–¡Por amor de Dios, Paula, estaba gritándole para que se diera prisa! Tiene diecinueve años y era solo la segunda vez que salía en el programa, así que estaba hecho un manojo de nervios. Se quedó petrificado.
–Estaba actuando, igual que tú.
–No –le espetó Pedro tajante, atravesándola con la mirada.
Paula lo observó en silencio, admirando sus atractivas facciones, su cabello rubio, del color de la arena, sus ojos azules como el mar, y la piel aceitunada, que aún estaba demasiado pálida.
–Se quedó petrificado de verdad –insistió Pedro–. Pero para cuando me dí cuenta ya era demasiado tarde.
Paula sacudió la cabeza.
–Por lo que yo he oído, si tú no hubieras reaccionado con la rapidez con que lo hiciste para sofocar el fuego, Adrián ahora estaría muerto.
Los otros miembros del equipo lo habían calificado de «Héroe».
–Pues a mí él no me ha dado las gracias por salvarle. ¿Sabes lo doloroso que es el tratamiento al que están sometiéndolo? –le espetó Pedro–. Es un tortura.
–Es muy joven –acertó a decir ella en un murmullo–. Un día todo esto no será para él más que un mal recuerdo.
–Pero quedará desfigurado de por vida. Y todo porque yo hice lo que los productores esperaban de mí; todo porque quería que subiera la audiencia, porque estaba hambriento de éxito y de aplausos. En cualquier momento podría haberme negado a entrar en ese juego, podría haber exigido que se tratara con cortesía y respeto a todo el mundo en el plató.
Pero si lo hubiera hecho probablemente el programa no habría seguido en antena más de una temporada, pensó Paula.
–Y no lo hice. Escogí no hacerlo –murmuró Pedro.
No había nada de malo en querer triunfar, se dijo ella.
–Y mi ambición ha arruinado la vida de ese chico.
Era muy duro consigo mismo; estaba haciendo todo lo que estaba en su mano para ayudarlo, y aun así seguía flagelándose. En ese momento apareció Rocky corriendo, con la lengua fuera y el pelaje mojado por las olas, y se echó a los pies de Pedro. Era la viva imagen de un perro feliz. ¡Si consiguiera ver a Pedro también así de feliz…! Se giró hacia él. Los ojos de Pedro estaban fijos en sus caderas, y siguió mirándola un buen rato antes de darse cuenta de que lo había pillado. Dió un respingo y se puso colorado. ¿Había estado mirándole el trasero? Incómoda, Paula se pasó las manos por las perneras de los vaqueros. No, imposible; aquello era ridículo… Pero estaba rehuyendo su mirada.
–Bueno, ¿Y qué problema tienes con el libro? –le preguntó.
–Que las recetas son complicadas.
–Pero ese es uno de los motivos por los que tu programa de televisión era tan impactante, ¿No? La preparación de cada plato tenía que seguir un orden preciso porque si no el resultado sería completamente distinto.
–Sí, y le prometí al editor que incluiría un apéndice de soluciones de problemas en cada receta. ¡No soy escritor! –se quejó Pedro–. Lo de explicar las recetas no me sale natural; no sé si las indicaciones que doy se entienden bien o no, y menos si podría seguirlas una persona que no tenga mucha idea de cocinar.
Paula entendía lo que quería decir. Siempre se describía a sí mismo como un chef que se dejaba llevar por su instinto, así que recordar de memoria el orden de los ingredientes, las cantidades exactas y otros detalles debía ser una pesadilla para él. Y como encima se negaba a cocinar, tampoco podía dilucidar esas cosas en la práctica. Se le ocurrió una idea con la que podría ayudarlo, y él a ella de paso. Se humedeció los labios y le propuso:
–¿Y si me dejaras ver los borradores de las recetas para que yo intentara prepararlas? Ya has visto que no sé mucho de cocina; así podrías comprobar si soy capaz o no de hacerlas con tus indicaciones.
–¿Harías eso por mí? –inquirió él sorprendido.
Había esperanza en sus ojos, y algo más que Paula no acertó a descifrar. Asintió y le dijo:
–Claro. Siempre y cuando estés dispuesto a comerte lo que prepare, aunque no salga como debiera.
–Bueno, ¿Qué demonios? Si el resultado es incomestible siempre nos quedarán las varitas de merluza.
Paula se rió.
–¿Qué te parece si empezamos mañana? –le propuso Pedro.
Paula asintió.
–Y hablando de comida… Debería volver dentro y empezar a preparar la cena.
–Y yo debería trabajar un rato más –dijo él.
Paula iba a tenderle la mano para ayudarlo a levantarse, pero la apartó al recordar cómo la había rechazado cuando le había puesto la mano en el hombro.
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