jueves, 15 de abril de 2021

Soy Tuya: Capítulo 7

 –Mira tú por dónde… –se oyó decir en voz alta. Mientras que el sosegado Pedro de sonrisa tibia resultaba atractivo, el Pedro Hombre de Acción era de un guapo espectacular.


Paula tragó con dificultad. El mero hecho de que se le pasaran esas ideas por la cabeza respecto a un hombre con un hijo le bastaba para saber que debía marcharse de aquella casa en aquel mismo instante. Justo cuando tomaba el bolso y daba media vuelta, descubrió la fotografía de una mujer escondida entre todas las de Pedro y Mateo. La miró de cerca. El sol iluminaba su cabello denso y rubio. Su encantadora sonrisa dejaba al descubierto una dentadura perfecta. Sus ojos castaños dirigían una mirada ensoñadora a la persona que estaba tras la cámara.


–¿Paula? –llegó la voz de Pedro.


–¡Voy! –dijo ella, alzando la voz al tiempo que dejaba la fotografía sobre elpiano.


–¡Estamos aquí! –replicó él.


Paula siguió el sonido de su voz y los encontró en un luminoso cuarto de baño que en el pasado había sido el cuarto de la plancha. Mateo estaba sentado sobre la tapa del váter mientras Pedro rebuscaba en un armario. Y aunque sobre el piano de aquel hombre había la fotografía de una mujer rubia, y a pesar de que había estado a punto de atropellar a su hijo y que tenía cosas que hacer, y que no era asunto suyo, lo cierto fue que no pudo evitar la tentación de encontrar similitudes entre el Pedro del presente y el que había descubierto en las fotografías. Él alzó la mirada y al ver que lo observaba, entornó los ojos con suspicacia. Ella tuvo que pestañear para apartar la mirada y concentrarse en el trabajo que debía cumplir. Al lado de Pedro, sobre un banco, había todo un muestrario de cremas, lociones antisépticas y vendas.


–¿Están preparados para una explosión nuclear? –exclamó, sorprendida.


–No creo que en esta parte del mundo corramos riesgo de ser atacados por misiles –replicó él, en el mismo tono sarcástico.


Como a Paula le gustaban ese tipo de juegos, sintió un cosquilleo en el estómago.


–Entonces, ¿A qué se debe que tengas un botiquín personal tan bien equipado?


–Soy una persona muy meticulosa, ¿tienes algo que objetar?


–Sólo era una observación.


Pedro frunció el ceño levemente y sus labios se curvaron en una media sonrisa al tiempo que pestañeaba con lentitud. En ese instante, Paula intuyó que el juego empezaba.


–¿Y qué más has observado? –preguntó él, apoyando la cadera en la pared y un musculoso brazo sobre la puerta del mueble en actitud relajada.


Paula prefirió no correr el riesgo de mirarlo y se concentró en la mirada inocente y triste que le dedicaba Mateo.


–Por ejemplo, que siempre son los que tienen pinta de más fuertes los primeros que se desmayan ante la vista de sangre. ¿Piensas quedarte ahí todo el día o vas a dejarme pasar para que haga mi trabajo?


Dió un suave golpe con el hombro a Pedro y él se desplazó obedientemente hacia el lado opuesto. Paula tomó una botella de líquido marrón que era el preferido de Gonzalo cuando ella, la pequeña marimacho, volvía a casa llorando después de pelearse con los chicos del barrio. Sintió que la temperatura se elevaba cuando Pedro se sentó en el borde de la bañera para observarla.


–Espero que no salten las alarmas si se me cae una gota de líquido sobre este suelo tan blanco –bromeó ella, sin mirarlo a la cara.


–No te preocupes –dijo él–. Tenemos una asistenta.


–Así que tenemos, ¿Eh? –dijo ella, haciendo una mueca divertida a Mateo. El niño le sonrió con complicidad, y Paula tuvo de nuevo la extraña sensación de añoranza que había sentido unos minutos antes.


–Se llama Leonardo –explicó Mateo–. Viene casi todos los días. Pasa el aspirador, limpia el jardín y pone el lavavajillas.


–¿El lavavajillas? –repitió Paula, mirando a Pedro de soslayo–. ¡Caramba, caramba, ese Leonardo es una joya!


Le sorprendió descubrir que Pedro no había dejado de sonreír y retiró la mirada al instante.


–¡Y también viene a buscarme al colegio! –añadió Mateo, completamente ajeno a la tensión sexual que cargaba el aire de electricidad–. Y algunos días, si papá tiene trabajo que hacer o está visitando a clientes, se queda a cuidarme.


–Comprendo –dijo Paula, aunque en realidad no comprendía nada y se preguntaba qué hacía la mujer del brillante cabello rubio cuando Pedro estaba ocupado o visitaba a sus clientes.


Pero ése era un tema que no debía preocuparle. Se sentía mucho mejor de lo que nunca hubiera imaginado dentro de la casa que había constituido el infierno de su infancia, así que no debía tentar a la suerte.

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