jueves, 22 de abril de 2021

Soy Tuya: Capítulo 13

El recuerdo, el olor, la casa, aquel hombre… Paula sintió que la cabeza le daba vueltas. Pedro le apretó la muñeca y posó la otra mano en su cintura. En lugar de crearle una mayor confusión, el gesto logró que ella se sobrepusiera. No necesitaba que un hombre la ayudara a mantenerse en pie. Se había levantado suficientes veces ella sola como para saberse capaz de hacerlo sin contar con nadie.


–Gracias –dijo con voz ronca. 


Giró el brazo para soltarse de Pedro y con paso decidido salió al porche y se calzó las botas. Sólo al ver el desastroso estado en que había quedado el coche, desaceleró. Todo el capó estaba retorcido y deformado. El olor a aceite quemado impregnaba el aire. El diagnostico parecía claro: Siniestro total. No le preocupaba el dinero. Podría pagarlo con su parte de la venta de la casa. Su verdadera preocupación era Gonzalo. Se había pasado la vida acusándola de ser una irresponsable, provocadora, impulsiva… Y en menos de media hora de estar en su casa iba en su coche al lugar al que había jurado no volver. Acababa de demostrar que su hermano tenía razón. Al acercarse descubrió que había causado aún más daño del aparente. Antes de chocar contra el árbol, las ruedas del coche habían destrozado unos pequeños rosales que recordaba haber plantado con su padre una mañana de primavera. Su padre le había dedicado una sonrisa de orgullo y le había acariciado la cabeza, y ella se había sentido como una princesa. Pensar en aquella escena la emocionó.


–¡Cuánto lo siento! –susurró.


–No te preocupes –la voz de Pedro sonó tan cerca que Paula se volvió sobresaltada.


Cera, familia, hogar… Paula dió un paso atrás.


–Lo siento de verdad. Si te sirve de consuelo, puedes replantar el arbusto. Se recuperará.


No se ofreció a hacerlo ella misma. Curar la herida de Mateo ya había complicado suficientemente las cosas. Pedro se agachó y sacó una rosa en perfecto estado de debajo de una rueda. El tallo estaba roto, pero la flor no había sufrido ningún daño. Era una exquisita rosa blanca.


–Aquí tienes –se la tendió a Paula–. Ya que ha sobrevivido al accidente, debes llevártela.


La delicadeza de aquel gesto hizo que ella vacilara. También lo hizo Pedro, que concentró su mirada en la rosa antes de alzarla de nuevo. Y cuando lo hizo, Paula vió en sus ojos una emoción intensa que debía estar teñida del recuerdo de algún episodio anterior. ¿Habría herido sus sentimientos al no aceptarla inmediatamente? ¿Estaría Pedro pensando en algo que le había sucedido con su esposa? Fuera cual fuera la causa de su cambio de actitud, Siena no pudo soportar la tristeza que nublaba su mirada. Le dedicó una amplia sonrisa y tomó la rosa de su mano.


–Gracias, Pedro. Ya que yo la he arrancado, me pertenece –acarició los aterciopelados pétalos de la flor y aspiró su aroma–. ¡Qué delicia!


En aquel momento, una pequeña furgoneta roja se detuvo ante la casa y Pedro se separó de Paula como si acabara de quemarle un hierro al rojo vivo. Un hombre maduro, alto y desgarbado, con el cabello gris recogido en una coleta, ojos brillantes y rostro surcado de arrugas, bajó del vehículo y se aproximó a ellos sonriente.


–Hola, amigo –saludó a Pedro con una palmada en el hombro.


Pedro se balanceó sobre los pies y apretó los labios al tiempo que miraba fijamente al recién llegado.


–Hola, Leonardo. Mateo está en el jardín si quieres ir a saludarlo.


Las pobladas cejas de Leonardo se arquearon en un gesto de sorpresa.


–¿No ha ido al colegio? ¿Otra vez?


Hasta ese momento Paula no se había dado cuenta de que era un día entre semana. ¿Jueves? Nunca sabía en qué día estaba. Cambiaba de turno cada semana. Trabajaba tres días y descansaba dos, así que la semana se dividía para ella de una manera muy distinta a la del resto de la gente. Pero un padre con un hijo en edad de ir al colegio…


–No se encontraba bien –explicó Pedro.


Dolor de estómago, de garganta, de cabeza… Paula recordó lo que había leído en el diario.


–Claro, por eso está tan entusiasmado con el columpio –masculló Leonardo. Luego se volvió hacia Paula con una encantadora sonrisa que dejaba al descubierto una dentadura desigual–. ¿Y quién es esta preciosa flor?


Miró alternativamente a Paula y a Pedro, expectante. Ella hubiera querido gritarle que había estado a punto de atropellar a Mateo para que dejara de mirarlos como si sospechara que había algo entre ellos.

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