jueves, 15 de abril de 2021

Soy Tuya: Capítulo 5

 –Si Mateo dice que no le has dado es que no le has dado –dijo–. Además, nodebía haber salido a la carretera.


Ella sacudió la cabeza.


–Y yo debería haber sido más cuidadosa.


Miró hacia la casa con una expresión de inquietud que Pedro no llegó a entender teniendo en cuenta de que a Mateo no le había pasado nada. Ella tragó saliva antes de volver la vista hacia él. Pedro le sostuvo la mirada como si estuviera hipnotizado. Algo en ella le resultaba familiar. Tuvo que hacer un esfuerzo para apartar la mirada y dirigirla a su hijo.


–A ver qué te has hecho en el codo, compañero.


Mateo retorció el brazo para enseñarle el ensangrentado arañazo. Al ver la sangre, Pedro se alarmó. Los numerosos terapeutas que habían tratado a Mateo durante el último año habían coincidido en que debía protegerlo. Y acababa de fracasar.


–Quizá debiéramos ir a urgencias para asegurarnos.


En cuanto aquellas palabras escaparon de su boca fue consciente de que eran completamente inadecuadas. Mateo abrió los ojos desmesuradamente y palideció. Pedro se maldijo. Hacía más de un año que ejercía en solitario de padre y seguía cometiendo errores imperdonables. La última ocasión en la que el niño había visto a su madre la transportaban un par de sonrientes conductores de ambulancia camino del hospital para realizarle unas pruebas. Y no había vuelto a verla. Se pasó la mano por el cabello.


–¿En qué estaba pensando? –dijo, poniéndose en cuclillas delante de su hijo–. Un poco de desinfectante y una venda serán suficiente, aunque puede que te pique un poco, ¿Crees que podrás soportarlo, compi?


Mateo asintió. El temor se borró de su rostro.


–Claro que puedo.


–Tengo un título en primeros auxilios –dijo una tímida voz a su espalda.


Pero se volvió y vio a Siena cambiando el peso de un pie al otro y frotándose las manos con tanta ansiedad que tenía los nudillos blancos.


–Puesto que la culpa ha sido mía –añadió ella, acercándose lo bastante como para que Pedro pudiera oler su perfume. Sutil. Caro. Deseable–, deja que te compense.


Los ojos de Paula lo aturdieron y, aunque sólo fuera durante unos segundos, por primera vez en mucho tiempo no sintió ni tristeza, ni dolor, ni amargura. Sólo pensó en el espectacular color de los ojos de ella. Se pasó la mano por la frente y no le sorprendió encontrar una gotitas de sudor que no tenían nada que ver con el calor de Cairns, al que estaba acostumbrado, sino con la presencia de aquella mujer. Por temor a que sufriera un ataque de ansiedad y consciente de que no podía ir a ninguna parte dado el estado en el que había quedado el coche, Pedro decidió aceptar su oferta.


–Entremos en casa. A los tres nos sentará bien una limonada.


Pedro rodeó los hombros de Mateo con un brazo y con la otra mano condujo la bicicleta, sin saber muy bien cómo ni por qué acababa de invitar a una total desconocida a su casa, cuando hacía meses que ni siquiera sus mejores amigos traspasaban aquella puerta. 


Paula corrió hacia el coche, sacó el bolso y cerró la puerta. Luego se encontró siguiendo a un extraño y a su hijo al interior del número catorce de Apple Tree Drive. Sólo el estado de shock en el que le había dejado el accidente justificaba que estuviera dispuesta a volver a entrar en aquella casa. Lo lógico sería quedarse esperando en el coche mientras aquel hombre llamaba una grúa. Tenía cosas que hacer. En el maletero del coche se estropeaba su traje de Dolce y Gabbana. Podía llamar a Rafael y pedirle que la recogiera. Llegaría antes que cualquier taxi. Pero en lugar de eso y sin saber por qué, estaba siguiendo a aquel hombre hacia su casa… Su propia casa, para tomar una limonada, cuando lo que verdaderamente necesitaba era un gin tonic. Desvió la mirada del porche que su padre había cementado cuando ella tenía nueve años y de las contraventanas negras que había roto en un par de ocasiones intentando escapar después del toque de queda, y se concentró en la arrugada camiseta negra que avanzaba delante de ella sobre unos anchos hombros, en el vello de unos brazos musculosos y en los desgarrados bolsillos de unos gastados vaqueros, amoldados a la línea de unas largas piernas. Cuando pasaron junto al rosal favorito de su padre, que ella había desflorado un día para llenar la bandeja del desayuno de su padre con rosas, se concentró en la nuca y el moreno cuello de James, en el que descubrió unas atractivas arruguitas.

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