martes, 7 de diciembre de 2021

Curaste Mi Corazón: Capítulo 2

Pedro se frotó los ojos con las manos antes de volver a mirar la pantalla del ordenador. Releyó la receta que estaba escribiendo y apretó los puños. «¿Qué ingrediente venía después?». Aquella receta de mejillones al vapor era complicada, pero debía haberla hecho unas cien veces. Apretó los dientes irritado. El texto en la pantalla se tornó borroso; las palabras parecían bailar. ¿Por qué no podía recordar cuál era el ingrediente que había que añadir a continuación? ¿Era la leche de coco? Sacudió la cabeza. No, eso iba un poco después. Se levantó maldiciendo entre dientes, y se puso a andar arriba y abajo por la habitación mientras se imaginaba a sí mismo preparando aquel plato. Se visualizó en una cocina, con todos los ingredientes frente a sí. Se imaginó hablando a la cámara que rodaba cada programa, explicando cada paso de la receta, y la importancia de ir incorporando los distintos ingredientes en el orden correcto.


Inspiró profundamente, rebuscando en su mente, pero de inmediato se desinfló. Se pasó una mano por el cabello, angustiado. Volver a cocinar, volver al trabajo… Una oleada de dolor lo invadió, ahogándolo con un anhelo tan profundo que pensó que la oscuridad lo devoraría entero. Y sería una bendición si eso ocurriese, pero tenía trabajo que hacer. Le dió un puntapié a un montón de ropa sucia tirada en un rincón antes de volver a la mesa y alcanzar la botella de bourbon que había junto a ella, en el suelo. El alcohol lo ayudaba a aturdir el dolor, aunque fuese por poco tiempo. Se llevó la botella a los labios pero se detuvo. Los pesados cortinajes tapaban por completo los ventanales y las puertas cristaleras que salían a la terraza, bloqueando la luz, y aunque su cuerpo parecía hallarse en un estado constante de aturdimiento, sabía que no debían ser más de las diez de la mañana. «¿Qué más da qué hora sea?», se dijo cerrando la botella y volviendo a sentarse. «En cuanto termine esta maldita receta podré emborracharme hasta quedarme dormido». ¿Terminar la receta? Era lo que tenía que hacer, pero estaba tan cansado… En ese momento el ordenador emitió un tono de notificación. Acababa de recibir un mensaje. Entró en el programa del correo electrónico para leerlo. Era de su hermano Federico. ¡Cómo no! Hizo clic sobre el asunto para leerlo: "Hola, hermanito: No te olvides de que Paula llega hoy". Pedro soltó una palabrota. No necesitaba una empleada del hogar. Lo que necesitaba era paz y tranquilidad para poder terminar aquel condenado libro de cocina. Y si no fuera porque aquella mujer había salvado la vida de su hermano, la mandaría a paseo.





Paula se bajó de su todoterreno e intentó decidir qué mirar primero, si la casa a su izquierda, o la vista que se extendía hasta el horizonte a su derecha. Suerte que conducía un todoterreno y no el deportivo que soñaba con tener algún día, porque la carretera rural que llegaba allí estaba llena de baches. Y eso después de cinco horas de autopista. Se alegraba de haber llegado al fin a su destino. Se giró hacia la derecha para admirar el paisaje. El terreno, cubierto de hierba descendía hasta convertirse en dunas salpicadas de plantas silvestres. Y más allá había una larga playa de dorada arena bañada por el suave sol de invierno. Un suspiro escapó de sus labios. Debía haber al menos seis o siete kilómetros de playa y no se veía a un alma. Aunque había pasado ocho años trabajando en la árida región del Outback, no se había dado cuenta hasta ese momento de lo mucho que había echado de menos el mar. Finalmente se volvió hacia la casa. Estaba hecha de madera, tenía dos platas, un amplio porche, y en el piso de arriba un balcón. Era una casa muy bonita, pero… ¿Por qué estaban cerradas todas las ventanas y echadas las cortinas?, se preguntó frunciendo el ceño. ¿Y si Pedro no estaba allí? No, si hubiese vuelto a la ciudad su hermano Federico se lo habría dicho. Se mordió el labio y se cruzó de brazos. Federico le había dicho que su hermano era un poco… Difícil. Subió las escaleras del porche. En la pared junto a la puerta, pegada con celo, había una nota dirigida a ella. La arrancó para leerla:


"Señorita Chaves: No me gusta que me molesten cuando estoy trabajando, así que pase sin llamar. Su habitación está en el piso inferior, pasada la cocina. No debería haber razón alguna para que suba usted al piso de arriba". 

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