martes, 30 de marzo de 2021

Conquistar Tu Corazón: Capítulo 40

Alzó las manos con la necesidad de tocarlo. Quería rodearle el cuello con los brazos y entregarse a las sensaciones que remolineaban en su interior. No había notado que se había arqueado contra él hasta que también sintió los latidos del corazón de Pedro. Había amenazado con encerrarla y lo cumplía con el tipo de encarcelamiento más dulce y peligroso. Pedro era todo lo que no debería querer en un hombre. Pertenecía por completo a su pueblo y jamás podría ser solo de una mujer. El desastre de su matrimonio demostraba lo imposible que era eso. Sin embargo, aquello solo sirvió para potenciar su deseo. Cuando él la apoyó en su escritorio y se inclinó sobre ella, apoyándose en los brazos, sintió que la habitación comenzaba a dar vueltas. Podía tratarse de un error, pero no quería que terminara. Contuvo el aliento cuando le levantó la blusa hasta los hombros y se puso a provocar su piel bronceada con los dientes. Se le resecó la boca y un fuego líquido corrió por sus venas. Con las manos lo pegó a ella. Con la respiración entrecortada, Pedro supo que su autocontrol pendía de un hilo. Quería poseerla, pero lo que más ansiaba era despertar cada mañana a su lado y hacer el amor. 


-Oh, Pedro.


Como una flecha, la voz ronca de ella atravesó sus pensamientos nublados por el deseo y se paralizó, dominado por la recriminación. Se preguntó qué estaba haciendo. Nunca había estado más cerca de violar sus propias leyes. Al situar a Paula bajo su vínculo, se hallaba legalmente obligado a protegerla incluso de sí mismo. Podía corregir, aconsejar, castigar si era necesario, pero jamás aprovecharse mientras estuvieran unidos por el vínculo. Requirió de toda su resolución para erguirse y ayudarla a incorporarse. El dolor desconcertado que vio en su expresión lo desgarró. Se dió la vuelta y comprendió que también había sido un error, ya que el ruido que hizo Paula al arreglarse la ropa despertó otra vez su deseo. 


-¿Qué sucede, Pedro? -murmuró ella. 


-Nada -afirmó, aunque todos los músculos de su cuerpo decían lo contrario-. El vínculo exige que me obedezcas, pero no hasta ese punto. Puedes irte. 


-¿Así, sin más?


Él cerró los puños. Como no se marchara pronto, no podría dejarla. Paula observó la espalda rígida de Pedro y el mensaje le resultó claro. No la quería de ninguna manera, ni siquiera físicamente, y si le quedaba algo de sentido común, haría bien en marcharse. Pero jamás había aceptado de buen grado las órdenes. 


-Hay algo más, ¿Verdad, Pedro? Algo que no me cuentas...


-Si insistes en saberlo -se dió la vuelta como un rayo-, el vínculo nos impone obligaciones a los dos.


-¿Como no acostarte con alguien que está vinculado a tí? -él asintió y ella comenzó a comprenderlo-. Podrías eliminar el vínculo -sugirió, sorprendiéndose a sí misma.


-Podría, pero no lo haré -expuso sin rodeos. Eso era lo único que la protegía de él.


Con el corazón encogido, Paula aceptó que no quería liberarla; le había ofrecido una solución y Pedro no la había aceptado. ¿Acaso había esperado una declaración de amor? ¿Qué habría hecho entonces? ¿Casarse y convertirse en una princesa?


-¿Puedo irme ya, alteza? -preguntó, confusa y dolida.


-Sí -jugueteó con la pluma de oro que había sobre el escritorio-. Una cosa más. Tu idea del Día del Viaje para Joquín me ha inspirado. Lo llevaré a la Isla de los Ángeles para que nade con los delfines. Tú nos acompañarás.


-Como desee, alteza - había aprendido la lección. 


-¿Te rindes, Paula? - enarcó una ceja con gesto sarcástico.


Ella no dijo nada, pero a Pedro le pareció oír que susurraba « ¡Y un cuerno!» al marcharse.


-Ya le enseñaré lo que es rendirse -musitó furiosa al entrar en el estudio. - Laura había dado de comer a Joaquín y este dormía la siesta, de modo que tenía la tarde libre. 


Tres horas más tarde, se pasó una mano por la frente húmeda, mitigada su frustración. El retrato de Pedro, pintado con intensidad, estaba terminado. Trabajando con el recuerdo, lo había representado con la ropa de uno de sus antepasados, el príncipe Ricardo de Ville de Alfonso. Ricardo había sido el primer monarca de Carramer en recorrer todas sus islas, unificándolas por primera vez en la historia. Su viaje se conmemoraba en todo el reino con el Día del Viaje. Con los pies separados y las manos en las caderas, se erguía sobre un risco y el océano revuelto le  rendía homenaje. Su mirada intensa recorría el paisaje como si no solo gobernara sobre la tierra y el mar, sino también sobre el vasto cielo. 


1 comentario: