martes, 27 de abril de 2021

Soy Tuya: Capítulo 17

 –Los últimos meses han sido muy difíciles –siguió Pedro, como si hubiera abierto las compuertas y ya no pudieran ser cerradas–. Y aún más difíciles para Mateo. Pero esta tarde ha sido, gracias a tí, inesperadamente… divertida.


Dijo aquella palabra como si descubriera su significado en aquel mismo momento, y Paula se sintió conmovida como no lo había estado nunca antes. Suspiró profundamente y posó su mano sobre el brazo de Pedro.


–Para mí también ha sido muy divertido. ¿Quién se iba a imaginar que el susto que nos hemos dado iba a acabar bien? A veces basta un cambio de escenario para darte cuenta de lo que te estás perdiendo.


De pronto fue consciente de que había visto cientos de escenarios distintos desde que se marchó de casa, y se preguntó si en realidad llevaba una vida tan satisfactoria y plena como creía. Aquel insidioso pensamiento se apoderó de ella y, una vez más, se arrepintió de haber vuelto. Se irguió y tomó aire para calmarse. Luego dió un paso atrás para encontrarse en una posición más segura.


–Gracias por traerme la agenda –la movió en el aire al tiempo que empezaba a caminar hacia atrás.


–Gracias por una tarde divertida. Y por escucharme.


–No las merece.


Pedro la observó alejarse mientras su rostro quedaba velado por la penumbra del coche.


–Buenas noches, Paula –dijo.


–Buenas noches, Pedro.


Paula dió media vuelta y corrió hacia la casa sin mirar atrás, aunque oyó el coche a su espalda. Cuando llegó a la cocina, Gonzalo entraba también con un gemelo lloroso en brazos y el otro caminando detrás con una sonrisa de oreja a oreja. No pareció notar ni las mejillas sonrosadas de ella, ni su cabello rizado por la humedad.


El gemelo que caminaba, Leo, corrió hacia ella con los brazos en alto.


–Tita, aúpa.


Paula posó la mano en su cabeza y le acarició el sedoso cabello. Era un niño maravilloso, que tenía unos padres que lo querían, y una sonrisa limpia que las tragedias de la vida aún no habían enturbiado.


–Gonza, promete que nunca dirás a tus hijos que son unos inútiles –dijo súbitamente. Siguiendo su costumbre, afirmaba primero y se hacía las preguntas después.


–¿Perdón?


–Aunque lo dijeras sin pensarlo, ellos nunca lo olvidarían. Y dicho esto, me voy a la cama. Mañana me espera un día agotador.


Gonzalo la miró fijamente, como si no quisiera perder contacto visual con ella por temor a que desapareciera.


–Muy bien –dijo finalmente. Y miró a sus hijos con ternura–. A todos nos irá bien descansar.


Paula apartó la mano de la cabeza de Leo y la metió en el bolsillo con gesto nervioso.


–Muy bien. Nos vemos por la mañana –dijo, y prácticamente corrió escaleras arriba.





Apenas habían dado las ocho cuando Pedro cerraba la puerta del dormitorio de Mateo, que se había quedado dormido en cuanto puso la cabeza en la almohada. Normalmente necesitaba que Pedro se quedara con él hasta que, de puro agotamiento, se le cerraban los párpados. Pero aquella noche estaba especialmente sosegado. ¿Tendría razón Paula y todo lo que Mateo necesitaba era un cambio de escenario? ¿Y si la rutina a la que estaban tan acostumbrados había pasado de ser un mecanismo de supervivencia a ser una trampa de la que no sabían escapar? Lo interesante era que lo único extraordinario que había pasado aquel día era Paula Chaves. Se pasó la mano por el cabello para espabilarse. Tenía que ponerse a trabajar. Cruzó el jardín iluminado por la luna y, al llegar al taller, fue directo hacia el cambiador y lo observó largamente recordando que ella lo había encontrado maravilloso. Lo tapó de nuevo. Estaba a punto de acabarlo. Jamás hubiera imaginado cuando empezó a trabajar en casa que se le acumularían los encargos. Ése era un buen ejemplo que daba la razón a Paula: El cambio de escenario había hecho maravillas en su trabajo.

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