martes, 6 de abril de 2021

Conquistar Tu Corazón: Capítulo 48

 -Reservaste la mesa a mi nombre -se sorprendió ella, pensando que había estado muy seguro de que aceptaría.


-No habría podido hacerlo al mío -repuso y, en la oscuridad, dio la impresión de que sonreía.


-Supongo que no. ¿Lo haces a menudo?


-Eres la primera mujer con la que salgo desde mis tiempos de estudiante en la universidad.


-Me refiero a escabullirte del palacio y moverte de incógnito -corrigió, negándose a sentirse adulada por su atención.


-Has visto demasiadas películas románticas. Los riesgos de seguridad que plantea esa conducta son enormes. En cualquier caso, así puedo aprender tanto de mi pueblo como si leyera la prensa.


Sin embargo, se había arriesgado por ella.


-¿Por qué lo haces? -inquirió, incapaz de soportar más tiempo el suspenso.


-Quería verte -afirmó.


-Pero, ¿Por qué? Nada ha cambiado entre nosotros. Sigues siendo el monarca de Carramer y yo sigo siendo una plebeya australiana -«Y entre nosotros sigue sin haber amor», añadió mentalmente.


-Esta noche, no -señaló-. Esta noche soy un hombre de negocios normal que sale a cenar con una mujer hermosa -miró en torno a las pocas mesas ocupadas-. Nadie nos presta atención. ¿No puedes disfrutar de la experiencia durante una noche?


Había invertido la tradición, convirtiéndose en un plebeyo que cenaba con Cenicienta, con la diferencia de que a medianoche se convertiría en príncipe y ella seguiría siendo Cenicienta. No obstante, le ofrecía una fantasía maravillosa que estaba tentada a aceptar.


-Muy bien -convino-. Pero solo por una noche.


Fue una velada sacada de un cuento de hadas.


-Incluso pides la comida con tono real -comentó ella.


-¿Quieres decir que me falta gracia o humildad? -sonó preocupado.


-En absoluto. Pero la gente normal no tiene tu confianza ni seguridad - explicó-. Aún cuando intentas que no lo parezca, suenas como si estuvieras al mando. Imagino que se nace con ello. 


-¿Por eso no quieres casarte conmigo?


Hasta el momento, Paula había logrado mantener la conversación en terreno neutral, hablando de Joaquín, de los cuadros y de su estancia en Solano. Tendría que haber sabido que aquello no duraría.


-No puedo casarme contigo porque tú no me amas -reconoció-. Llámame sentimental, pero no quiero un matrimonio de conveniencia.


Él le tomó la mano y con el dedo pulgar le acarició la palma, provocándole escalofríos.


-Dudo mucho que fuera un matrimonio de conveniencia. Ya sabes cuánto te deseo, Paula.


Lo sabía, y la sola idea de compartir su cama hacía que se derritiera por dentro. Pero él aún no había comprendido cuáles eran las dos palabras que quería oír y sin las cuales nada era posible.


-El matrimonio no es solo sexo -insistió-. También incluye dos personas que anhelan tanto compartir sus vidas, que harían y darían cualquier cosa por estar juntas.


-¿Y yo no puedo sentir eso por tí?


-Creo que te gustaría -movió la cabeza-, pero tu rango no te lo permite. Este es un momento sacado del tiempo, que no puede durar. No tendría que haber aceptado venir a cenar contigo.


-Pero aceptaste -cerró los dedos en torno a su muñeca antes de que ella pudiera apartarla-. ¿Por qué, Paula?


-Porque... -contuvo un sollozo. «Te amo». Durante un momento de horror creyó que lo había dicho en voz alta, pero por fortuna solo había sido un pensamiento- sentía curiosidad.


-Ahora que la has satisfecho, se ha terminado -su voz volvió a ser tajante y real.


Con el corazón hundido, ella comprendió que había vuelto a convertirse en el príncipe. Había conseguido su objetivo de convencerlo de que no estaba interesada y tuvo ganas de morirse. Pedro se levantó y dejó unos billetes sobre la mesa, sin molestarse en esperar el cambio.


-Te llevaré a casa. 


Mantuvo una distancia discreta mientras caminaba a su lado hacia el edificio donde vivía en casa de la familia de Laura. Debía de ser tan raro para él caminar por las calles de noche como lo era para Paula, pero no lo demostró. Ella era dolorosamente consciente de que la persona que la acompañaba era el príncipe y no el hombre al que amaba. ¿Qué había esperado? Ni aunque pudiera lo cambiaría. Pero sus sentimientos eran otra cosa. Pedro insistió en acompañarla hasta arriba y esperar mientras abría la puerta. En el umbral Paula titubeó, incapaz de plasmar en palabras la sensación de pérdida que la dominaba. Podía ser la última vez que lo veía.


-Pedro, yo... 


-¿Sí?


-Gracias por una velada agradable -qué formal sonaba, cuando lo único que quería era invitarlo a pasar y encargarse de que no quisiera irse en mucho tiempo. 


Él le recorrió el cuerpo como si quisiera grabarlo en su memoria.


-Ha sido un placer, Paula. Que tengas un buen viaje de vuelta a casa - apoyó las manos en sus hombros, inclinó la cabeza y le dió un beso en la frente.


Luego se marchó, dejándola sola en la puerta con la vista clavada en el lugar vacío que él había ocupado mientras deseaba que ocurriera un milagro. Pero sabía que no tendría lugar. Contuvo las lágrimas y entró. Despertó de una noche inquieta con el único pensamiento de alejarse lo más posible de Carramer y Pedro. Se preparó un café, se sentó ante el teléfono y llamó a las líneas aéreas, consiguiendo reservar una plaza en el vuelo de la tarde con rumbo a Australia. Su siguiente llamada fue para hablar con Antonio en la galería y darle los detalles del banco de Brisbane adonde podía enviarle el dinero obtenido por los cuadros. El sonó aliviado de que no quisiera discutir la venta, aunque ya no importaba. Pedro había visto el retrato pintado con todo el amor de su alma. Si era tan ciego al mensaje que había en él, le daba igual si jamás volvía a ver el cuadro. 

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