Sintió un gran dolor. Sabía de dónde venía. Lo que más quería en el mundo era que la quisieran, un hogar y una familia. Aquel beso le había dejado entrever su sueño, pero era un sueño agridulce porque era falso. Aunque el compromiso fuera con ella y no con Carla, él no tenía ninguna intención de querer a ninguna mujer como ella quería que la amaran. Él quería hacer de marido y padre en público, pero no en privado. No quería una esposa. Quería un harén. Intentó alegrarse por estar allí en lugar de Carla, así su hermana no tenía que soportar aquello, pero no pudo evitar seguir sintiéndose aturdida. «Loca, sabías en lo que te estabas metiendo», se dijo.
-No -murmuró Pedro apartándose-. Parece que tus deberes maritales no te parecen aburridos.
Le entraron ganas de abofetearle, en parte porque tenía razón. Si hubiera sido su prometida, habría disfrutado pensando en la noche de bodas. Con un solo beso había conseguido volverla loca. Estaba claro que sabía cómo complacer a una mujer, lo que le recordó que no era hombre de una sola fémina.
-¿Quieres que volvamos al palacio para descansar un poco? -preguntó Pedro como si el beso no hubiera sucedido.
Paula pensó que tal vez para él fuera diferente. Se sintió decepcionada. Lo miró, pero su expresión no decía nada. Sabía que no era una buena amante, pera empezar porque no tenía práctica, pero nunca le había molestado hasta el momento. En contra de todo sentido común, quería ver que él también se lo había pasado bien y que sentía curiosidad, como ella. Al no verlo, concluyó que solo había sido ella la que lo había sentido así. Su hermana se había ofrecido a enseñarle un par de cosas, pero se había negado, creía que cuando llegara el momento y el hombre adecuado sabría lo que tenía que hacer, pero no lo sabía. Si hubiera escuchado a su hermana, tal vez Pedro no la habría dejado ir como si, tras haber probado su sabor, hubiera decidido pasar a la siguiente. Aún le latía el corazón con fuerza y sentía las mejillas sonrosadas. Los efectos físicos eran lo de menos. Lo importante era que él había conseguido que se arrepintiera de ser una inexperta, algo que ningún hombre antes le había hecho sentir. Aquello era peligroso, la había pillado desprevenida.
-No necesito descansar, estoy bien -contestó disimulando el dolor y la decepción que sentía. No iba a dejar que supiera que un beso le había hecho quedarse sin defensas, sobre todo porque parecía que él se había quedado tan tranquilo.
-¿Quieres comer algo? -propuso Pedro-. Seguro que recuerdas que esta isla es famosa por sus maravillosos productos.
Comer era lo último que quería.
-¿No tienes algo... algo principesco que hacer? -preguntó desesperada.
-¿Estás intentando librarte de mí? -sonrió Pedro-. No te dará resultado. Tengo intención de estar pegado a ti hasta el día de la boda.
-Me sorprende que te quieras casar conmigo si no confías en mí.
-Me fío de tí completamente siempre y cuando estés conmigo.
Aquello le dolió, claro que si hubiera sido Carla, Pedro habría tenido razones para pensar así.
-Tienes que gobernar un país. No creo que puedas estar conmigo continuamente hasta que nos casemos.
-Efectivamente, tengo muchas cosas que hacer y no podré estar contigo continuamente.
-Entonces, ¿Qué vas a hacer? ¿Me vas a encadenar?
-No, hace siglos que las mazmorras del palacio no se utilizan.
-Menos mal. ¿Entonces?
-Lo verás cuando lleguemos al palacio. Recuerdo que la paciencia nunca fue una de tus virtudes, pero debes desarrollarla para convertirte en princesa.
-La paciencia es buena para todo el mundo, pero es especialmente necesaria para aguantar a ciertos príncipes.
-Cuidado. La mía no es ilimitada.
-En mi país, a eso lo llamamos doble rasero -contestó dándose cuenta de que estaba jugando con fuego. No lo podía evitar. Quería provocar algún tipo de reacción en él, lo que fuera. Al ver que la miraba molesto, pensó que era mejor eso que la indiferencia que había demostrado al besarla.
-¿Me estás amenazando, Carla? -preguntó Pedro frunciendo el ceño.
-¿Quién? ¿Yo? Tú eres el que quiere un matrimonio que de matrimonio no tiene nada. Si eso no es doble rasero, ya me dirás.
Sonaba como si le molestara. A decir verdad, a Pedro también había empezado a molestarle que ella tuviera el mismo derecho a tener aventuras una vez casados. Ya no sabía si era una buena idea. ¿Podía haber cambiado de parecer en una semana? Pensó que con la mujer adecuada, sí. Quizá su hermano había sido más listo que él, a lo mejor había visto en Eleanor alguna cualidad que a él se le había pasado por alto. ¿Sería la mujer ideal para él? ¿El príncipe ligón había encontrado a su media naranja por fin? No dejó de darle vueltas a la cabeza mientras acompañaba a Carla a uno de los mejores hoteles de la isla, donde iba a celebrarse la comida.
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