Kulk, muy preocupado, la llevó a Hoek, la acompañó al transbordador y volvió a casa sintiéndose muy incómodo.
A la una de la madrugada, Paula estaba sobre un mar revuelto y se sentía mareada. A esa misma hora Pedro volvió a casa. No le había gustado el tono de voz de Paula y, como ya estaba seguro de la recuperación de su paciente, había decidido marcharse. En cuanto la viera, iban a hablar todo lo que ella quisiera y luego la besaría... Al entrar en la casa, Kulk salió a recibirlo.
-Mijnheer, ha vuelto. Gracias a Dios...
-¿Mevrouw? ¿Está enferma? ¿Ha habido un accidente?
-No, no.
Kulk le explicó todo lo que había sucedido y después añadió:
-No me parecía bien que se marchara tan rápidamente, pero insistió. Acabo de volver hace tan solo media hora.
Pedro se dirigió a la sala para ver si Paula le había dejado alguna nota. Sobre el escritorio se encontró con un sobre. Se sentó a leerlo y, cuando acabó, estaba sonriendo. Ese era un enredo fácil de desenredar. Sus ojos se fijaron en el montón de papeles de la papelera. Los sacó y los estuvo leyendo. Ella había escrito con mucha precipitación, pero el significado estaba claro. Después encontró el papel con el corazón. Estaba muy cansado, pero la sonrisa tan amplia que se le dibujó en el rostro borró las líneas de cansancio de su atractiva cara. Kulk entró en la sala con un café y unos sandwiches.
-Vete a la cama, Kulk. Mañana te voy a necesitar por la mañana para que me lleves a Schipol. Desde allí volaré directamente a Plymouth para traerme de vuelta a mevrouw.
Cuando Paula pisó tierra firme, empezó a sentirse mejor. Estaba deseando llegar al chalet, pero aún le quedaba un viaje muy largo. Pensó que quizá había actuado de manera precipitada y tal vez se había equivocado; pero ya no había tiempo para arrepentimientos. Primero tomó un tren a Londres. Una vez allí, tuvo que esperar una hora el tren a Totnes. Le dió tiempo a comer algo y a maquillarse, compró una revista y, finalmente, se subió al tren. Este salió con retraso y fue parando en todos los pueblos por los que atravesaba. Cuando por fin llegó, llamó un taxi para recorrer los últimos veinte kilómetros que la separaban de su casa. Cuando llegó, ya había empezado a oscurecer. Lo único en lo que podía pensar era en tomarse un té y quitarse los zapatos. El taxi la dejó en la puerta y ella caminó hacia la casa con la llave en la mano. Al encender la luz, se quedó sin respiración. Sentado cómodamente en un sillón estaba Pedro.
-¡Por fin has llegado, cariño! Debes haber tenido un viaje horrible.
Paula rompió a llorar y él la tomó en sus brazos.
-No tendrías que estar aquí -le dijo entre sollozos-. ¿No entiendes que te he dejado?
-Cada cosa a su tiempo -dijo él con calma-. Estoy aquí porque te quiero y tú estás aquí porque me quieres. ¿No es así?
-Pero tú no me quieres. Tú quieres a es Verónica...
Él suspiró.
-Hace diez años pensé que la quería; pero ella se marchó y yo no he vuelto a pensar en ella desde entonces.
-Pero la viste el año pasado.
-Sí, por casualidad; pero nunca pienso en ella. Igual que tú no piensas en Diego.
-Ella me colgó...
-No era ella. Era la secretaria de alguien que conozco en Washington que quiere que vaya a dar unas conferencias.
Paula se limpió la cara con el pañuelo que él le estaba ofreciendo.
-¿De verdad me quieres?
Él la miró fijamente.
-Sí, cariño. De verdad te quiero. Me enamoré de tí la primera vez que te ví, en la panadería.
-¿En serio? No me he dado cuenta hasta hace poco, pero yo también me enamoré de tí en la panadería, cuando te compraste aquel bizcocho.
-Eso me recuerda que tenemos sandwiches para cenar.
-Estoy hambrienta. ¿Puede alguien estar muy enamorado y tener hambre al mismo tiempo?
-Por supuesto que sí -le dijo él ayudándola a quitarse el abrigo-. También he comprado champán.
Más tarde, Paula le preguntó que cuándo iban a volver.
-Mañana tomaremos un avión a casa.
-¡Hum! A casa -repitió Paula con tanta felicidad que él no pudo evitar volver a tomarla en sus brazos.
Ella lo miró a la cara. Era muy guapo, aunque estaba tan cansado que parecía mayor de lo que era, pero se le veía feliz...
-Soy tan feliz... -le dijo Paula, y le dió un beso.
FIN
Al fin de dieron la libertad de amarse!
ResponderEliminar