martes, 19 de enero de 2021

Juego De Gemelas: Capítulo 9

Igual que con Rafael, se volvió a sentir segundo plato.


-Ya. ¿Me podrías explicar que hago yo aquí?


-En la entrevista decías que preferías casarte por dinero y posición que por amor porque ya habías tenido suficiente pobreza recorriendo el mundo con tu padre. Mi pueblo quiere que me case, pero yo tampoco busco amor. Así que pensé que haríamos buena pareja. Como puedo ofrecerte todo lo que tú quieres, supongo que el viejo contrato que hay entre nosotros nos beneficia a los dos.


Era irónico. Su gemela habría estado completamente de acuerdo con él si no hubiera encontrado a Ariel O'Hare-Smith y se fuera a casar por dinero y por amor.


-Las entrevistas se hacen varios meses antes de que salga la revista. En ese tiempo, podría haberme enamorado de alguien -dijo intentando disimular.


-No hay ninguna razón para que mi mujer no disfrute de la misma libertad que yo, si los dos somos discretos, claro.


-Claro. Te refieres a un matrimonio de conveniencia, ¿No? -preguntó con sumo esfuerzo.


-¿Tú crees?


Paula lo miró y se arrepintió inmediatamente, al ver el deseo que ella misma sentía en los ojos de él. Le dió un vuelco el corazón y tragó saliva.


-No puedes tener las dos cosas.


-¿Crees que podemos tener un matrimonio de conveniencia con la atracción que hay entre nosotros?


-Eso son imaginaciones tuyas -dijo decidida a aguantar.


-Solo hay una forma de saberlo -dijo pasándole un brazo por los hombros y atrayéndola hacia sí. 


Paula sintió un inmenso placer. Tenía sus labios a pocos milímetros de la boca. Michel se movía con lentitud, sabía seducir a las mujeres, pero ella no quería ser una más. Caroline sabía que debía negarse, pero no podía. Si él quería besarla, no tendría fuerzas para negarse. Le sorprendió que solo le rozara los labios, pero aquello valió para sentir fuego en las venas. Caroline se dio cuenta de que respiraba entrecortadamente. 


-¿Ves? Tenía razón.


Paula se levantó rápidamente, se dirigió a un árbol y puso las manos sobre su corteza.


-No puedo negarme a cumplir una orden real, ¿Verdad? -preguntó molesta consigo misma por traicionarse tan rápido-. Tengo entendido que el castigo es perder la cabeza -«En varios sentidos», pensó.


-Si fuera una orden real, tú no estarías ahí y yo aquí.


-Vas demasiado deprisa -contestó Paula.


-He esperado quince años.


-No, no has esperado. 


Pedro se levantó y fue hacia ella.


-¿Tienes celos de mi relación con la madre de Nicolás?


-Por supuesto que no -contestó Paula pensando en que Carla habría dicho eso.


-Yo tampoco los tengo de tu pasado -murmuró.


Paula pensó que no había motivos en su pasado para que Pedro se sintiera celoso. Se había negado a acostarse con Rafael y sabía que esa había sido una de las causas de su ruptura. Él no había querido entender que su virginidad era un regalo que solo podía dar una vez. Sabía que aquello era muy raro en los tiempos que corrían, pero si había algo que hubiera aprendido de su padre era que cada uno debía tomar sus decisiones. Por eso, no juzgaba a su hermana por hacer lo que quisiera en ese aspecto. Aun así, se preguntaba quién habría sido más feliz, Carla con tantas aventuras o ella con su celibato autoimpuesto.


-Supongo que te refieres a lo que dije en la entrevista -Pedro asintió y Paula se pasó la mano por el pelo como habría hecho Carla-. ¿Te crees todo lo que lees en las revistas?


-Creo en lo que veo. Eres guapa y sensual. Supongo que estarás acostumbrada a utilizarlo para salirte con la tuya. Por suerte, la sociedad de Carramer es realista y no espera que las mujeres se casen vírgenes.


-¿Cambiarían las cosas si ya estuviera casada?


-Claro que sí, pero mi equipo de seguridad me aseguró que no lo estabas.


-¿Para qué? ¿No dijiste que todo lo que puedo desear está aquí? -dijo Paula con una sinceridad que le sorprendió a ella misma. 


-Parece que lo dices en serio. De todas formas, no tendrás oportunidad porque te quedarás aquí hasta que nos casemos.


-¿Como una prisionera?


-No, como una invitada de honor. Podrían secuestrarte cuando se enteren de que eres mi prometida. Carramer es más seguro que otros lugares. Corren tiempos peligrosos.


Paula pensó que el mayor peligro lo tenía ante sí y que nada podría protegerla de ella misma. Se alegró de que no hubiera ido Carla, de que no se hubiera visto metida en aquel lío. Aunque Pedro la retuviera en el palacio hasta que los burros volaran, no podría obligarla a cumplir una promesa que ella no había hecho. Aquella idea debería de haberla alegrado, pero la entristeció. Se convenció de que Carla no debía acudir a Carramer. Era mejor que se casara con Ariel y luego se lo dijera a Pedro, cuando ya no pudiera hacer nada. Se imaginó el enfado cuando Pedro se enterara de todo. Ya de niño, siempre le había gustado ganar. «Esta vez, no debe ganar», se dijo. Ella tampoco saldría ganando, lo sabía, pero lo que no había previsto era el inmenso dolor que ello le producía. 

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