martes, 12 de enero de 2021

Juego De Gemelas: Capítulo 1

La limusina que la esperaba en el aeropuerto de Aviso llevaba el escudo azul y jade de la casa real de Carramer. Paula la vió, y también las motos de policía que la escoltaban, y pensó que ya no había marcha atrás. Se sintió nerviosa ante lo que estaba a punto de hacer. Muerta de miedo, pensó que sería imposible convencer al príncipe Pedro de que era Carla. Cuando su hermana había recibido el recado del príncipe para que acudiera a Carramer a casarse con él como habían acordado cuando eran niños, Carla le había suplicado que fuera ella. Paula no sabía si iba a poder hacerlo. Carla estaba a punto de casarse con el hombre al que quería, el heredero de una de las mayores fortunas de California. Su futura suegra ya se quejaba de que Carla dedicaba demasiado tiempo a su trabajo. Si se enteraba de que ya estaba prometida, sería el fin. Paula pensó que era todo culpa de su padre. El excéntrico antropólogo había ido demasiado lejos. Todos habían creído que era una especie de obra de teatro inofensiva, pero había resultado ser una ceremonia de desposorio basada en antiguas tradiciones de los Carramer. Como resultado, Carla estaba legalmente prometida al heredero del trono de Carramer, al que no veía desde que él tenía trece años y ella, once.


-Supongo que ya no estoy en Kansas -murmuró Paula para sí misma mientras la acompañaban hasta el vehículo. 


En realidad, estaba muy lejos de Kansas, en la isla de los Ángeles, la segunda más grande del reino de Carramer, gobernada por el príncipe Pedro Alfonso. Desde el cielo, había visto claramente las dos alas, de donde tomaba su nombre la isla. Al otro lado del Canal de Carramer, estaba la isla principal, Celeste, en cuya capital, Solano, habían vivido ella, su hermana y su padre cerca de dos años. La única isla donde no había puesto el pie era Nuee, que estaba en una de las puntas de la Isla de los Ángeles y formaba una especie de punto de exclamación. Un funcionario se le había acercado al bajar del avión y había mirado su pasaporte por encima. Aunque lo hubiera mirado detenidamente, no habría dudado lo más mínimo, ya que Carla y ella eran exactamente iguales. 


Carla había empleado con ella sus conocimientos del mundo de las modelos. Le había enseñado a resaltar sus ojos color ámbar con una máscara que hacía que sus pestañas parecieran muy largas. Le había rizado el pelo, que llevaba por los hombros, para que fuera exactamente igual que la melena rizada que la  caracterizaba. Paula estaba acostumbrada a llevarlo en coleta y sentía deseos continuamente de retirárselo de la cara. La ropa de sport que ella solía llevar la había cambiado por un traje pantalón de lino color berenjena, un pañuelo de Hermés crema y dorado y aros de oro. Las maletas de cuero iban llenas de ropa de Carla, incluido el biquini dorado de su hermana, aunque ella había protestado porque prefería su traje de baño, más normalito.


-Pedro no tiene ni idea de qué te pones para nadar -le había dicho a Carla. Pensar que el Príncipe la iba a ver en biquini la ponía nerviosa.


-Estamos hablando sobre la imagen -había contestado Carla volviendo a meter el biquini en la maleta-. Para resultar convincente, tienes que ser como yo las veinticuatro horas del día.


-Eso explica los saltos de cama de encaje -había apuntado Paula.


Carla había aprovechado para quitar las camisetas que su hermana utilizaba para dormir. Caroline pensó que Pedro nunca la vería con aquellos saltos de cama, pero no pudo evitar sonrojarse al verlos en la maleta.


-¿Cuándo dejamos de ir vestidas iguales? -preguntó Paula a Carla. No había sido una decisión consciente sino algo que había sucedido siendo adolescentes como resultado de sus caracteres diferentes.


-Cuando yo descubrí a los hombres ricos -respondió su gemela medio en broma medio en serio. 


Siendo una adolescente, prometió casarse con un hombre de dinero para no llevar una vida tan insegura como había llevado con su padre. Ariel O'Hare-Smith era ese hombre. Qué ironía. Paula había dicho entonces que ella prefería ser princesa. No se podía ni imaginar que un día le tocaría interpretar semejante farsa. Carla no tenía ningún interés en la vida real. Le parecía que formar parte de la familia real era una obligación demasiado pesada. Carla le había dicho que, por mucho dinero que tuvieran los Alfonso, no podían gastárselo porque el pueblo los criticaría. 

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