-Siempre quise tener a una pequeña rubia entre el heno y hacer el amor locamente con ella. Supongo que nunca se me presentó la oportunidad.
Se inclinó, apoyó el hombro contra su cintura y la levantó. Caminó con paso firme hasta la escalera. Kiara enloqueció y ladró hasta quedarse afónica. Paula jadeó y apoyó la mano libre en la espalda de Pedro para erguirse. ¡La cargaba como si fuera un saco de pienso! ¡A ella, a Paula Chaves! ¿No había visto algo parecido en un episodio de Bonanza, o quizá había sido en Valle de Pasiones? Al vivir una experiencia igual, se dió cuenta de que sin duda en alguna película de machos del oeste algún vaquero había subido a una mujer a su hombro para dirigirse a un lugar donde poder besarla. John Wayne había cargado a muchas mujeres de esa manera, y con un atisbo de histeria se preguntó si el Duque habría llevado alguna vez a una mujer de otro modo que no fuera ése. No pudo recordarlo. La sorpresa de la situación y el absurdo de sus pensamientos desbocados le provocaron una risita.
-¡No! ¡Pedro, por favor! ¡Bájame! -las protestas se vieron estropeadas por las risitas compulsivas que interrumpieron cada frase.
-Cuidado con la cabeza -advirtió él al empezar a subir por los escalones.
Paula se sentía mareada por estar boca abajo, y cuando Pedro llegó arriba se sentía completamente desorientada. Notó que subía a lo alto del heno hasta depositarla con cuidado encima de las balas. La atrapó bajo su cuerpo y le sujetó las manos por encima de la cabeza. Sus labios descendieron con rapidez, pero ella estaba tan dominada por las risas que no fue capaz de mantenerlos quietos para recibir un beso decente. Al final giró la cara cuando él se incorporó.
-Pequeña diablesa. Maldita sea si no eres una caja de sorpresas -el hosco afecto en las palabras de Pedro cayó como una lluvia de dulzura sobre su corazón-. He tomado la decisión de tenerte, Paula -continuó, y la súbita seriedad de su voz la sosegó. Giró la cabeza para mirar en la turbulencia de sus ojos. En ellos vió deseo, sinceridad y un afecto intenso. Mezclado con todo eso había una solemnidad que le indicó que ése era el momento, todo lo que había esperado, necesitado y anhelado su corazón-. No he esperado mucho para tenerte, pero a mí me parecen años. Quiero casarme contigo, Paula Chaves. Sé que no soy el hombre cultivado y refinado que podrías haber...
Él había aflojado las manos en torno a sus muñecas, y Paula las liberó para aferrado por los hombros y levantar la cabeza para plantar los labios con fuerza contra los suyos. Pedro titubeó, luego se apoyó en ella, y su boca se adueñó de la situación en un beso tan hondo y carnal que ella tuvo la certeza de que el heno que los rodeaba se iba a incendiar.
-Te amo, Paula -musitó al apartarse, con respiración tan agitada como la de ella-. Paula, por favor, cásate conmigo.
-Oh, Pedro -le acarició el mentón con mano temblorosa-, te amo tanto. Me casaré contigo cuando tú lo digas.
-Y eso de la mujer que hace menos de tres horas me dijo que nunca me daría poder absoluto sobre ella o me permitiría dictar cómo iba a vivir -sonrió.
-No le des tanta importancia a una concesión de adolescente, vaquero -asió su pelo y tiró de él-. Además, probablemente sea la última de la que vas a disfrutar.
-Me arriesgaré, cariño -volvió a besarla.
Abajo, Kiara cejó en su empeño de llamar la atención de alguien. El caballo negro sacó la cabeza por encima de la puerta de la cuadra y observó a la pequeña perra. Kiara mordió la correa, se alzó sobre sus patas traseras y se apoyó contra la pared. Al rato logró soltar la correa del pomo, saltó de la bala de heno y corrió a reunirse con su amigo equino para alardear del éxito del plan que había unido a sus dos seres humanos favoritos.
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