martes, 13 de abril de 2021

Soy Tuya: Capítulo 3

 –Tienes que quedarte en nuestra casa –afirmó él vehementemente–. Tamara preparará el cuarto de invitados.


Paula pensó en la lujosa suite que Maximilliano había reservado para ella en el Novotel en la magnífica playa de Palm Cove, y la comparó con la camita y las recriminaciones que, con toda seguridad, la esperaban en la casa de los Chaves. Era una difícil decisión.


–Vamos –insistió Gonzalo–. Quédate con nosotros. Por favor. Ya es hora de que conozcas a tus sobrinos y a tu sobrina.


Paula se pasó la mano por la frente. Era la primera vez que oía pedir a su hermano algo por favor. La primera. La tenía más acostumbrada a expresiones del tipo: «Haz esto. Sé de tal manera. Uno de estos días vas a hacer que papá sufra un ataque al corazón…»


–Está bien –dijo con un nudo de emoción en la garganta–, pero sólo por un par de días. La reunión que tengo es muy importante…


–Piccolo, poco, será mejor que nada –Paula asintió a pesar de que Gonzalo no podía verla–. ¿Tienes nuestras nuevas señas?


A Paula le avergonzó darse cuenta de que no tenía ni idea de dónde vivía su hermano. Sabía que habían vendido la casa familiar hacía unos años. La mitad que le correspondía seguía depositada en el banco. No la había tocado ni tenía intención de hacerlo. Lo cierto era que no sabía adónde se habían mudado Gonzalo y su familia.


–Será mejor que me las des –dijo, al tiempo que sacaba del bolso su agenda electrónica.


Gonzalo le dictó una dirección en una zona que a Paula ni siquiera le sonaba. Claro que, dado que hacía siete años que no vivía en la ciudad, tampoco era de extrañar.


–Tamara y yo vamos a llevar a los niños a pasar el día a casa de sus padres y luego tenemos que ir a trabajar, pero te dejaremos una llave debajo del felpudo. Siéntete como en tu propia casa.


Su propia casa. Aquellas palabras volvieron a hacer que ella sintiera una opresión en el pecho al mismo tiempo que su mente invocaba imágenes de la vieja casa familiar.


–¿Nos vemos esta noche? –preguntó Gonzalo.


–Hasta la noche –Paula colgó y vió que Rafael, que la había estado observando a cierta distancia, se aproximaba a ella al instante.


–¿Vamos directos a Palm Cove, señorita Chaves?


–No, Rafael, cambio de planes. No vamos a Palm Cove.


–Pero Maximilliano…


–Si es un inconveniente, puedo tomar un taxi –dijo Paula, mirándolo fijamente. 


Estaba segura de que Rafael guardaba secretos que prefería noconocer, pero tenía la certeza de que una de sus prioridades era satisfacer los deseos de los invitados de Max. Rafael alzó una de sus grises cejas como si se cuestionara hasta qué punto Paula podía llegar a ser testaruda. Ella le sonrió. No sabía ser de otra manera.


Una hora más tarde, Paula y Rafael quedaban para el día siguiente. Luego, Rafael se marchó no sin antes entregarle su tarjeta por si requería sus servicios. La casa de Gonzalo era, tal y como Paula la había imaginado, una casa nueva con las paredes recién pintadas, y una peculiar mezcla de muebles antiguos procedentes de la casa familiar y modernas piezas de Ikea. En al aire flotaba un aroma a salsa de tomate y pasta. El viejo piano, con sus teclas amarilleadas por el paso del tiempo le hizo recordar los tiempos en los que Gonzalo la obligaba a practicar cada noche mientras sus amigas iban al centro comercial o al cine. Subió lentamente las escaleras y entró con su maleta en la que dedujo era la habitación de invitados. Allí encontró un juego de llaves y una nota: Éstas son las llaves del coche verde. La cena es a las siete. Se puso una camiseta negra sin mangas y unos vaqueros, y buscó una tintorería en las Páginas Amarillas. A continuación, tomó el traje manchado de refresco y las llaves del coche. No quería molestar a Rufus para ir a hacer un recado, menos cuando ni siquiera tenía claro si el chófer le caía bien o le daba miedo. El inocuo «Coche verde» de la nota resultó ser un magnífico vehículo familiar en perfecto estado, tan limpio e inmaculado que pensó que apenas debían haberlo usado. Hacía un día espléndido, como lo eran todos los días en Cairns, un prestigioso destino turístico situado al borde del magnífico arrecife Great Barrier, una de las siete maravillas del mundo natural. Un paraíso. Al menos para algunos. Para otros, el aire caliente y húmedo resultaba asfixiante. Encendió el aire acondicionado y respiró con alivio al notar que el coche olía menos a pasado y más como el interior de un avión.


Al cabo de unos cinco minutos, llegó a una intersección con una tienda de antigüedades en una esquina y una heladería en la otra, que le produjo una peculiar sensación de familiaridad. Ignorando las indicaciones del GPS, tomóuna calle a la derecha bordeada de grandes árboles. La quietud del lugar fue adueñándose de ella según avanzaba por las sinuosas calles con encantadoras casas de tejado a dos aguas, contraventanas de madera, porches delanteros y jardines de césped inmaculado. Súbitamente, la sensación de familiaridad se convirtió en un aguijón en su conciencia. Aquélla era su calle. La casa en la que había vivido los primeros dieciocho años de su vida. El hogar en el que había crecido como la pequeña de la familia, con un hermano autoritario y un padre ausente… Recorrió la calle lentamente. Desde una de las casas le llegó el sonido de un piano y sintió que la cabeza le daba vueltas. Para distraerse, se concentró en leer los números de las casas en los buzones. Y de pronto, la encontró: el número catorce de Apple Tree Drive. Hasta el nombre invocaba una imagen de perfección. Pero ella sabía bien que las vidas que se ocultaban tras aquellas fachadas distaban mucho de ser perfectas. Paula creyó percibir un movimiento y, alzando la vista, vió a un niño entrar en la calle en bicicleta. Dejó escapar una maldición y pisó el freno a fondo. El coche reculó. Ella se asió al volante con todas sus fuerzas, pero no logró dominarlo. Las ruedas se bloquearon y el vehículo se deslizó lateralmente hasta que se montó sobre la acera. En medio de un ensordecedor ruido de metal y goma, se detuvo al chocar con un árbol centenario. El aire olía a rueda quemada. Paula tenía la respiración entrecortada y el corazón le latía en los oídos. De pronto recordó al niño en bicicleta. Miró por el parabrisas.Nada. Miró por la ventanilla, luego giró la cabeza. No consiguió ver ni al niño ni a la bicicleta.

No hay comentarios:

Publicar un comentario