-No le mentiré si me pregunta y no te llamaré Carla en su presencia, pero no es asunto mío decirle que se ha equivocado.
-Eso es más de lo que me atrevería a pedirte, Vava Rosa. Gracias - contestó Paula sintiendo ganas de abrazarla.
-Tú no me lo has pedido, ha sido decisión mía. Siempre he sentido un gran afecto por ti, desde el día en que me hiciste aquella guirnalda de flores cuando tenías diez años.
-No tenía ni idea de que eso se le daba a una mujer virgen tras su primera noche con un hombre.
-Si hubiera creído que lo sabías, te hubiera estrangulado con la guirnalda -rió Isabel.
Paula se levantó impulsivamente y la abrazó.
-Siento que las cosas entre papá y tú no funcionaran.
-Tal vez habrías cambiado de opinión si me hubiera convertido en tu madre.
-No creo. Nos habrías hecho mucho bien a todos.
Isabel no solía mostrar sus sentimientos abiertamente, así que controló su turbación.
-Bien, ahora ma amounou, dímelo en carramer.
«¿Cuándo se ha empezado a complicar tanto mi vida?», se preguntó Pedro mientras se dirigía a la habitación de su hijo. Ya no tenía tan claro que el matrimonio que había planeado fuera una buena idea. Aceptó que el primer problema era lo que su prometida despertaba en él. No había planeado enamorarse de ella. Sabía que se iba encontrar con una mujer guapa y sensual, pero no con una criatura dulce y adorable capaz de despertar en él necesidades que no quería admitir. No sabía si se trataba de un engaño o de un hechizo, pero allí' había algo que no encajaba. El recelo se mezcló con el placer cuando pensó en la reacción de Carla ante la sorpresa que él le había preparado. Había contratado a Isabel porque recordaba el gran amor que las unía y estaba convencido de que había sido una buena idea. Sin embargo, le preocupaba la poca alegría que había mostrado Carla durante la cena. Estaba claro que sabía que él quería que la enseñara al tiempo que la vigilaba. Se preguntó si estaría haciendo lo correcto obligándola a quedarse. Pensó por un momento en darle la libertad de decidir si quería irse o no. No. No se iba a arriesgar a que se fuera. Quería tenerla con él. Ella no había aceptado su idea del matrimonio, pero lo haría con el tiempo. Abrió la puerta de la habitación y se encontró a Nadia dándole a Nicolás el biberón. Aquello le turbó. De repente, se le vino a la cabeza la imagen de una mujer dando de mamar a su bebé y tuvo que parpadear para quitárselo de la mente. ¿Qué le estaba ocurriendo? Había deseado que fuera real. Había deseado el amor de esa escena. Estaba loco. ¿Es que acaso no había aprendido nada de la experiencia de su hermano? El amor era una trampa y el castigo por equivocarse, la cadena perpetua. Era mucho mejor casarse sin amor, así nadie saldría mal parado cuando el amor se acabara, algo que sucedía tarde o temprano. Tomó a Nicolás en brazos y disfrutó del calor que desprendía su pequeño cuerpecito. Las necesidades de su hijo eran tan simples y fáciles de satisfacer... Deseó que las suyas fueran iguales.
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