martes, 20 de abril de 2021

Soy Tuya: Capítulo 9

 –Mi hermano vendió la casa hace tres años. Gonzalo Chaves. ¿La compraste tú?


–Papá le compró esta casa a mamá como regalo de boda –casi gritó Mateo, feliz de poder meterse de nuevo en la conversación.


Paula miró a Mateo y cuando volvió la vista hacia Pedro sintió que sus ojos la atrapaban. Percibió un cambio en él, como si se perdiera en sus propios recuerdos, hasta el punto que el hombre con el que acababa de estar coqueteando prácticamente desapareció y ella tuvo que reprimir el impulso de alargar la mano hacia él para atraerlo de nuevo al presente.


–Ah –fue todo lo que Paula fue capaz de articular. 


Así que la mujer rubia no era una mera amiga, sino un miembro de honor de la familia Alfonso. La madre de Mateo. Y como regalo de boda había recibido una casa. Pero…


–Pero si la casa sólo se vendió hace… –cerró la boca demasiado tarde.


Iba a decir «hace tres años». Y aunque lo hubiera callado, era evidente lo que había estado a punto de decir. Mateo no era un bebé encargado durante una luna de miel. De pronto tuvo claro que compartía la misma base genética que la mujer de ojos marrones, lo que significaba que tal vez Mateo no era hijo natural de Pedro. Vió que un nervio palpitaba en la mejilla de Pedro y se dió cuenta de que estaba siguiendo sus razonamientos como si los estuviera expresando en alto. Paula se ruborizó. ¡Ella, la mujer dura e impasible, ruborizándose…! Él se irguió y tomando a Mateo por los hombros lo puso delante de sí, como un parapeto entre él y ella. El niño, inconsciente de la tensión que se había creado, la miró con expresión ingenua.


–Mateo, ¿Por qué no le enseñas tu nuevo columpio a Paula mientras yo preparo la limonada?


–Me parece una buena idea –dijo ella, dividida entre sentirse mortificada por haber perturbado a su anfitrión y el alivio de no hacer un recorrido por la casa.


Mateo le tomó la mano y tiró de ella. Mientras, Pedro puso unos vasos sobre una bandeja y un paquete de galletas.


–Primero te enseñaré el cobertizo de papá –dijo Mateo, aproximándose a una caseta pintada de blanco en el fondo de un jardín mucho más cuidado que el que Paula recordaba.


Mateo abrió la puerta y en su interior… Se ocultaba la cueva de Aladino. La luz del sol se filtraba por las ventanas, iluminando las partículas de serrín que flotaban en el aire y una magnífica colección de herramientas perfectamente alineadas en la pared opuesta. Una gran mesa de trabajo ocupaba el centro. Estaba vacía, pero tenía algunas manchas de pintura seca. Sobre un banco había unas gafas de trabajo y una lijadora que parecían haber sido abandonadas en medio de una tarea. A lo largo de la pared izquierda había trozos pulidos y troncos de madera sin desbastar.


–¿Qué hace aquí tu padre? –preguntó Paula llena de curiosidad.


–Armarios –dijo Mateo, abarcando la habitación con un gesto de la mano.


Paula pasó la mano por el banco y sintió su textura rugosa. En el extremo opuesto había un bulto tapado con una tela y no dudó en tirar de ella para ver qué ocultaba. Un suspiro de admiración escapó de sus labios cuando quedó al descubierto el mueble más maravilloso que había visto es su vida. Se trataba de un cambiador para un bebé; llegaba a la altura de la cintura, tenía cinco cajones y se sostenía sobre unas delicadas patas. El nombre, Lachlan, estaba grabado en el cajón superior, así como varios ositos y dibujos infantiles. El trabajo de artesanía era excepcional. Había seguido varios cursos de tallado en madera entre los muchos que tomaba durante su tiempo libre. Con mucha paciencia había realizado un cenicero a pesar de que ninguno de sus amigos fumaba, y le había llevado varios días darle forma, pulirlo y grabar sus iniciales. Pero la pieza que tenía delante pertenecía a otra categoría. Cada trozo de madera había sido elegido cuidadosamente de acuerdo al color y a la veta, de manera que unas partes encajaran en otras para formar un todo armónico. Era una obra exquisita. El trabajo de alguien con paciencia e imaginación. Había considerado a Pedro Alfonso un simple trabajador, pero se había equivocado. Era un creador, un artista.

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