jueves, 8 de abril de 2021

Conquistar Tu Corazón: Capítulo 50

 -Pedro, por favor, para -imploró-. No puedo dejar que hagas esto.


-Pararé cuando me digas la verdad -musitó con la boca sobre su cuello.


Ella echó la cabeza hacia atrás y cerró los ojos, pero fue un error que solo sirvió para ayudarla a centrarse en lo maravilloso que era tener a Pedro cerca. Con un esfuerzo supremo reorganizó sus defensas.


-Te estoy diciendo la verdad. Que seas un príncipe o un mendigo no marca ninguna diferencia. Mi respuesta sigue siendo la misma.


-Entonces, ¿No te importa si entrego el trono?


-Haz lo que quieras -sin embargo, la agonía en su voz la delató. 


Para sorpresa de Paula, él no pareció oírla. Se levantó y le ofreció una mano.


-Creo que no hace falta decir nada más, salvo adiós.


Paula mantuvo los ojos apartados para que no viera la humedad que los empañaba. Ante la puerta, dijo por encima del hombro:


-Gracias por el romance de verano, alteza. En casa no se creerán con quién he salido -«Cuidado», se advirtió, «No te excedas». Llevó la mano al picaporte, pero su voz la frenó en seco.


-No tan rápido, Paula. Esto aún no ha terminado.


-Acabas de reconocer que no quedaba nada más por decir -irguió los hombros-. Así que... adiós -la voz casi se le quiebra.


-Date la vuelta -su voz sonó con toda la autoridad de su rango.


Paula sintió las piernas pesadas al obligarse a girar. El estaba rígido, con los puños apretados a los costados, pero fue la angustia que vió en sus ojos lo que le atravesó el alma. No pudo contenerse.


-Pedro, no...


-Podría decir lo mismo de tí -musitó él con voz tan desgarrada que ella avanzó un paso sin darse cuenta, para detenerse cuando añadió-: Estuviste a punto de engañarme hasta que cometiste el error de bromear con el «Romance de verano». No lo fue para ninguno de los dos.


-Fuera lo que fuere, se acabó -afirmó, acallando la esperanza que quería nacer en su pecho-. Así debe ser. No puedo permitir que dejes el trono por mí, sin importar cuáles sean mis sentimientos.


-¿Entonces reconoces que sientes algo? -un destello encendió sus ojos.


-Claro que siento algo. ¿Por quién me tomas, por un robot? -le espetó con la visión borrosa. 


-Un robot no me encendería como haces tú. Ni me impulsaría a cometer locuras.


-¿Como entregar el trono? -murmuró con tono torturado.


-Como enamorarme, algo que después de mi matrimonio juré que no volvería a hacer mientras viviera.


-¿Qué estás diciendo? -el corazón le dió un vuelco.


-¿Tú qué crees? Te amo, Paula. Si me cuesta la corona, mi país y todo lo que poseo, te perseguiré hasta que aceptes casarte conmigo.


-No tendrás que ir muy lejos -musitó. No podía creer que al fin hubiera dicho las palabras que había anhelado oír-. Yo también te amo, con todo mi corazón.


-Paula -en dos zancadas atravesó la estancia y la pegó a su pecho, cubriéndole el rostro con besos suaves.


Paula sintió que la dominaba un placer tan intenso que rayaba en el dolor, pero aún tenía que saberlo.


-¿Cómo puedes amarme cuando represento todo lo que te desagrada en una mujer?


-Independiente, pertinaz y porfiada -asintió-. En realidad, son cualidades que me gustan en una mujer, siempre y cuando ella me ame.


-Te amo -juró-. Fingir que no lo hacía ha sido lo más duro que he intentado jamás.


-Por suerte para mí, eres una mala actriz -le besó los ojos.


-Pero tú no actuabas, ¿Verdad? -abrió los ojos-. Habrías entregado tu trono para ir en pos de mí -su voz irradió el asombro de ser tan amada y el terror de que hubiera llevado a cabo su amenaza.


-Habría hecho lo que hiciera falta para retenerte a mi lado.


