jueves, 7 de enero de 2021

Rivales: Capítulo 44

Tenía que hablar con él, tenía que verlo. Pedro estaría de camino al helipuerto y la única forma de ir tras él sin despertar rumores era a caballo. Paula sabía que era una locura, pero tenía que hacerlo. Daisy corría con todas sus fuerzas y los pensamientos de ella iban tan rápido como los cascos del animal. ¿Llegaría a tiempo? ¿Y si el helicóptero despegaba antes de que llegara? ¿Y si se había equivocado y el gesto de Pedro no significaba lo que creía? No podía ser. No podía estar equivocada. Las aspas del helicóptero habían empezado a girar cuando llegó al helipuerto, pero Pedro la vió por la ventanilla. Después de indicarle algo al piloto, saltó al suelo y corrió hacia ella.


-¿Qué demonios haces montando a caballo? -preguntó, furioso.


-Te estaba buscando -contestó ella.


-Pues ya me has encontrado. Espero que no hayas vuelto a hacerte daño.


Cuando Pedro le puso las manos en la cintura, tuvo que hacer un esfuerzo para no echarse en sus brazos. Había demasiados testigos.


-Quiero que vengas a dar un paseo conmigo. 


Él la miró como si se hubiera vuelto loca. Y quizá era cierto.


-¿Ahora? El helicóptero está a punto de salir...


-Que esperen. Privilegios de mi rango -lo interrumpió ella.


-El tuyo, pero no el mío.


-El mío servirá -dijo Paula, acercándose al piloto. Después, volvió hacia Pedro-. Ahora podemos ir a dar un paseo.


Él subió a la silla y tiró de ella para ayudarla a montar.


-¿Dónde vamos? 


-Al monte Mayat.


-Está loca, Alteza -protestó Pedro. Pero hizo lo que le pedía. Un rato después, cuando estaban a la sombra de los árboles, tiró de las riendas-. ¿Aquí estamos bien o sigo adelante?


-Aquí estamos bien. 


Pedro la ayudó a desmontar, dejando las manos en su cintura más tiempo del que era necesario. Aparentemente, le costaba trabajo soltarla. O eso esperaba Paula, que lo miró con las manos en las caderas.


-Dime por qué me has dejado a Carazzan.


-¿Por qué no iba a hacerlo?


-Ese caballo es la clave para tus planes de cría.


-Hay otros caballos.


-No como Carazzan.


-Tampoco hay otra mujer como tú -dijo entonces Pedro.


-¿El caballo es un regalo para la princesa?


-Un regalo para tí -corrigió él.


-¿Porque te importo?


Pedro se quedó en silencio durante unos segundos.


-Sí -contestó por fin.


-Sin embargo, estabas a punto de tomar un helicóptero y alejarte de mí sin mirar atrás.


-Estaba haciendo lo que tenía que hacer.


-Qué noble. ¿Y no se te ha ocurrido pensar que yo tendría algo que decir?


-No puedes -contestó él. 


Su voz sonaba triste, como si hubiera estado dándole vueltas a aquello en su cabeza. Ella era como su ex mujer, creyó entender Paula. Y era el momento de probarle que estaba equivocado.


-Tienes dos opciones, Pedro. Puedes quedarte o puedes irte. De cualquier forma, tendrás que vértelas conmigo. Si te vas, yo tendré que renunciar a mi título, mis derechos de sucesión, incluso a mi país si es necesario. Pienso seguirte hasta Estados Unidos.


Pedro se había quedado sin palabras.


-¿Harías eso por mí?


-Si tengo que hacerlo para estar contigo, lo haré.


Pedro se dió cuenta de que lo decía en serio. Era tan diferente de lo que había hecho su ex mujer que cualquier comparación se borró de su mente.


-No puedo -dijo con voz ronca-. No puedo dejar que abandones todo por mí.


Paula sintió que se le doblaban las piernas. Había estado tan segura de que él compartía sus sentimientos...


-¿Porque te he decepcionado?


-¿De qué estás hablando? -preguntó él, sorprendido.


-No quisiste hacerme el amor en la cabaña.


Pedro la miró, boquiabierto.


-¡Por Dios bendito, Paula! Tuve que hacer un esfuerzo sobrehumano o no habría podido contenerme. Y estoy seguro de que a tu gente no le haría ninguna gracia que un extranjero sedujera a su princesa.


Paula sintió una alegría inmensa. Entonces, él la había deseado. Solo se había apartado de ella por consideración. 

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