-¿Qué vamos a hacer?
-Primero, llevarte a casa y, después, inventar una historia que te saque del apuro.
Y a él, pensó Paula. Después de conseguir a Carazzan, no querría que un escándalo pusiera en peligro su negocio. Ser princesa tenía algunas ventajas. Cuando le explicó la situación al doctor Pascale, este arregló el asunto haciendo que saliera una camilla cubierta por la puerta principal, mientras ellos salían por la puerta trasera. Aquella vez, agradeció la presencia de su chófer y su escolta. Pero la tranquilidad duró poco. Acababa de llegar a casa cuando Aldana le dijo que el príncipe Gonzalo estaba al teléfono. La secretaria pulsó el botón del altavoz para que ella no tuviera que moverse de la cama.
-¿Qué demonios estás haciendo? -preguntó su hermano sin más preámbulos.
-Me siento mucho mejor, gracias -replicó ella-. Solo tengo un esguince.
-Me lo ha dicho Diego y me alegro. ¡Por Dios, Paula! ¿Qué crees que va a pensar la gente? ¿Cómo vamos a justificar esta absurda aventura?
-Nada de esto debía haberse hecho público...
-¿Nada de qué? -preguntó Gonzalo.
Pedro se acercó a la cama en ese momento.
-Alteza, perdone que me entrometa. Soy Pedro Alfonso y puedo explicárselo todo.
Al otro lado del hilo se hizo un silencio.
-El príncipe Leandro me ha hablado muy bien de usted, señor Alfonso. Pero eso fue antes de que saliera fotografiado con la Princesa.
-Lo entiendo, señor. Pero debo decirle que estoy enamorado de su hermana -dijo Pedro tranquilamente. Paula ahogó una exclamación-. Pensábamos esperar hasta que la Princesa hablara con ustedes, pero después de lo que ha pasado no podemos esperar más. Lamento mucho no poder hacer esto en persona, pero deseo pedir la mano de la princesa Paula.
Paula tragó saliva. Deseaba tanto que el anuncio de Pedro fuera auténtico que su corazón parecía querer saltar de su pecho.
-¿Tú estás enamorada del señor Alfonso, Paula? -preguntó su hermano Gonzalo, furioso.
-Sí -contestó ella. Y era cierto.
-Esto es un poco repentino, ¿No crees?
-El amor no entiende de calendarios, señor -contestó Pedro.
-Ni de sentido común -asintió fríamente el príncipe Gonzalo.
Paula no quería que su hermano humillara a Pedro y le hizo a este un gesto para que la dejara contestar.
-Gonzalo, tienes que recordar lo que pasó cuando te casaste con Candela.
De nuevo hubo un silencio al otro lado del hilo.
-Afortunadamente para tí, lo recuerdo. Pero nosotros fuimos discretos.
-Lo siento -dijo Paula-. Debería haber pensado que esto iba a pasar.
-Lamentarlo no va a cambiar nada, pero hay algo que sí puede hacerlo.
-¿Qué estás sugiriendo?
-Le diremos a la prensa que su aventura en el monte Mayat era la fiesta de compromiso.
Paula le explicó a Pedro rápidamente que la costumbre de Carramer era que las parejas pasaran una noche en el monte Mayat como parte de las celebraciones de boda. Y podría ser cierto. Lo único que faltaba en aquella historia era el anillo de compromiso.
-¿Pedro?
-Yo estoy de acuerdo.
-Estupendo -escucharon la voz de Gonzalo por el altavoz-. De este modo será menos dañino para la reputación de Paula. Naturalmente, yo hubiera preferido que hablen del asunto conmigo antes de que la relación se hiciera pública, pero supongo que la vida es así.
-Gracias, señor. Agradezco mucho su comprensión.
-No me dé las gracias. Mi querida hermana es un reto, se lo advierto.
-Lo sé y creo que podré soportarlo -dijo Pedro.
-Espero que esté seguro, Alfonso. En Carramer, el matrimonio es para siempre.
Paula estudió a Pedro, pero la noticia no pareció perturbarlo.
-Lo sé, Alteza.
-El departamento de prensa de palacio anunciará la noticia y pedirá un poco de privacidad mientras Paula está convaleciente. En cuanto esté recuperada, haremos planes para presentarlo a los medios de comunicación.
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