martes, 5 de enero de 2021

Rivales: Capítulo 37

Pero antes de que hubiera cubierto la mitad de la distancia, escuchó tras ella los cascos de Pegaso. Daisy lo estaba dando todo, como avergonzada por su comportamiento con el semental, pero Pedro se aproximaba. El dolor le hacía cerrar los ojos. Paula quería ganar. Tenía que ganar. Cuando Pegaso se colocó a su lado y empezaron a correr uno al lado del otro, la bota de Pedro le golpeó por accidente el tobillo y el contacto la hizo gritar. Pedro tiró de las riendas de Pegaso y Daisy disminuyó también la velocidad, parándose ambos a unos metros del banderín. Él bajó de la silla a tiempo para tomar a Paula en sus brazos. Ella intentó no desmayarse, pero el dolor era terrible. ¿Pedro la había besado en la frente o había sido producto de su imaginación? Un segundo después, todo se volvió negro. Cuando recobró el sentido, estaba tumbada en la cabaña de los guardabosques y él ladraba órdenes a unos y a otros, como si fuera el príncipe. Paula intentó incorporarse, pero él se lo impidió.


-Tranquila, Alteza. El helicóptero está a punto de llegar. Viene un médico en él.


-No necesito un médico. Estoy perfectamente.


-Ya lo veo. Puede alegrarse, podría haber sido mucho peor.


Paula cerró los ojos, pero los abrió inmediatamente, recelosa. Sus sospechas se confirmaron cuando vio un banderín blanco sobre la chaqueta que Pedro había dejado en una silla. A pesar de todo, él había conseguido el banderín. No había olvidado la apuesta. Y había ganado. El dolor que eso le producía era casi tan horrible como el que sentía en el tobillo. Carazzan, sus tierras, su libertad, Pedro... todo perdido por un estúpido accidente. El semental que lo había provocado confirmaba que había otros caballos como Carazzan, las tierras nunca habían sido suyas y la libertad era algo ilusorio. Entonces, ¿Por qué se sentía como si el mundo se hundiera bajo sus pies? Pedro. Estaba enamorada de él. No podía seguir negándoselo a sí misma. Pero él no la amaba, ni siquiera la deseaba. Pedro había conseguido lo que quería y no volvería a verlo. El viaje en helicóptero fue rápido y él no se separó de su lado. Ni siquiera cuando le estaban haciendo pruebas en el hospital. Ni siquiera cuando el médico le dio una charla sobre lo que una princesa debía y no debía hacer.


-Ha sido un poco duro -dijo Pedro cuando se quedaron solos.


-El doctor Pascale me trajo al mundo -sonrió Paula-. Es un hombre bueno y me tiene cariño. Además, ha dicho que puedo irme a casa.



-Quizá deberías pasar la noche en el hospital.


-¿Por qué no quieres que me vaya a casa?


-Pues... por los fotógrafos. Hay docenas de ellos en la puerta del hospital.


-¿Por el accidente? -preguntó Paula, sorprendida.


-No. Por esto -contestó Pedro, sacando un periódico. 


En la portada había una fotografía de Paula disfrazada de Daiana. Y Pedro la tenía tomada por la cintura. La fotografía había sido tomada en la feria.


-Debió de ser cuando tomábamos café...


-Uno de los fotógrafos debió de tomarla cuando te empujaron.


-Pero si hablan de tu visita a mi casa, incluso dicen que hemos pasado la noche juntos en la montaña... ¿Quién puede haberles informado?


-Alguien de tu confianza -contestó Pedro.


-No es posible.


-Sí lo es. A mí me pasó lo mismo cuando me dejó mi mujer. Ella empezó a hacer circular rumores sobre el estado de mis finanzas y uno de mis hombres lo confirmó. Por dinero, claro. 

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