jueves, 1 de abril de 2021

Conquistar Tu Corazón: Capítulo 42

 -No lo creo -manifestó el otro con impaciencia-. He empezado a salir con ella hace poco.


-Otra nueva -Pedro suspiró-. ¿Cuándo vas a empezar a comportarte como requiere tu rango, Leandro?


-¿No crees que es un día demasiado bonito para mantener esta discusión? -inquirió con irritación rápidamente controlada.


Pedro dió la impresión de querer decir algo más, pero al fin fue consciente de la presencia de Paula.


-Estoy de acuerdo por ahora, pero considéralo una postergación. Ni siquiera un príncipe puede evadir eternamente sus responsabilidades.


Atracado en un muelle próximo a Turtle Bay, el yate de Leandro era una estilizada embarcación de dieciocho metros de eslora con un trampolín para zambullirse en la popa y todos los lujos posibles en el interior. Una copa de champán les dio la bienvenida a bordo, con zumo de naranja para Joaquín. Tan suave fue la partida que apenas notó que se movían hasta que notó que la isla se alejaba a popa. La escolta los seguía en un segundo barco a cierta distancia. Había contado con que los agentes de seguridad sirvieran de muro entre Pedro y ella. La tripulación del barco era invisible. Aparte de Joaquín, bien podrían haber estado solos. Ponerse un traje de baño parecía una locura, pero a Paula no se le ocurrió ninguna escapatoria. No podía vigilar al niño desde el salón y se negaba a que sus sentimientos hacia Pedro le impidieran cuidar adecuadamente del pequeño. Sintió los ojos del príncipe sobre ella en cuanto salió del camarote con el traje de baño azul marino que había comprado hacía poco con Laura. Era mucho más recatado que el biquini que llevaba cuando conoció a Pedro, pero el corte alto de las piernas y el pronunciado escote de la espalda revelaban bastante; además, la tela de licra se pegaba a sus curvas como una segunda piel. Sintió como si él admirara algo que le pertenecía. Ya había dejado claro que no hacía el amor con una criada vinculada. De repente una idea hizo que frunciera el ceño. ¿La molestaba la falta de libertad o que el vínculo prohibiera la proximidad entre el príncipe y ella?  «No», pensó. El vínculo le había evitado entregarse a Lorne cuando nada bueno podría salir de ello. No obstante, la garganta se le resecó y tragó saliva cuando él se levantó. Llevaba un bañador negro que se ceñía a unas caderas tan duras como el acero. Agradeció que Joaquín se reuniera con ellos en el salón.


-¿Han llegado ya los delfines?


-Vamos a averiguarlo -repuso, mirando al niño.


No supo por qué tembló cuando Pedro alargó la mano para ayudarla a bajar a la zona de popa donde estaba situado el trampolín. Un tripulante les entregó máscaras y tubos de respiración. El pequeño también llevaba un traje salvavidas y escuchó con atención las palabras de su padre sobre la necesidad de agarrar la mano de Paula o la suya en el agua.


-Recuerda nuestras lecciones y si te sientes cansado flota de espaldas - concluyó.


 Joaquín asintió.


Nadar en las aguas cristalinas fue maravilloso. Paula contemplaba como hechizada los peces que se movían entre los corales. De repente, un grupo de delfines moteados se puso a flotar en torno a Joaquín y a, ella, que estaban tomados de la mano. Una de las criaturas acercó la cara a la máscara del pequeño y a punto estuvo de tocarla con su hocico. El pequeño no cabía en sí de entusiasmo. Costaba creer que algo que pesaba más de doscientos kilos pudiera ser tan grácil y juguetón. Un delfín joven se acercó demasiado y fue alejado por una madre ansiosa. Paula le sonrió al pequeño príncipe cuando pasó una mano por el lomo de un delfín, con el rostro encendido por el asombro. Pedro flotaba cerca de ellos. No podía ver su expresión, pero tenía que estar sonriendo. La escena la conmovió. La familia de delfines no dejaba de protegerse y su unión era una imagen tierna. Era una pena que el hombre al que amaba y ella no pudieran estar así de cerca. El hombre al que amaba. El pensamiento la impactó con tanta fuerza que le quitó el aire y tuvo que salir a la superficie a respirar. Jadeante, se enfrentó a la verdad. A pesar de todo, había cometido lo impensable y se había enamorado de Pedro. No del príncipe, sino del hombre; comprendió que esa era la razón por la que la noche anterior se había querido entregar a él y el por qué de que su rechazo le hubiera dolido tanto. 

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