jueves, 2 de diciembre de 2021

Indomable: Capítulo 46

Y de inmediato comprobó que más osado. En el acto la pegó a su cuerpo, bajando el brazo por su espalda para acercarla con una familiaridad sensual que le desbocó el corazón. El calor de su cuerpo atravesó su ropa y la abrasó. Inclinó la cabeza y posó los labios cerca de su oreja. Paula no apartó la vista de su mandíbula. Apenas podía respirar. Le temblaban las piernas, aunque el ritmo lento del baile le permitió ocultarlo.


-Parece que esta noche eres muy popular, señorita Paula.


La primera impresión que recibió fue de celos, pero lo descartó de inmediato como una proyección de su fantasía. Poco podía importarle a Pedro cómo o con quién pasaba su tiempo. No había realizado ningún movimiento para reclamar territorio con ella, ningún esfuerzo para verla durante las semanas pasadas; ni siquiera la llamó para saber cómo estaba Kiara.


-Y tú has estado ocupado manteniendo felices a las damas -replicó con rigidez.


-Tengo entendido que has emprendido algunos cambios.


-Me he esforzado algo -musitó. Era una tortura estar contra él. Tenía que hacer algo para distraerse-. Malena me ha comentado que tienes interés en comprar el Broken B.


Pedro no respondió de inmediato y empezó a conducirla hacia el borde de la pista.


-Esta noche no tengo ganas de hablar de negocios.


Su voz ronca le sugirió cosas maravillosas e imposibles. La decepción atenazó el corazón de Paula. Ya no podía enfrentarse al dulce placer y al dolor secreto de permanecer otro momento en sus brazos. Dejó de bailar y se apartó.


-Perdona, pero necesito beber algo -contando con el elemento de la sorpresa, realizó un movimiento rápido para escapar, luego atravesó la pista con toda la dignidad que pudo. 


Se detuvo ante la mesa de refrescos y se sirvió una limonada. El líquido helado mitigó su sed y le calmó los nervios. Como si el breve encuentro con el cuerpo grande de Pedro le hubiera magnetizado el suyo, al instante notó cuando iba a reunirse con ella. Temblaba, pero se terminó el resto de la limonada. Dejó el vaso y se volvió hacia la dirección opuesta, dando a entender que era ajena a su presencia. Pedro le asió el brazo antes de que pudiera dar un paso. Paula se paralizó. Podía soltarse y arriesgarse a que alguien lo viera o quedarse donde estaba y oír lo que tuviera que decirle. 


-Me preguntaba si podía llevarte a casa. Fuera lo que fuere lo que había esperado oír, no era eso.


-Aún no ha oscurecido. Además, he traído mi coche.


-Haré que alguien te lo lleve -se acercó más.


-Aún no estoy lista para marcharme -probó a continuación. 


¿Por qué no se había negado a su petición? Además, ¿Por qué quería llevarla? Y tan temprano. Como iba a ser una noche larga, Malena la había invitado a quedarse a dormir en el rancho. Cuando Pedro se inclinó sintió su cálido aliento en la mejilla.


-De acuerdo, señorita Paula. Imagino que debes disfrutar de la noche en la que eres la heredera más pretendida de Texas. Pero no se te ocurra iniciar nada con uno de esos vaqueros o petroleros.


Le soltó el brazo. Cuando pudo volverse para mirarlo, él se alejaba. Casi al instante salió a su encuentro una morena alta. Pedro oyó lo que le dijo la mujer, luego le pasó el brazo por la estrecha cintura y la condujo a la pista de baile. Paula se quedó mirándolo fijamente, aturdida por lo que le había comentado y por el significado que le había dado a esas palabras. Y entonces sintió la lenta y ardiente furia que creció en su interior. Llevaban semanas sin verse. De pronto aparecía en la barbacoa de su prima, prescindía de ella hasta el inicio de la música, y entonces no sólo sintió el capricho de bailar, sino de manejar su vida. De llevarla pronto a su casa Dios sabía por qué motivos. Y cuando se había negado a marcharse, con magnanimidad le «Permitió» quedarse, aunque ordenándole que no coqueteara con ningún hombre. El atrevimiento colosal de ese hombre la ponía furiosa. Pedro Alfonso, sin importar qué pasara por su dominante cerebro tejano, había resultado ser otro más en la larga fila de gente que sólo de vez en cuando sentía el deseo de disfrutar de su compañía. Tenía una vida nueva y no pensaba volver a esperar que un rico vaquero arrogante encontrara tiempo en su apretada agenda para llamarla con el dedo o con un silbido. Más crispada aún por esa imagen, lo buscó con los ojos, lo localizó y con agallas se dirigió hacia donde bailaba con la morena; tocó el hombro de ésta y le sonrió con dulzura cuando le lanzó una mirada asesina por su intrusión.


-Perdona, encanto -dijo mientras apartaba la mano de Pedro de la cintura de la mujer y la hacía a un lado-. Te prometo que te lo devolveré en seguida -lo alejó tres pasos antes de detenerse y colocar la mano de él en su cintura. Le tomó la otra mano y gruñó-: Baila, vaquero -lo vio titubear, y luego ceder cuando decidió dejar que se saliera con la suya. La condescendencia que leyó en ese pequeño acto la enervó todavía más-. Agradezco que cuidaras de mi en las montañas y que me sacaras de allí a salvo -espetó-, pero si diste por hecho algo más entre nosotros, el momento para haberlo demostrado pasó hace semanas. En cuanto a quién elija para iniciar algo esta noche, es asunto mío -los dos dejaron de bailar-. Y sin importar cómo hubiera podido funcionar lo nuestro cuando regresamos a Texas, jamás te daría poder absoluto sobre mí ni permitiría que dictaras cómo debo llevar mi vida -se sintió impulsada a repetir-: Iniciaré lo que me apetezca con cualquiera de los hombres que hay aquí. 

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