jueves, 29 de abril de 2021

Soy Tuya: Capítulo 21

Paula empezaba a sospechar que la palabra «Nunca» no tenía significado en el mundo real.


–¿Estás seguro? –preguntó Gonzalo, prolongando su agonía–. Si no me equivoco, se escrituró a nombre de una mujer. Creo que se llamaba Daiana Campbell.


–Diana –dijo Pedro con una calma que admiró a Paula.


–Así que tienes un hijo –dijo Gonzalo.


–Sí. Se llama Mateo. Tiene ocho años.


–Yo tengo tres: dos gemelos chicos y una niña. Son maravillosos, ¿Verdad?


–A veces –respondió Pedro con una dulce sonrisa.


–Entonces, ¿Estás casado? –Gonzalo continuó con el interrogatorio.


–Pues… No, ya no.


–¿Divorciado?


–¡Gonzalo! –exclamó Paula, indignada.


Su hermano alzó las manos.


–Está bien, está bien. Lo siento –dijo, en un tono que resonó en todo el taller.


–Mentiroso. ¿Cómo puedes ser tan indiscreto?


–¿Y tú no lo eres?


–¡Gonzalo Gabriel, se acabó! Es tan histriónico –dijo Paula a modo de explicación, sin apartar su mirada encendida de los ojos de Gonzalo, que la miraba con igual intensidad–. Es su sangre italiana.


«Y su empeño en actuar como el hermano mayor. Y su personalidad controladora. Y una tendencia a provocarme hasta que estallo y quiero gritar o marcharme…» Si Pedro salía huyendo al comprobar que pertenecía a una familia de neuróticos incurables, no lo culparía. Pero por el momento seguía allí, tan irresistiblemente guapo como cuando había llegado.


–¿Querías algo de mí? –preguntó a Pedro para darle la oportunidad de irse si eso era lo que quería. Pero al mirarlo, descubrió que la mirada inexpresiva con la que había hablado con su hermano había adquirido una nueva luz.


Paula se mordió el labio por haber elegido unas palabras tan poco adecuadas.


–Sí. Iba a tomar un café y he pensado que me dejarías invitarte por haber curado la herida de Mateo.


–¿Una herida? ¿Mi hermana se ha enfrentado a una herida con sangre y todo? Empiezo a pensar que me la han cambiado.


Paula dió la espalda a su hermano y enlazó su brazo con el de Pedro.


–Gracias, Pedro. Acepto la invitación encantada. El café que dan aquí es puro veneno.


Sin mirar atrás, y tratando de no prestar atención al envolvente aroma de la loción de afeitado de Pedro, salió con él por la puerta.


–Yo que tú tendría cuidado –dijo Gonzalo, alzando la voz para que le oyeran–. Paula es tan peligrosa a pie como en coche.


Paula tuvo que reprimir el impulso de tomar una de las ruedas que había a la salida y tirársela a la cabeza. A Pedro le pareció que dedicaba a su hermano un gesto obsceno con la mano a modo de despedida. La mera posibilidad de que lo hubiera hecho hizo que sintiera en su interior el burbujeo de una carcajada. Y ese burbujeo era lo más prometedor que le había pasado en mucho tiempo. De hecho, era la razón de que hubiera acudido a buscarla. El blog se había convertido en su pócima de la verdad. En él escribía lo que no era capaz ni admitir ante nadie, ni siquiera antes sí mismo. Así que si en él escribía que quería darse una oportunidad, ver qué pasaba, debía seguir ese impulso. Cuando llegaron a la calle principal, fue consciente de que la mano de ella desprendía un calor que se propagaba por todo su brazo, así que dedujo que la reacción química que había experimentado el día anterior, la impresión de que cerca de ella percibía la existencia de un campo magnético, era real y no un mero producto de su imaginación. ¿Y quién era él para contradecir a la ciencia? El problema, una vez confirmada su sospecha, era que no estaba seguro de cómo debía actuar. Sólo había planeado el primer movimiento. Mandó al colegio a Mateo a pesar de que dijo que le dolía la cabeza y fue a invitarla a un café. Ella había aceptado la invitación. ¿Cuál era el siguiente paso? La miró de soslayo. Se había alisado el cabello y se había peinado de manera diferente. El maquillaje hacía que sus ojos parecieran más oscuros y profundos. Hiciera lo que hiciera con su imagen, estaba seguro de que en medio de una habitación llena de gente, Paula destacaría como un paraguas rojo en un mar negro.

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