martes, 19 de enero de 2021

Juego De Gemelas: Capítulo 10

 -Debí suponer que el acuario estaría en el itinerario que has preparado -dijo Paula riendo.


-Sé que no te mueres por los peces, pero supuse que sería un buen descanso en mitad de tantas presentaciones y visitas -contestó el príncipe frunciendo el entrecejo.


-Tienes razón, lo es -contestó Paula intentando ignorar el tono reprobador de él. 


Carla prefería las discotecas y los restaurantes a las playas y los arrecifes de coral. Ella prefería todo lo contrario, la naturaleza le parecía mucho mejor que un local atestado de gente con la música a todo volumen. Ella prefería estar al aire libre. Aquella mañana casi había sucumbido ante tanta visita administrativa. Habían visitado el parlamento, con sus jardines tropicales, y se había interesado verdaderamente por el trabajo de los funcionarios, pero había agradecido más de lo que Pedro podía imaginar el cambio. No le gustaba la deferencia con la que la habían tratado en todas partes y no soportaba mentir a Pedro y a su pueblo, aunque solo fuera por omisión, pero no podía hacer nada. Tenía que ganar tiempo para su hermana. Hacía casi una semana que había llegado a la isla, Carla tendría que haber llamado ya, pero no lo había hecho y Paula no sabía el hotel en el que estaba, así que no podía ponerse en contacto con ella. Pensó que estaban en el mejor sitio para casarse, Las Vegas. Aquello le entristeció. No podía imaginarse no ir a la boda de su hermana. Desde pequeñas habían preparado hasta el más mínimo detalle de las ceremonias de las dos con toda la ilusión del mundo. Apartó la tristeza y pensó que peor sería que Carla tuviera que casarse por la fuerza con un hombre al que no quería. Su felicidad dependía de que él siguiera creyendo que Paula era su prometida. A ella no le gustaba, pero debía seguir un poco más. Estaban dentro del acuario, donde había enormes tanques que recreaban los arrecifes de coral que atraían a buceadores del mundo entero hasta la isla. La temperatura era más fresca que en el exterior. 


-No me había dado cuenta del calor que hacía fuera -dijo Paula.


-Si te molesta el calor, podemos volver al palacio -contestó Pedro mirándola preocupado.


-No. Es obvio que los empleados del acuario se han tomado muchas molestias para la visita -dijo Paula pensando que prefería estar en terreno neutral dados los cada vez más complicados sentimientos que tenía hacia él-. ¿Pasa algo? -preguntó al ver que Pedro la miraba sorprendido.


-No. Si estás bien, seguiremos con la visita -contestó Pedro haciéndole una señal al director del acuario para que comenzara.


Pedro solo oía a medias las explicaciones del director. Las habían oído antes, así que se puso a pensar en sus cosas. ¿Qué estaba ocurriendo? Con los años, Carla se había convertido en una mujer más guapa y más compasiva. La había visto bostezar dos veces en las visitas al parlamento. Cuando nadie la veía, claro, en público había sido un modelo de atención e interés. Era obvio que estaba sufriendo los efectos del clima tropical de Carramer, pero había preferido seguir con la visita prevista para no defraudar a los organizadores. Pedro, haciendo ver que miraba un rarísimo ejemplar de pez limón, estudió el reflejo de Paula en el tanque. El pelo le caía sobre los hombros como una cortina de seda, mucho mejor que el peinado recargado que llevaba cuando llegó y que utilizaba en su vida de modelo. A él le gustaba mucho más como lo llevaba en esos momentos. Tuvo deseos de tocarlo. También sus ropas eran más sencillas. Llevaba unos pantalones blancos de seda y una blusa de color coral con una chaqueta blanca de verano sobre los hombros.  Se masajeó la nuca. Era como si Carla tuviera dos personalidades. Cuando había bajado del avión, era exactamente la misma que en las fotos. Cuando se la había encontrado con su hijo en el jardín, le había parecido mucho más tierna y vulnerable, una persona muy diferente de la Carla egocentrista que había conocido de pequeño. La Carla adulta despertaba en él sentimientos que no había previsto y que no quería. Si seguía mostrándose tan agradable, sabía que podría empezar a enamorarse de ella. Sintió una oleada de deseo por todo el cuerpo y cerró los puños hasta clavarse las uñas en las palmas. Era imposible un matrimonio de conveniencia. La química entre ellos era demasiado fuerte. Sin embargo, hacerle el amor era una cosa y amarla, otra. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario