Pedro estaba confundido.
-De pequeña, solías decirme que «visto un pez, vistos todos» -terminó Paula esperando sonar como Carla-. Me ha gustado mucho la visita, de verdad.
-El personal piensa lo mismo, que es lo importante -dijo Pedro yendo hacia las limusinas.
Al poco, estaban sentados sobre la tapicería de cuero y con el aire acondicionado. Un cristal los separaba del conductor y les daba algo de intimidad. Pedro suspiró y se relajó. Paula pensó que no debía tener muchos momentos así, siempre impecable ante todos, sin poder demostrar aburrimiento o cansancio. Entendía perfectamente por qué tenía un jardín privado en el que poder ser él mismo.
-Te los has ganado -dijo Pedro interrumpiendo sus pensamientos.
Paula leyó entre líneas que a él, no. Pensó que estaría recordando que de pequeña a Carla nunca le había gustado la naturaleza. Supuso que él creía que había fingido su interés. Tuvo deseos de decirle que el entusiasmo mostrado era verdadero, pero no podía hacerlo porque él sospecharía, así que dejó que se hiciera el silencio. Él malinterpretó su estado de ánimo.
-Perdón si la visita ha sido demasiado larga.
-Supongo que, como tu esposa, debo acostumbrarme a cumplir con mi deber, ¿No? -le espetó dolida porque no hubiera entendido nada e intentando imitar la contestación que habría dado su hermana.
-Al convertirte en princesa, tendrás tus responsabilidades, pero me encargaré de que no sean demasiado molestas. A no ser que te refieras a tus deberes maritales -añadió con un toque de arrogancia.
Ella le devolvió una mirada igual de altanera, disimulando la tristeza que le producía imaginárselo casado.
-Quizás esas sean las responsabilidades más aburridas de todas.
-Sinceramente, lo dudo -rió Pedro-, pero me alegra que te lo preguntes.
Le pasó un brazo por los hombros y se arrimó a ella. Paula no se podía mover. Pedro le pasó el dedo por el labio inferior y ella no pudo protestar, solo disfrutar del latigazo de placer que le produjo. Pedro pensó que había reaccionado con un gesto casi virginal. Se le hizo raro aquello en una mujer tan experimentada sexualmente como Carla. Tenía las pupilas dilatadas y los párpados medio cerrados, las mejillas sonrosadas. Cuando su boca se posó sobre los labios de ella, Paula no pudo evitar abrir la boca sorprendida y él aceptó la invitación para entrar y explorar con una fruición que hubiera derretido una estatua. Ella no era una estatua y se estaba derritiendo. Mientras la besaba, Pedro paseó sus manos por la voluptuosidad de su cuerpo. Él creía que las modelos tenían que morirse de hambre y no tener curvas, pero se alegraba de comprobar que Carla no era así, que era voluptuosa donde debía serlo. Se suponía que le iba a demostrar que le iba a gustar que la besara, mientras él se quedaba tan tranquilo, pero descubrió que él también estaba ardiendo. Sintió la tentación de darle algo más que besos, pero pensó que ya estaba un poco mayorcito para desnudarse en la parte de atrás de una limusina. Aunque ella le había hecho olvidarse de dónde estaba, de quién era y de que lo único que les separaba del escándalo era un cristal ahumado insonorizado. Se olvidó de todo salvo de la suavidad de su piel y de cómo había temblado entre sus manos. Virginal. Aquella palabra volvió a su mente. Había respondido como si ningún hombre la hubiera tocado antes, pero no podía ser. Había leído todo lo contrario, en la entrevista parecía orgullosa de sus conquistas. Le besó el cuello y sintió que a ella se le disparaba el pulso. Le chupó la piel satinada y sintió su propia necesidad. Era como un volcán dormido al que algo que no podía controlar había despertado. No sabía cuánto tardaría en llegar la explosión, pero, a no ser que se distanciara de ella, sucedería. Paula se admitió a sí misma que aquello era lo que quería. La boca de Pedro era una tortura maravillosa que le pedía una intimidad que ella nunca había experimentado. Nunca había querido darle a un hombre lo que quería darle al príncipe en aquel beso. Se dio cuenta de que la pasión era lo único que conseguiría de él. No debería besarle, mucho menos disfrutar de ello. Ella no había pensado nunca que el engaño llegaría tan lejos, pero no podía controlarse. Su boca era irresistible.
Me da miedo lo que pueda pasar cuando Pedro se entere de todo...
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