espaldas a él.


–Buenos días –la saludó.


Ella se volvió.


–Buenos días. ¿Has dormido bien?


Por sorprendente que fuera, la verdad era que sí.


–Sí, gracias –contestó, y luego recordó que debía ser cortés y le preguntó–: ¿Y tú?


–No, pero la primera noche que paso fuera de casa nunca duermo bien. Además, ayer conduje un montón de horas, y estaba agotada. Seguro que esta noche dormiré como un bebé.


Pedro movió los hombros para desentumecerlos.


–¿Cuántas horas tenías de trayecto hasta aquí?


–Cinco.


¿Cinco horas? Pedro se sintió avergonzado de sí mismo. Había conducido cinco horas y al llegar se había encontrado con un cretino que la había tratado de un modo de lo más grosero. 


–Pedro, tenemos que hablar de cuáles serán mis tareas –le dijo Paula–. Quiero decir que todavía no sé si quieres que te prepare el desayuno cada mañana, por ejemplo. ¿Y qué hay del almuerzo?


–El almuerzo me lo prepararé yo. Y en cuanto al desayuno… Bueno, por eso tampoco tienes que preocuparte.


–¿Eres de los que se toman un café bebido y poco más?


Había dado en el clavo. No respondió, y se quedó esperando que le echara un sermón, pero en vez de eso Paula le confesó:


–Igual que yo. Ya sé que dicen que es la comida más importante del día y todo ese rollo –dijo poniendo los ojos en blanco–, pero yo tan temprano no tengo mucha hambre, y si alguien me toca las narices antes de que me haya tomado mi taza de café, no respondo de mis actos.


Pedro se rió, pero se cuidó de mantener ligeramente girado el rostro, para que no pudiera ver sus cicatrices. Paula no había dado muestras de que la repugnaran ni nada de eso, pero él sabía qué aspecto tenían, y si podía ahorrarle el tener que verlas, iba a hacerlo.


–Y hablando del desayuno, he preparado café, por si quieres un poco – añadió Paula.


Él asintió, y estaba ya llegando a las escaleras cuando se volvió y la llamó. Paula asomó la cabeza por la puerta abierta.


–¿Sí?


–No vayas a intentar dejar toda la casa reluciente hoy –le dijo Pedro–. Hace tiempo que decidí prescindir del servicio y el tema de la limpieza lo he tenido un poco abandonado –cuando ella enarcó las cejas al oír eso, puntualizó–: Bueno, bastante abandonado.


Paula se limitó a asentir antes de volver al trabajo, y él bajó a la cocina, a tomarse esa taza de café que él también necesitaba para empezar el día. Cuando oyó a Paula llegar a casa tras su expedición a Forster en busca de víveres, la reacción instintiva de Pedro fue seguir escondiéndose de ella en su habitación. Miró la receta a medio escribir en la pantalla del ordenador y se levantó. Tal vez si bajara e hiciese algo distinto durante media hora podría recordar cuánto había que reducir el caldo. Si pudiese verlo físicamente en una cacerola y olerlo obtendría la respuesta al instante… Maldijo entre dientes y bajó a ayudarla a descargar las cosas del todoterreno.


–¿Has tenido problemas para encontrar el supermercado? –le preguntó mientras llevaban las bolsas dentro, por hablar de algo.


–No, una mujer muy amable me indicó dónde estaba. 

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