Por parte de él no había amor, sino una necesidad física nacida de tanto tiempo en soledad. Pero en cuanto recuperó la cordura, se había parapetado tras su rango. Le gustara o no, el príncipe era la parte principal del hombre que amaba, la parte que se hallaría siempre fuera de su alcance. Después de cerciorarse de que Joaquín se encontraba a salvo al cuidado de su padre, subió al barco y se metió bajo la ducha para quitarse el agua salada. Cuando Pedro y el niño emergieron del agua, ya se había secado y puesto unos bermudas blancos y una camiseta color cereza. Estaba sentada bebiendo un refresco en el salón. Joaquín subió corriendo los escalones y empapado se arrojó a los brazos de Paula, se sentó en su regazo y le rodeó el cuello con los brazos.
-¿Lo has visto? ¿Me has visto tocar al delfín? Le gusté.
Abrazó el pequeño cuerpo, quizá debido a su agitación interior. Sentía los ojos húmedos y tuvo que parpadear con furia para recuperar el control sobre sus emociones.
-Lo ví, cariño -musitó-. Uno de los delfines se acercó a saludarte, así que seguro que le caíste bien.
-Estaba así de cerca -Joaquín se llevó un dedo a la nariz-. Tenía el hocico blanco y muchos dientes, pero no me asustaba.
-Eres el niño más valiente de Carramer y sin duda el más mojado -rió ella-. Vamos a ducharte y a secarte.
Pedro se estaba secando cuando regresaron a la zona de las duchas, donde estaban situados los vestidores. Paula fue consciente de que la camiseta mojada se le pegaba al cuerpo. Saber que amaba a Pedro le hacía casi imposible compartir un espacio tan reducido sin agitarse. Su atractivom cuerpo, apenas cubierto por el escueto bañador, le provocaba pensamientos que no tenía derecho a albergar.
-Veo que Joaquín no pudo esperar a transmitir sus noticias -comentó mientras el pequeño disfrutaba bajo la ducha. Ella asintió, sin poder hablar- . Significas mucho para él.
-Y él para mí -repuso-. Es un niño especial -«con un padre especial», añadió una voz interior.
-Necesita una madre.
Era lo último que había esperado que dijera Pedro y se quedó boquiabierta. Un abismo se abrió a sus pies. ¿Acaso iba a informarla de que tenía a alguien en mente? Lanzó una mirada de advertencia en dirección a Joaquín antes de cerrar la ducha.
-Hablaremos después de comer, mientras Joaquín duerme la siesta -añadió, revolviendo el pelo de su hijo.
-No quiero dormir -el niño hizo un mohín.
-Tampoco el delfín bebé, pero viste cómo su madre se lo llevó, ¿Verdad? -inquirió Paula.
-¿Se iba a dormir una siesta?
-Pues claro.
-Está bien... -el pequeño suspiró con resignación.
Paula notó la mirada de Pedro mientras se llevaba a Joaquín arriba. Discutir la vida amorosa del príncipe carecía de atractivo para ella. Por suerte él no sabría que la sometería a una tortura muy sutil. Sin embargo, tenía razón. El niño necesitaba una madre. Pero esperaba que hubiera olvidado el tema para cuando terminaran de comer. Vistió al pequeño en uno de los espaciosos camarotes; al salir, Pedro esperaba en la cubierta con una botella fría de champán y copas preparadas en una mesa frente a dos cómodos sillones. Un toldo proporcionaba sombra del sol tropical y el mar era como una lámina de cristal alrededor de la embarcación. Se sentó en el sillón que retiró para ella y aceptó la copa que le ofreció. El silencio duró hasta que tuvo ganas de gritar por los nervios. No dejaba de imaginarlo en brazos de otra mujer y la angustia que experimentó casi la ahoga. Pedro jamás podría pertenecerle, pero el problema radicaba en convencer a sus emociones.
-Pareces nerviosa -murmuró él.
-¿Quería hablar de algo conmigo, alteza? -preguntó, desesperada por acabar de una vez.
-Los tratamientos de respeto no resultan apropiados entre nosotros, dado lo que tengo en mente -comenzó en voz baja-. He decidido pedirte que te cases conmigo.
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