jueves, 9 de diciembre de 2021

Curaste Mi Corazón: Capítulo 7

Pedro frunció aún más el ceño.


–¿De verdad piensas que esto va a funcionar?, ¿Que puedes hacer que mi vida cambie con solo…?


Paula soltó los cubiertos y sacudió de nuevo la cabeza, con incredulidad.


–No todo gira en torno a tí, ¿Sabes? –le espetó–. Puede que tenga algún motivo personal para haber venido. Te estás comportando como un idiota, ¿Sabes? Si quieres que te sea sincera, me da igual si quieres autodestruirte, pero al menos podrías esperar a que a Federico lo hayan operado y se haya recuperado.


–No estás siendo muy educada.


–Tampoco tú. Y me niego a hacer ningún esfuerzo por mostrarme educada contigo mientras sigas comportándote como un niño con una rabieta. No soy tu madre; no tengo que hacerte carantoñas para que se te pase el enfado.


Él se quedó mirándola boquiabierto.


–Come algo –lo instó Paula–. Si estamos ocupados masticando, no tendremos que hacer un esfuerzo por conversar.


Sus palabras hicieron reír a Pedro, y la risa transformó su rostro por completo. Las cicatrices de las quemaduras seguían ahí, sí, pero sus ojos se iluminaron, y por un momento le recordó al Pedro al que tantas veces había visto en televisión. Él cortó un trozo de albóndiga, se lo llevó a la boca con el tenedor y masticó en silencio.


–No está mal –dictaminó, y probó también los espaguetis–. De hecho, está bastante bueno.


Ya… Seguro que solo estaba haciéndole la pelota porque tenía miedo de lo que pudiera decirle a Federico.


–O, para ser justos, debería decir que está muy bueno, teniendo en cuenta lo poco que tenía en la nevera.


Al oírle decir eso Paula casi le creyó. Era verdad que la nevera estaba casi vacía.


–Mañana iré a comprar comida. Creo que estamos a medio camino entre Forster y Taree, ¿No? ¿Alguna sugerencia de a dónde debería ir?


–No.


Paula se quedó esperando a que dijera algo más, y cuando Pedro no añadió nada a esa áspera negativa, sacudió la cabeza y siguió comiendo. Había sido un día muy largo y estaba hambrienta y cansada. Sin embargo, cuando se dió cuenta de que él había dejado de comer y estaba mirándola, detuvo su mano en el aire, con el tenedor a unos centímetros de su boca y le preguntó:


–¿Qué pasa?


–No pretendía ser grosero con esa respuesta. Es que no he estado ni en Forster ni en Taree. Pero pedía por teléfono lo que necesitaba a un supermercado de Forster.


–¿Has dicho que lo «Pedías»?


Pedro frunció el ceño.


–El tipo que traía los pedidos era incapaz de seguir mis instrucciones.


Ah… Lo cual traducido al lenguaje común sin duda significaba que el repartidor había invadido su privacidad, la privacidad de la que era tan celoso.


–Ya. Bueno, entonces supongo que probaré suerte en Forster – respondió ella. Cuando Pedro continuó comiendo, carraspeó y le dijo–: Espero que Federico te advirtiera de que lo de cocinar no se me da muy bien.


Él dejó de comer y levantó la vista del plato.


–En realidad me dijo que no cocinabas mal del todo –contestó con franqueza–, y a juzgar por lo que has preparado, diría que es una descripción bastante acertada. ¿Te intimida cocinar para…?


–¿Para un chef de renombre mundial? –acabó Paula la frase por él–. Pues sí, un poco. Solo confío en que no esperes demasiado de mis guisos.


–Te prometo que no criticaré lo que cocines; me limitaré a mostrarme… Agradecido por lo que me sirvas.


–He visto que tienes garaje –dijo Paula alargando la mano hacia el plato con los panes de ajo.


Pedro también había alargado la suya para tomar uno, pero se detuvo y dejó que ella se sirviese primero. Tenía unas manos bonitas, fuertes y con unos dedos largos; se había fijado en sus manos muchas veces cuando lo había visto en televisión.


–Me preguntaba si podría aparcar dentro mi todoterreno yo también. Imagino que la brisa del mar no debe ser muy buena para la carrocería.


–Claro, no hay problema.


Mientras seguían comiendo, se dió cuenta de que Pedro estaba observándola por el rabillo del ojo. Se preguntó qué pensaría de ella. Desde luego no se parecía en nada a las mujeres con las que aparecía siempre en las revistas y los periódicos. Para empezar por su altura; era más alta que la mayoría de los hombres.


–Por lo que me ha dicho Federico, te preocupas mucho por él –dijo Pedro de pronto.


Ella levantó la cabeza.


–Bueno, es lo normal, ¿No?


Pedro frunció el ceño.

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