jueves, 8 de abril de 2021

Conquistar Tu Corazón: Capítulo 49

No supo si llamar a Pedro al palacio para despedirse, pero al final decidió no hacerlo. Ya se habían dicho toda la noche anterior. Incluso le había deseado un buen viaje. Aunque sí tendría que llamar para arreglar cómo devolverle las llaves del piso a Laura Myss. Alargó la mano hacia el teléfono y se sobresaltó cuando este sonó.


-¿Sí? -contestó.


-Paula, soy Andrés Pascale.


-¿Le ha sucedido algo a Pedro? -fue lo primero que se le ocurrió-. No estará enfermo, ¿Verdad?  


-No, a menos que la pérdida de la cordura sea una enfermedad -repuso el médico.


-No entiendo. ¿Qué ha hecho?


-No es lo que ha hecho, sino lo que piensa hacer. Habla de abdicar a favor de su hermano, Leandro.


-¿Abdicar? -sintió que no podía respirar-. ¿Por qué haría semejante cosa?


-Dígamelo usted -exigió el doctor-. Me llamó por la noche e insistió en que compartiéramos una copa, luego me contó lo que planeaba.


-¿Por qué cree que yo debería saber algo? -inquirió con súbita suspicacia.


-¿Anoche no estuvo con él? 


-Cenamos, pero... ¡Santo cielo! -le había dicho que dos personas que se amaban tenían que entregarlo todo para estar juntas-. No quería que lo tomara de forma literal -gimió.


-¿Estipuló usted la entrega del trono como condición para casarse con él? -el médico sonaba furioso, enterrada su cortesía bajo un manto de preocupación por el príncipe.


-Jamás soñaría con poner semejante condición -anhelaba el amor de Pedro, pero no a costa de todo lo que él quería.


-Es evidente que él cree que sí -indicó Andrés tras una pausa pensativa.


-¿Qué puedo hacer?


-Venga a verlo, déjele claro que no pretende que abdique por usted.


-Haré lo que pueda -aceptó con nerviosismo y oyó el suspiro aliviado del médico.


-La agenda de Pedro está libre desde las once hasta el mediodía. Si le envío un coche, ¿Podrá venir a esa hora? 


Durante un momento experimentó la tentación de, decir que no y dejar que Pedro abdicara. Entonces sí quedaría libre para ser fiel a su corazón. Se acabarían las agendas. No más exigencias. Podría amarla del modo en que ansiaba que la amara. Pero, ¿Cuánto duraría si dejaba que sacrificara su reino por su amor? En el fondo de su corazón conocía la respuesta. Tarde o temprano, el peso de su conciencia desgastaría su amor y no les quedaría nada.


-Estaré lista -aceptó.


Cuando la limusina con el escudo de armas real se detuvo ante su edificio, Paula ya sabía lo que tenía que hacer. Se preguntó si sería capaz de conseguir que Pedro pensara que le importaba tan poco como para convencerlo de que abandonar su trono era un gesto inútil. De algún modo tenía que lograrlo, si no ambos estarían perdidos. La recibió el ayudante de Pedro, quien la condujo directamente a ver al príncipe. Sorprendida, lo vió envejecido desde la noche anterior.


-Estás maravillosa esta mañana, Paula -rodeó el escritorio y le tomó las dos manos-. Me alegro de que hayas venido. Tengo algo que decirte.


-Yo primero -se adelantó sabiendo que, de lo contrario, no lo haría jamás.


Él la condujo a un sofá Chesterfield de piel y la sentó a su lado.


-¿Quieres que pida café?


-No, gracias. No dispongo de mucho tiempo -él enarcó las cejas-. Mi vuelo a Australia sale a las cuatro -le dió la impresión de que Pedro tenía que contenerse para no tomarla en brazos.


-Si has venido a despedirte, no es necesario -expuso él.


-Me temo que sí -bajó la vista a las manos, aún entre las de Pedro, y las liberó-. Dije algunas cosas en las que no creía. Deseaba disculparme y aclararlo todo antes de irme.


La tensión podía cortarse con cuchillo.


-Dijiste que querías ser amada -le recordó-. Yo quiero amarte, no como príncipe, sino como un hombre normal. Quiero abandonarlo todo y casarme contigo, Paula.


-¿Como madre para Joaquín? -no pudo evitar preguntar con amargura.


-Por encima de todo, como mi esposa y guardiana de mi corazón -la corrigió-. ¿Quieres decirme que no hablabas en serio al decir que era lo que tú también querías?


-Solo lo dije porque sabía que era imposible -fingió una risa ligera-. No puedo casarme contigo porque no te amo, Pedro. Entregar tu trono no cambiará mis sentimientos.


-No te creo -clavó la vista en ella. 


Tenía que creerlo. No podía permitir que abdicara, y el único modo que se le ocurría para detenerlo era convencerlo de que no le importaba.


-No quieres creerme -expuso sin rodeos-. Estás tan acostumbrado a dar órdenes que no soportas que te rechacen, Pedro. ¿No ves que con esa actitud no durarías ni cinco minutos en el mundo real, donde nadie estaría obligado a obedecerte?


-¿Es lo que piensas? -preguntó con cierta amargura. Se levantó y se dirigió a la ventana, donde le dió la espalda-. ¿Crees que solo te deseo porque eres inalcanzable? No es Verdad -giró-. Te deseo porque eres la única mujer a la que he amado de verdad. Incluso cuando mi matrimonio era relativamente feliz, jamás fue como lo nuestro -regresó al sofá y se inclinó para aprisionarla con un brazo a cada lado de ella-. Andrés te llamó, ¿Cierto?


-Me contó lo que planeabas, pero venir a verte ha sido idea mía.


Él maldijo en voz baja, ya que había esperado que la culpa fuera del médico. Paula no podía permitírselo. Incluso sin la petición de Andrés, habría intentado convencerlo de que no lo dejara todo por ella. Era lo único correcto. Deseó que se apartara para darle un muy necesario espacio emocional. Con su boca tan cerca, el recuerdo de sus besos amenazaba con distraerla de lo que debía hacer.


-¿Tienes que atosigarme? Me molesta -manifestó.


-¿Ahora sí? -esbozó una sonrisa sarcástica- Si de verdad no te importo no tendría que molestarte. No más que esto -su beso irradió tanta pasión y ternura que las lágrimas inundaron los ojos de ella. Él las vió y acercó un dedo a sus pestañas-. No pueden ser por mí. No me amas, ¿Lo has olvidado?


Empezaba a ser cada vez más difícil recordarlo, a medida que bañaba su cara y su cuello con unos besos que le derretían el corazón. Su determinación comenzó a agrietarse. 

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