Una vez terminado el cuadro, experimentó una especie de liberación, aunque ahí se terminaba todo parecido. Aún la dominaba el dolor de la soledad. Dejó el pincel y le faltaron fuerzas para ordenar. Deseó que no hubiera insistido en que los acompañara a la isla cercana gobernada por su hermano, el príncipe Leandro. Lo odiaba por haberla hecho descubrir lo mucho que ansiaba ser amada. Le había ido bastante bien sola, llevando su vida como había llevado las de su madre y su hermana, temiendo soltar las riendas por si no hubiera nadie para recogerlas. Con sus besos Pedro la había hecho enfrentarse a lo que durante tanto tiempo había escondido en su interior. Temía amar y perder. Que el cielo la ayudara, pero temía amarlo y perderlo a él.
El día del Viaje era un festivo oficial en Carramer. Desde el helicóptero real, Paula contempló una flotilla de embarcaciones pequeñas que moteaban el estrecho entre la isla principal de Celeste y la Isla de los Ángeles.
-Parece que toda Carramer se ha hecho a la mar -le comentó Paula a Joaquín. El pequeño apenas podía contener su entusiasmo, tanto por la novedad de viajar en helicóptero como por la aventura que lo esperaba.
-¿De verdad vamos a nadar entre delfines? -le preguntó.
-Vamos a nadar donde suelen estar, coquin -repuso Pedro-. Depende de ellos si -Vendrán si les dices quién soy -manifestó con tanta confianza que Paula se echó a reír.
-Probablemente lo harían -sintió el amor que le inspiraba el pequeño, y la curiosa mezcla de arrogancia real y encanto infantil amenazó con derretirle el corazón. Cuánto daría porque tuviera una madre que le diera los hermanos que merecía. El corazón casi se le detuvo al considerar lo que haría falta para cumplir ese deseo. Miró a Pedro; él la estaba estudiando. Se ruborizó al imaginar que quizá hubiera adivinado lo que pensaba y apartó la vista. A través de la ventanilla vió que la Isla de los Ángeles se aproximaba a toda velocidad y de inmediato comprendió su nombre. Desde el aire, su forma de alas de ángel, se podía ver con claridad. Al aterrizar vislumbró unas playas blancas bordeadas de bosques tropicales. Había creído que Celeste era hermosa, pero esa le quitó el aliento. Era un lugar mágico y romántico, posiblemente el último de la Tierra donde debería estar con Pedro. Un convoy de todoterrenos de lujo los recibió en la pista y fueron conducidos al palacio de Aviso, donde el hermano de Pedro, Leandro, tenía la sede de su gobierno. Con los ojos muy abiertos, Joaquín no dejaba de saltar en el coche.
-¿Nos estará esperando el tío Leandro?
-Desde luego -rió Pedro-. Quédate quieto, coquin, o asustarás a los delfines.
-¿Crees que me han visto? -le preguntó a Paula.
-Has dejado de moverte justo a tiempo -respondió ella, conteniendo a duras penas una sonrisa.
El palacio apareció a la vista y los delfines quedaron momentáneamente en el olvido cuando Joaquín se esforzó por ver a su tío. Paula también sentía curiosidad por conocer al hermano menor de Pedro. El palacio era un edificio de color coral con columnas talladas que sostenía un techo bajo el cual se detuvieron los vehículos. Salió del vehículo en el instante en que un hombre alto de buena planta bajaba por los escalones de dos en dos. Adivinó que se trataba de Leandro Alfonso. Como mucho parecía dos años menor que Pedro y exhibía los mismos rasgos elegantes, los pómulos salientes y la mandíbula fuerte. Observó a Pedro mientras los hermanos se saludaban. Cuando la presentó, Leandro la evaluó, aunque Pedro no dió más explicaciones. Se preguntó si tendría la costumbre de llevar a los miembros del personal a las reuniones familiares. La niñera de Joaquín no había sido invitada. Leandro sentó al pequeño en sus hombros y abrió el camino.
-¿Cómo está mi sobrino favorito?
Parecía cómodo con el niño y Paula se preguntó si tendría hijos propios. De ser así, no vió señal de ellos. Mientras los hermanos intercambiaban noticias, se dedicó a servir el té ya preparado. Pedro le regaló una sonrisa de agradecimiento cuando le entregó una taza, pero no le prestó más atención que a los sirvientes que iban y venían. Se sintió irritada. ¿Qué había esperado? ¿Champán y rosas? Sabía que él lamentaba el momento de pasión que habían compartido, pero le dolía descubrir que volvía a ocupar su antiguo sitio, invisible salvo cuando le servía. Ocultó su furia y se concentró en los hermanos.
-El yate está listo, pero no me uniré a ustedes -decía Leandro.
-¿Por qué no? -Pedro frunció el ceño.
-¿Creerías que tengo que atender un asunto de estado? -repuso con ligereza, aunque Paula detectó el resentimiento por ser cuestionado.
-Asunto, tal vez -Pedro apretó los labios-. De estado, lo dudo. ¿He conocido a la mujer que te impide sumarte a una reunión familiar?
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