Ariel le ofrecía una vida fácil y cómoda, con el mismo dinero y más adoración. Lo único que debía hacer ella era estar siempre guapa y adorarlo también. Paula sabía que aquello no le satisfaría. Tal vez fuera la influencia de su padre, pero ella quería hacerse un hueco propio en el mundo. El había utilizado el dinero que había heredado para viajar y conocer otras culturas, estudiando sus tradiciones para el futuro. Aunque no compartía con él su amor por el pasado, sí había heredado la idea de que había que esforzarse para conseguir lo que uno quería. Todo lo que merecía la pena tenía un precio. El precio que ella debía pagar por aquel engaño le quedó claro cuando llegó a la limusina. Un chófer uniformado le abrió la puerta y el príncipe Pedro salió del asiento trasero.
-Bienvenida a Carramer, Carla -le dijo tendiéndole la mano.
Cuando sus manos se rozaron, Paula sintió un escalofrío. La fotografía que había enviado le hacía justicia. Aquel niño con el que ella solía jugar en el palacio de Solano era un hombre hecho y derecho. Tenía un toque travieso en los ojos y un mechón de pelo sobre la frente. Con los años, el pelo se le había oscurecido y tenía las sienes prematuramente plateadas, lo que lo hacía muy interesante. Medía alrededor de un metro ochenta y tenía un cuerpo musculoso. Llevaba unos pantalones impecables y una camisa blanca, con un cinturón de cocodrilo. Sintió enrojecer y se obligó a mirarle a la cara. Tenía los rasgos de la dinastía Alfonso, además de una mandíbula prominente, que a ella le recordó que de niño era un testarudo. No parecía haber cambiado en ese aspecto.
-Hola, Pedro. Cuánto tiempo -contestó haciendo un esfuerzo.
-Demasiado -dijo el Príncipe poniéndole las manos sobre los hombros y dándole un beso en la mejilla.
No había sido un beso romántico en el estricto sentido de la palabra, pero se sintió mareada y ño era por el calor. Tuvo que hacer un esfuerzo para mantener el decoro y no echarle los brazos al cuello. Cuando se volvieron a mirar, vió que él también parecía mareado, como si el beso le hubiera afectado demasiado. Por un momento, temió que él se hubiera dado cuenta de todo, pero desterró aquel pensamiento. Seguramente solo sería la sorpresa de encontrarse con que la niña que él recordaba se había convertido en una mujer. A ella le debía de estar pasando lo mismo porque sentía un calor interno inexplicable y se le había acelerado el pulso.
-Me alegro de volver a verte -dijo él con voz profunda.
Paula sintió un escalofrío por la espalda. Él se refería a Carla. Sabía que no iba a ser fácil, pero no se había imaginado que resurgiría con tanta fuerza el amor que sentía por Pedro de pequeña. Debería sentirse agradecida de que no se diera cuenta de que era, en realidad, su gemela, pero se sentía molesta. En el poco tiempo del que habían dispuesto tras recibir la carta, Carla le había enseñado a andar, a hablar y a comportarse como ella, pero ella era y sentía como Paula Chaves y una parte de ella deseó que aquella bienvenida del Príncipe fuera para ella. «En sueños», pensó, sabiendo que eso solo ocurría en el mundo de la fantasía. Pedro la ayudó a subir al coche mientras ella pensaba que debería tener cuidado para no confundir la realidad con la fantasía. El coche se puso en marcha. El ruido de las motos de la escolta le dio la oportunidad de poner un poco de distancia entre ellos. Lo agradeció. No era solo el físico Pedro lo que le imponía sino también su actitud protectora. No estaba acostumbrada a sentirse frágil. Las dos hermanas se habían cuidado solas porque Miguel Chaves estaba entregado a la antropología. Semejante aura de protección le resultaba extraña. Tal vez por eso ella se sentía más cómoda con hombres en los que no se podía confiar, como Rafael Davenport. Ella había creído estar enamorada de él hasta que, a la primera de cambio, la había engañado con otra. Le creyó cuando le dijo que apreciaba lo que tenía, pero al cabo de un tiempo se dió cuenta de que aquel hombre necesitaba más de una mujer en su vida. Y, de repente, él, un hombre que había esperado más de quince años a una mujer. Aquello tenía a Paula anonadada. Teniendo a Pedro al lado era difícil siquiera recordar la cara de Rafael. Aquel hombre le había hecho mucho daño, pero habían bastado unos pocos minutos con el Príncipe para que no existiera ningún otro hombre. ¿Qué le estaba ocurriendo?
-¿Qué tal el vuelo? -preguntó Pedro devolviéndola a la realidad.
-Muy bien. Mi bautismo en primera clase ha sido todo un éxito - contestó sin pensar.
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