martes, 27 de abril de 2021

Soy Tuya: Capítulo 20

Paula estaba sentada al día siguiente en el taller de carrocería de su hermano ojeando unas amarillentas revistas de coches. Después de pasar una noche agitada, soñando con un ebanista extremadamente atractivo que tallaba en un cambiador: «Hoy he conocido a una mujer», se levantó y vió que Gonzalo le había dejado una nota diciendo que iría a recoger el traje que tenía en la tintorería y que se lo llevaría a casa después del trabajo. Intentó encontrar algo con lo que distraerse hasta que, en vista de que su entrometido hermano le había robado la única ocupación que tenía antes de la cita con Rafael a la una del mediodía, decidió arreglarse para la reunión de la tarde. Se peinó y maquillo y, tras ponerse la ropa del día anterior, fue al taller de Gonzalo para recoger el vestido y cambiarse antes de ir al encuentro de Max. Y allí estaba. Esperando.


–¿Paula?


Paula se volvió, esperando encontrar a uno de los trabajadores de Gonzalo con otra taza de espeluznante café, pero descubrió al carpintero con el que había soñado toda la noche.


–¡Pedro! –exclamó, poniéndose en pie de un salto.


Al verla reaccionar con tanto entusiasmo, Pedro esbozó una sonrisa y el corazón de Paula se aceleró al instante. En lugar de unos vaqueros gastados y una polvorienta camiseta negra, llevaba una camiseta blanca, una chaqueta de lino gris y unos pantalones del mismo color. Sus ojos parecían más azules que el día anterior. Recién afeitado y caminando con una mano en el bolsillo del pantalón, parecía recién salido de una revista de moda masculina.


–¿Qué… Qué haces aquí? –balbuceó Paula.


–Leonardo me ha dicho que éste era el taller de tu hermano –explicó él, pasándose la mano por el cabello en un gesto nervioso–. He venido por si te encontraba. Y aquí estás.


–Aquí estoy –repitió Paula. 


El corazón le latía en la garganta. Pedro no tenía ni idea de que ella sabía por qué estaba allí. Y la razón de su visita la aterrorizaba.


–Piccolo –la voz de su hermano retumbó desde la oficina–. ¿Está ahí? Voy por tu traje. Tardaré al menos media hora. ¿Quieres picar algo antes de comer?


Paula se tensó al saber los comentarios que tendría que soportar si Gonzalo veía a Pedro, pero no pudo hacer nada por evitarlo. Su tardanza en responder sacó a Gonzalo de la oficina. Salió limpiándose las manos llenas de aceite en un trapo sucio.


–¿Paula? – al verla junto a Pedro, ambos nerviosos y con cara de culpabilidad, los miró con suspicacia–. Vaya, vaya, ¿Qué tenemos aquí?


Paula forzó una sonrisa y los presentó:


–Pedro, éste es mi hermano mayor, Gonzalo Chaves, el dueño de este taller. Gonza, éste es Pedro Alfonso…


–El carpintero –concluyó Gonzalo por ella.


–Así es –respondió Pedro.


–El de la tienda de muebles caros. Mi mujer no me dejó en paz hasta que compré allí unas lámparas diseñadas por tí que me costaron un ojo de la cara.


Paula miró a Pedro con sorpresa. ¿Había diseñado las preciosas lámparas Art Deco que había visto en el salón de su hermano? Eran una verdadera obra de arte. Pedro dedicó una tibia sonrisa a Gonzalo y Paula se sintió halagada de que las que le dedicaba a ella fueran mucho más cálidas.


–Me alegro de conocerte, Alfonso –dijo Gonzalo, e hizo ademán de darle la mano, pero la retiró con una mueca al ver que estaban negras de grasa.


–Igualmente –dijo Pedro.


Gonzalo sonrió de oreja a oreja y los miró alternativamente.


–¿De qué se conocen?


Paula estuvo a punto de dejar escapar un gruñido ante la sospecha de que su hermano empezaría a ejercer de padre controlador. Siempre se había comportado así. Incluso antes de que se quedaran huérfanos. Tomó aire y actuó como si no notara que se estaba ruborizando bajo su escrutadora mirada.


–El niño al que estuve a punto de atropellar ayer era el hijo de Pedro –dijo de un tirón.


–Resulta que vivo en la que era su casa familiar –añadió Pedro, y Paula se maldijo por no haber intervenido para evitarlo.


No hacía falta que Gonzalo fuera un sabueso para que dedujera que había ido a su antiguo barrio, incumpliendo el juramento que había hecho siete años atrás de no volver a pisarlo el resto de su vida.

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