Pedro miró a Paula, la hermana gemela de Carla, que estaba a un lado. Se dió cuenta de que parecía tan infeliz como él, como si no quisiera estar allí. Eran tan iguales qué Pedro no se explicaba por qué prefería a Paula, pero era así. A ella le gustaba hablar de los delfines y le encantaba ir a buscar conchas a la playa. A diferencia de Carla, a ella no le importaba que se le metiera la arena en los zapatos.
Pedro entendía por qué habían elegido a Carla para aquella ceremonia. Era la mayor, aunque solo fuera por unos minutos. Con Paula hubiera sido mucho más divertido y se podrían haber echado unas risas con aquel tema cuando lo hubieran comentado los dos solos, en una de las conversaciones a corazón abierto que solían mantener. Carla estaba tan seria que a Pedro le entraron ganas de recordarle que no era de verdad. Se comportaba como si fuera el evento más solemne del mundo, como su padre y el doctor Chaves. Años más tarde, él se enteró de que lo había sido.
Pedro volvió al presente y recordó la conversación que había mantenido con Gonzalo aquella misma mañana. Los hermanos se habían enterado de que la ceremonia del desposorio conllevaba un compromiso y seguramente su padre también lo sabía, lo que hacía suponer que esperara que su hijo sentara la cabeza. «Falsas esperanzas», pensó. La fama de ligón que tenía no era del todo falsa. Se la había ganado, pero los medios de comunicación también la habían exagerado. Tal y como le había indicado Gonzalo, adoptar al bebé de una de sus supuestas novias no había sido una acción muy discreta, pero a él le daba igual lo que dijera la gente, quería demasiado a aquel niño. Su vida privada nunca había hecho que desatendiera sus responsabilidades reales.
-No he dicho que lo hayas hecho -admitió Gonzalo-, pero si vas a hacerte cargo de un niño, deberías darle una familia estable, no te estoy diciendo que te cases, claro que no, por experiencia te digo que el matrimonio por obligación puede ser un infierno, pero antes de morir, Sandra me dió un hijo estupendo, así que no puedo decir que nuestro matrimonio fuera un error. Ahora tengo a Candela y al niño y quiero que tú también experimentes esta felicidad.
Pedro sonrió. Eso no se lo decía el rey de Carramer, sino el hermano que se preocupaba por él.
-No hay otra como Carla.
-A lo mejor sí -había contestado Gonzalo tendiéndole la revista con la modelo en la portada-. Después de todo, están prometidos por ley.
-Ninguno de nosotros sabíamos lo que estábamos haciendo -se defendió Pedro.
-No por eso la ceremonia deja de ser un compromiso.
-Seguro que hay alguna manera de romperlo.
-En lugar de perder el tiempo buscándola, ¿Por qué no haces que vayan a buscar a Carla y le recuerdas la obligación que ambos adquirieron?
Pedro frunció el ceño.
-No creo que Carla esté dispuesta a casarse conmigo por una ceremonia que protagonizamos cuando éramos niños.
-Entonces, haz que se quiera casar contigo -dijo Gonzalo con tono imperial-. Viendo cómo es hoy en día, conquistarla podría ser todo un reto.
-Me encantan los retos -contestó Pedro sonriendo y pensando que incluso podría estar bien.
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