martes, 26 de enero de 2021

Juego De Gemelas: Capítulo 18

 -Tú has dejado tus condiciones claras. Si hay algo que aprendí de mi padre es que no se puede desear la luna -respondió Paula con desdén.


Pedro se quedó estupefacto. Él había creído que los dos querían el mismo tipo de matrimonio. Sin ataduras. Lo mejor de los dos mundos, como ella lo había descrito. ¿Es que él quería la luna acaso? ¿Podría casarse y no quererla? No le parecía tan fácil.


-Estamos de acuerdo en que un matrimonio por amor es querer la luna. Un acuerdo pragmático es mucho más duradero, no se muere con el paso del tiempo.


-El amor no tiene por qué morirse tampoco -le espetó derrotada-. Una de las dos partes acaba con él por crueldad o desatención.


-Nunca seré cruel contigo cuando sea tu marido ni te tendré desatendida. Te daré todo lo que esté en mi mano -le dijo para consolarla.


Paula sabía que Pedro no era cruel. Nunca lo había sido. Tampoco dejaba a los que le rodeaban desatendidos. La prueba era que, desde que había llegado, la había acompañado a todas partes. Aun así, le había oído decir que no le daría su amor. Tocó su amuleto y deseó que en vez de placer, tuviera el poder de darle amor. El primero no valía nada sin el segundo. Se dió cuenta horrorizada de dónde le estaban llevando sus pensamientos. Nunca se iba a casar con Pedro, así que poco importaba el asunto del amor. Era una impostora. En cuanto todo se descubriera, la metería en el primer avión que saliera de Carramer y no volvería a verlo más.


-¿Es eso lo que le vas a enseñar a Nicolás cuando crezca?


-Nico aprenderá que el ser príncipe tiene su precio.


-Un precio que tú tienes que pagar casándote por interés y no por amor.


-Esta conversación no nos lleva a ninguna parte, Carla. Hay un dicho en mi país que dice «Si tiene que ser, será». No sirve de nada desear que las cosas cambien cuando no puede ser. Eso es querer la luna, como tú has dicho.


-Si un príncipe no puede tener lo que quiere, ¿Qué será de los demás? - dijo encogiéndose de hombros.


-El Príncipe sí tiene lo que quiere, aunque a tí te parezca que no es como debería quererlo.


Era la primera vez que admitía que la deseaba. Se quedó sin respiración y tembló al imaginarse juntos. Ya había probado sus besos. Quería más.  Tuvo que sentarse porque las piernas no la sostenían. Tomó un poco más de champán. Si él se acercaba, estaría perdida. Pero él no se acercó, se controló. Debía de haber disimulado muy bien porque él parecía no haberse dado cuenta de que apenas podía sostener la copa. Apareció un criado y le dijo algo a Pedro al oído.


-Me temo que tenemos que dejar esta conversación. Ha llegado nuestro invitado.


-¿Quién es? -preguntó Paula entre aliviada y contrariada.


No le apetecía nada compartir mesa con una tercera persona. Aquello cambió cuando vió de quién se trataba.


-Vava Rose -exclamó sorprendida mirando a Paula, que se mostró orgulloso-. ¿Cómo... dónde?


-Llámame Isabel. Vava estaba bien cuando eras pequeña y yo era tu profesora, pero ahora ya no hay necesidad. Me alegro tanto de verte, ma amounou -dijo la mujer sonriendo.


Aquella palabra de Carramer, que indicaba la especial relación entre madre e hija, fue suficiente para que Paula se olvidara de todos los años que habían pasado y corriera con un nudo en la garganta a los brazos de la que podía haber sido su madrastra. Isabel había aceptado a las gemelas en su escuela privada como si hubieran sido de Carramer, las había tratado exactamente que a las demás alumnas. Aquello había hecho que Paula se hubiera sentido como en casa. No paraba de hablar de su profesora y su padre sintió deseos de conocerla. Algo surgió entre ellos, comenzaron a verse a menudo, siempre que Miguel tenía tiempo, hasta que un día le pidió que se casara con él. Paula recordó con pena cómo ella había tenido que decir que no, porque no quería irse de Carramer y Miguel estaba demasiado cansado como para quedarse.


-Te recordaba más alta -le dijo Paula abrazándola con fuerza.


-Yo te recordaba más bajita -rió Isabel-. Deja que te mire -dijo apartándola de sí y observándola-. Te has convertido en una mujer muy guapa, Paula.

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