Cuando se estaba quedando dormida, sonó el teléfono. Paula contestó y oyó la voz de su hermana.
-Carla, ¿Dónde te has metido?
-Cuando terminé el desfile, Ariel y yo nos fuimos unos días al Gran Cañón. Hemos llegado a casa esta mañana y he oído tus mensajes. Sabías que nos íbamos a ir unos días de vacaciones.
-Lo sé, pero tenemos que hablar -dijo Paula dándose cuenta del tono de reproche de su hermana-. ¿Te ha pedido Ariel ya que te cases con él?
-Dicho así, no suena nada romántico -contestó Carla un poco molesta-. Se me declaró a la luz de la luna, en el Gran Cañón, con champán. Brindamos por nuestro futuro juntos, volvimos al hotel y estuvimos bailando durante horas. Fue la noche más maravillosa de mi vida. Llevo el anillo. Me gustaría que vieras el tamaño del diamante.
Paula sintió un poco de envidia.
-Me alegro mucho por los dos, pero me alegraré mucho más si se casan cuanto antes.
-No hay prisas. Al final, no estoy embarazada. ¿Había creído estarlo? Claro, por eso no quería correr el riesgo de que Pedro fastidiara su boda con Ariel.
-Me lo tenías que haber dicho. ¿Por qué has aguantado la preocupación tú sola?
-Bien está lo que bien acaba. Incluso la madre de Ariel está empezando a hacer acercamientos. Ayer, él la llamó para decirle lo del compromiso y ella se puso al teléfono y me dio la bienvenida a la familia. Todo va a salir bien, Paula. Lo sé. Lo quiero tanto...
-Claro que va a salir bien, pero escucha. El príncipe Pedro sigue creyendo que soy tú y no quiere dejarme salir de Carramer hasta que nos hayamos casado.
-No puede hacer eso.
-No olvides el gran poder que tiene aquí la familia real. Puede hacer lo que quiera.
-Tú eres ciudadana estadounidense.
-Sí, pero, como estoy comprometida legalmente con un ciudadano de Carramer y estoy aquí, sus leyes tienen preferencia.
-Ya -dijo Carla dándose cuenta de la importancia del asunto.
-Por eso deben casarse cuanto antes. Es la única manera de que te libres de las leyes de Carramer.
-Lo que creo es que tú quieres que me case cuanto antes para librarte de mí.
-¿Qué estás diciendo? -dijo Paula furiosa.
-Te mueres de ganas de que te deje en paz, ¿Verdad?
-Eso no es verdad y lo sabes.
-¿Ah no? Tú te erigiste en nuestra madre hace años y me has dado consejos te los haya pedido o no durante toda mi vida. Esta vez no va a ser así. La madre de Ariel ha empezado por fin a aceptarme. Si nos escapamos y nos casamos, no me lo perdonará. No me volvería a hablar.
Paula se preguntó si habría sido esa madre metomentodo de la que hablaba su hermana. Ella creía que lo había hecho para ayudar, pero vio que su hermana no creía lo mismo.
-Siento haberme metido en tu vida -dijo Paula.
-No, perdona. No debería haberte dicho eso. Sé que te preocupas por mí, pero lo que debo hacer es casarme con Ariel como Dios manda. Quiero llevar un traje de novia con una cola de varios metros de seda, llegar al altar tras recorrer el pasillo, tener una boda tradicional.
-Tienes toda la razón del mundo.
-Gracias por entenderme. Siento mucho haberte dicho lo que te he dicho. No era verdad.
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