-Lo único que tienes que hacer es pedírmelo -lo instó.


-Paula Chaves, ¿Quieres casarte conmigo y gobernar Carramer a mi lado, como princesa?


La enormidad de lo que le pedía amenazó con abrumarla hasta que lo miró a los ojos y estuvo a punto de ahogarse en el amor que vió en ellos. ¿Cómo podía sentir miedo cuando él iba a estar a su lado, guiándola?


-Sí a todo, Pedro. Lo único que quiero es que estemos siempre juntos. 


Él soltó un suspiro ahogado, como si no hubiera tenido seguridad de la respuesta que iba a recibir.


-Mi Paula, mi amouvere. A partir de ahora mi corazón y mi reino son tuyos. Lo que quieras, solo has de pedirlo.


De pronto, tímidamente, ella bajó la cabeza y jugó con la pechera de su camisa. Era hora de poner en práctica algunas de las palabras que Laura le había enseñado.


-Lo único que quiero es tu amor, ma amouvere, ta´ ama ta´ vera.


Pedro rió entre dientes y con un dedo en la barbilla le alzó la cara.


-Me encanta que estés aprendiendo nuestra lengua, pero lo que has dicho... no es «Te amo». Acabas de invitarme a pasar una semana en tu cama.


-¿Y? ¿Te molesta eso?


-En absoluto, princesa -aseveró-. No hay sitio en el mundo donde preferiría estar. Pero como creo en establecer un buen ejemplo para mi pueblo, intentaré contenerme hasta que nos casemos. No resultará fácil si insistes en ese tipo de invitaciones.


-Intentaré comportarme, al menos hasta la ceremonia -prometió.


-Sabes que no hay divorcio en nuestro país -comentó él con seriedad-, de manera que espero que estés segura de qué es lo que quieres.


-Tú eres lo que quiero -no vaciló-. Lo percibí en cuanto la corriente me dejó a tus pies, pero después de ver el infierno por el que pasaron mis padres sin amor, pensaba que el matrimonio no era para mí.


-De modo que fingiste que no querías la responsabilidad de la vida real. Casi me convenciste, hasta que averigüé lo que habías hecho por tu madre y por tu hermana después de que tu padre los dejara. Pero yo también empecé a enamorarme de tí el día que te saqué del mar. ¿Por qué crees que te vinculé a mí?


-¿Porque te abofeteé? -alzó la cabeza.


-No soy tan frágil -sonrió-. Fue para retenerte aquí el tiempo suficiente para que te enamoraras de mí.


-Funcionó, pero pensé que solo por mi parte.


-Ahora ya conoces la verdad. Fui yo quien quedó vinculado a tí, de por vida. Te amo, ma amouvere. Ven, deja que te muestre el palacio, ya que será tu nuevo hogar. 


-¿Podemos empezar por los dormitorios? -preguntó con temeridad.


-¿Qué sugieres? -fingió asombro.


-Bueno, tenemos que asegurarnos de que el palacio tiene suficientes dormitorios para todos los hermanos y hermanas que va a tener Joaquín después de casarnos -dijo-. Siempre y cuando tú quieras más hijos -explicó con cierto nerviosismo. Se sintió aliviada cuando él asintió.


-Lo que hacía que fuera tan doloroso era pensar que jamás los tendría.


-¿A qué creías que me refería cuando te pedí que me mostraras los dormitorios?


-Tal vez, ma amouvere, ¿A ta'ama ta'vera? -rió con provocación. 


Sin advertencia previa, la levantó en vilo y ella protestó. .


-Bájame, Pedro. Solo bromeaba. No podemos irnos a la cama una semana entera.


La dejó en el suelo con renuencia.


-Eres una mujer dura, Paula. Y haces que me sienta un hombre duro.


Pegada a él, no tuvo ninguna duda al respecto. El deseo la atravesó, pero logró sonreír a pesar del nudo en la garganta.


-Mi objetivo es complacerte.


Con un gemido de entrega, la moldeó contra su cuerpo y con besos y caricias le demostró que había triunfado. 


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