jueves, 23 de diciembre de 2021

Curaste Mi Corazón: Capítulo 22

Pedro avanzó hacia ella y la atrapó contra la pared de la casa, plantando ambas manos sobre las tablas de madera. A Paula se le secó la boca, y el corazón parecía querer salírsele por la garganta.


–¿Qué crees que estás…?


–Cállate o te besaré.


Paula casi se tragó la lengua al oírle decir eso.


–¿Tienes la cara de echarme un sermón, prácticamente acusándome de superficial, con todo eso de la verdadera belleza y el valor de cada persona, y sigues empeñándote en creer que no tienes el menor atractivo? –le espetó Pedro, bajando la vista a sus labios–. Cuando te dije que eres una mujer llamativa lo que quería decir es que te encuentro atractiva, y que, cuando te miro, me cuesta un esfuerzo tremendo ocultar el deseo que siento por tí.


Paula lo miró con unos ojos como platos.


–Y no es porque haya estado aislado del mundo los últimos cuatro meses.


Paula se sintió tentada de llamarlo «Mentiroso», de decir cualquier cosa que lo hiciera cumplir con su amenaza y besarla. Una sensación cálida afloró en su vientre y descendió por sus muslos de solo imaginarlo. Sin embargo, si la besara, ella sería incapaz de no responder al beso, y entonces Pedro se daría cuenta de que hasta qué punto lo deseaba y eso la haría vulnerable ante él, pensó tragando saliva.


–Y en cuanto a esa obsesión tuya de que eres demasiado alta para ser mujer… –murmuró Pedro, acercándose un poco más a ella.


Paula sintió el calor de su cuerpo. Olía a jabón y a ropa recién planchada.


–A mí no me lo parece –le dijo Pedro–. De hecho, creo que nuestros cuerpos encajarían a la perfección, como las piezas de un puzzle.


De pronto Paula tuvo la sensación de que él fuera un gigante, o de que ella hubiera menguado.


–Podría pasarme el día entero mirándome en esos ojos verdes tan preciosos que tienes… –murmuró Pedro.


Su voz aterciopelada, el suave tono que estaba empleando y las palabras que estaba pronunciado podían tejer un auténtico embrujo sobre una mujer.


–Y tampoco puedes decir que no seas femenina, con esa figura tan curvilínea… –añadió Pedro, echándose un poco hacia atrás para mirarla.


Paula se sintió como si estuviera desnudándola con los ojos, y por el brillo que había en ellos parecía de hecho que estuviera imaginándola desnuda. Pedro se pasó la lengua por los labios, y a ella el pulso volvió a disparársele.


–Y aunque tu constitución sea atlética, me muero por explorarlo, despacio y a conciencia –dijo Pedro con voz ronca–. Pero eso es solo el envoltorio, es verdad. Lo que de verdad me atrae es la mujer que hay tras esa fachada: Una mujer apasionada, que no me da tregua, y que es increíblemente generosa. Y todo eso hace que ansíe aún más hacer el amor contigo.


¿Cómo habían acabado teniendo aquella conversación? Durante años había trabajado rodeada de hombres, y siempre había sido capaz de mantener su relación con ellos dentro del ámbito estrictamente profesional. En cambio, aquel era solo el quinto día que pasaba con Pedro, y el aire estaba tan cargado de tensión sexual que parecía electricidad estática.


–Y, como he dicho, te prometí que me iba a comportar como un caballero, pero empiezo a hartarme de oírte decir que no eres atractiva. Eres preciosa, y una mujer muy deseable.


Sus palabras la asustaban. Quería creerlo, pero en el fondo de su corazón sabía que no era cierto. Sacudió la cabeza y le dijo:


–Pedro, no te confundas: Sé que tengo cosas buenas, como que soy lista, y fuerte, y me considero una buena amiga. Pero los hombres como tú no besarían jamás a una mujer como yo.


No a menos que fuera parte de una apuesta, o que estuvieran intentando manipularla. Los ojos de Pedro relumbraron de un modo extraño, y sus labios se curvaron en una media sonrisa.


–Eso crees, ¿Eh? –murmuró, inclinándose un poco más hacia ella.


Paula levantó las manos.


–¡No te atrevas a…!


Pedro besó sus labios antes de que pudiera acabar la frase, empujándola contra la pared, y se tomó su tiempo para explorar cada rincón de su boca. Luego, sin dejar de besarla, tomó su rostro entre ambas manos, y apretó su cuerpo, duro como una roca, contra el de ella. Su pecho le aplastaba los senos, y había introducido una pierna entre sus muslos, presionando contra el punto más sensible de su anatomía. Un gemido escapó de su garganta, y él emitió una especie de ronroneo mientras continuaba enroscando su lengua con la de ella. «¡Para!, ¡para!, ¡para!», le ordenó mentalmente, pero él no dejó de besarla, sino que continuó saboreando su boca, apretándose contra ella, y haciéndola sentir hermosa y deseada. A Paula se le escapó un nuevo gemido, y estrujó entre los dedos su sudadera de algodón mientras respondía a sus besos con fruición. Subió las manos a sus hombros y enredó los dedos en su cabello, pero quería más, mucho más. 

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