-Qué gracioso -dijo ella, haciendo una mueca.
-Lo digo en serio, Paula. Eres muy especial y no porque seas una princesa, sino por tí misma. He aprendido a conocerte mejor durante las últimas veinticuatro horas.
-¿Y sigues haciéndome cumplidos?
-Lo que ví en la montaña fue una mujer de una belleza y una valentía extraordinarias. Esa mujer puede hacer todo lo que desee.
Excepto lo único que deseaba de verdad, pensó Paula: Hacer que Pedro la amara.
-¿Qué vas a hacer ahora? -preguntó.
-Vendré a verte todos los días hasta que estés recuperada -contestó él-. El doctor Pascale ha dicho que podrías tardar una semana.
La idea de tenerlo a su lado durante una semana la llenó de emoción, aunque después sería mucho más difícil separarse de él. Solo lo hacía para cubrir las apariencias, no porque quisiera estar con ella.
-¿No tienes reuniones con Leandro?
-Puedo ir y volver a la isla de los Ángeles en el mismo día.
Pedro empezó a jugar con la manta.
-¿Por qué estás haciendo esto, Pedro?
-¿Haciendo qué?
-No tenías que mentir sobre nuestro compromiso. Podrías haber dejado que yo solucionara la situación.
Pedro se acercó a la ventana y se quedó en silencio durante unos segundos.
-¿Tan difícil te resulta aceptar que quiera hacerte un favor?
¿Para que le debiera algo cuando el rancho estuviera establecido?, se preguntó Paula. No quería pensarlo, pero era lo más probable. En su posición, los favores eran moneda de cambio corriente.
-Me gustaría descansar -dijo Paula entonces.
-Entonces, nos veremos durante la cena.
La imagen que aquella frase conjuraba era tan doméstica que Paula la rechazó instintivamente. Estarían comprometidos a los ojos del mundo, pero no debía pensar en el compromiso como algo auténtico, porque no lo era.
-Supongo que preferirás volver a tu hotel, así que llamaré para que me suban una bandeja.
-Como desee, Alteza -dijo Pedro entonces.
Le había dolido su rechazo y no podía disimular.
-Pedro, se supone que estamos comprometidos, así que deberías llamarme Paula.
-Como desee, Alteza.
La puerta se cerró tras él y Paula suspiró. Debería alegrarse de que Pedro hubiera recuperado aquel tono de frialdad. De ese modo, sería más fácil soportar aquella semana. Él había dicho que era hermosa y valiente, pero eso no era suficiente para que la amara. Y, a pesar de todos sus títulos, no podía hacer nada para que así fuera. Tenía una semana por delante para levantar sus defensas, una semana para volver a convertirse en la princesa que no había querido ser. Nadie sospecharía lo que él era para ella, ni siquiera el propio Pedro Alfonso. No traicionaría su amor ni con una mirada ni con una palabra, costase lo que costase, y sospechaba que iba a costarle mucho. Su corazón, su futuro... No la amaba. De eso estaba segura. Pero tenía la consolación de un reino. Eso tendría que ser suficiente.
Que duros son para expresar lo que sienten!!
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