Su esposa nunca había estado más bella, pensaba Pedro sentado en la iglesia mientras observaba a Paula con el niño en brazos. Sintió un nudo en la garganta imaginando al príncipe Baltazar Gonzalo Leandro Alfonso Chaves gobernando algún día el reino de Carramer. Su hijo, el Príncipe. Debía de ser el amor lo que lo hacía tan sensible, porque se imaginaba al niño observando un desfile sin zapatos y con una camisa demasiado ancha. Él mismo a los diez años. Tras él, la figura de Horacio Alfonso, con una mano sobre su hombro.
-Me parece que no lo he hecho tan mal, Horacio. Gracias a tí -murmuró para sí mismo.
Y gracias a Paula. Se habían casado dieciocho meses antes y ella le había hecho el más feliz de los hombres. El amor que ella sentía por la vida era tan grande como el suyo y se alegraba de poder amarla cada día. Había aceptado un título solo porque ella se lo había pedido, no porque lo necesitara. Pedro había hecho las paces consigo mismo mucho tiempo atrás. Pero podía soportar ser el duque de Nuee si así la hacía feliz. Y los actos oficiales no eran tan horribles como había pensado.
-¿Qué tal te sienta lo de ser padre?
Era el príncipe Gonzalo.
-Me gustaría poder dormir un poco más, pero Baltazar se lo merece todo -sonrió Pedro.
Gonzalo miró a su radiante esposa, la princesa Candela, y a su hijo, Joaquín.
-Los niños siempre se lo merecen todo. Son nuestro futuro.
-Creo que Leandro y Micaela piensan como tú.
Gonzalo miró a la princesa Micaela, que sujetaba a su hija de doce meses en brazos.
-Cierto. Nunca había visto a Leandro tan feliz.
-Sé cómo se siente -sonrió Pedro.
-¿Esto es un bautizo o una conferencia? -escucharon una voz ronca tras ellos.
Era el doctor Pascale, amigo personal de la familia real de Carramer y el único ciudadano que se permitía ciertas libertades con los príncipes. Había ayudado a nacer a todos los niños de la familia, excepto a Baltazar, que se había empeñado en nacer antes de tiempo en el monte Mayat, donde sus padres estaban celebrando el primer aniversario de la apuesta que los había unido para siempre. Afortunadamente, todo había ido bien ya que Paula, por una vez, había aceptado que llevaran escoltas. Pedro le había dicho que no tenía intención de que el niño naciera en medio de la montaña y no sabía lo cerca que había estado. Ella había sido llevada al hospital en helicóptero, pero el doctor Pascale estaba de viaje en Australia y aún no había perdonado a la pareja por estropear su «récord».
-Hola, doctor Pascale -lo saludó Pedro.
-El niño no ha salido tan mal, a pesar de todo -se quejó el médico.
Pero su simpática mirada desdecía su tono gruñón.
-Le prometo que el próximo lo traerá usted al mundo -le prometió Pedro.
-Espero que le dé tiempo a Paula antes de planear el próximo.
-Sí, doctor Pascale.
-Al menos han sido sensatos eligiendo a los padrinos -siguió protestando el hombre.
-Porque tú eres uno de ellos, ¿No? -rió Gonzalo.
-Como digo, han sido sensatos.
Siguieron riendo hasta que una mirada de Paula los silenció. El bautizo estaba a punto de empezar. Pedro estaba emocionado. Su hijo iba a ser bautizado en una catedral por el arzobispo primado del país. Pero se emocionó aún más cuando su esposa lo miró. Con el niño apoyado en su pecho, era la mujer más hermosa del mundo. Deseaba que la ceremonia terminase pronto para poder tenerla de nuevo solo para él. El príncipe Leandro se inclinó hacia Pedro en ese momento.
-¿Cuánto va a tardar esto? Le he comprado un tren eléctrico a Baltazar y estoy deseando enseñárselo.
Pedro tuvo que aguantar una carcajada. Ya no estaba solo. Y nunca volvería a estarlo. Eran una familia. Después de tantos años de soledad, por fin tenía una familia propia. La gratitud que sentía era tan grande que levantó los ojos hacia una de las vidrieras que había sobre el altar para dar las gracias al cielo antes de volverse hacia la mujer que amaba.
FIN
Que hermoso final! Y que lindo que Pedro tenga finalmente su familia!
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