jueves, 14 de enero de 2021

Juego De Gemelas: Capítulo 8

 -Me perdí intentando llegar a la terraza para tomar el té contigo.


-La próxima vez haré que alguien te vaya a buscar -dijo en tono firme.


Aquel tono hizo que Paula se enfadara. Además de la tensión que suponía hacerse pasar por otra persona, tenía que luchar contra una atracción que no debía sentir.


-¿No sería más fácil que fuera dejando miguitas siempre que salga de mi habitación? -sugirió Paula.


-Más fácil, sí, pero se pondría todo perdido incluidas las alfombras persas y no me apetece.


-Creo que el pequeño Nicolás tiene hambre -dijo Paula viendo que el niño se metía el puño en la boca.


Pedro agarró al niño y se lo apoyó en el hombro con facilidad sin importarle que la camisa que llevaba se pudiera estropear.


-¿No creías que un príncipe pudiera estar familiarizado con los niños? -preguntó viendo que se había quedado con la boca abierta.


-Supongo que tendrás práctica besando a los niños de tus súbditos.


-No confundas a los príncipes con los políticos. No tenía mucha práctica, pero a base de jugar con los dos hijos de Gonzalo... Sí, tiene hambre -dijo viendo que el niño le mordía el cuello de la camisa-. Nadia, ¿Te importaría llevártelo dentro para que le den de comer?


-Por supuesto, Alteza. ¿Quiere que les traigan el té aquí?


-Sí, mejor aquí que en la terraza. Aquí hace más fresco. ¿Te parece bien o prefieres ir dentro? -le preguntó a Paula.


-Aquí fuera se está muy bien -contestó pensando que era mejor compartir con él el aire libre que una habitación en la que su aroma varonil le hiciera volverse loca.


-Parece que Nicolás está de acuerdo contigo.


-Es una monada. ¿Cuántos meses tiene? ¿Ocho?


-Nueve -contestó Pedro dándole el niño a Nadia. 


Paula se dió cuenta de que Pedro les seguía con la mirada mientras se alejaban. Sintió una punzada. ¿Habría algo entre él y Nadia? Se dijo que no debía dejarse influir por su fama de ligón, pero no podía quitárselo de la cabeza. Se sentaron en el balancín, en el que estaban muy cerca porque era pequeño. Cada vez que, con el vaivén, los pantalones de él le rozaban las piernas, ella sentía una pequeña descarga eléctrica. 


-¿Nadia es la madre de Nicolás?


-Es su niñera. La madre de Nicolás murió poco después de que él naciera.


-¿Y su padre?


-Nico es mi hijo -contestó Pedro tras una larga pausa.


Paula sintió que se le paraba el corazón y que se quedaba lívida. La fama de ligón le volvió a la cabeza. Sus fantasías con Pedro no incluían que tuviera un hijo de otra mujer. Aquello la confundió más de lo que podría haber imaginado. ¿Habría querido a su madre? ¿Si hubiera vivido se habría casado con ella? ¿Qué habría sucedido entonces con su compromiso? Se dijo que no era asunto suyo, pero le resultaba difícil no sentir curiosidad cuando hacía un minuto que había tenido en brazos la prueba de su amor. Nicolás no tenía la culpa de nada. Era un niño adorable, como todos los bebés. Cerró los ojos y recordó el calor del cuerpo del niño contra el suyo. Sintió un nudo en el estómago al recordar sus deditos sobre su pecho. Cuando Pedro había mandado que se lo llevaran, había experimentado una sorprendente sensación de pérdida. Dada la reputación de él, no debería sorprenderle que tuviera un hijo con otra mujer. Bueno, así se caería del pedestal donde ella le había colocado y donde no debía estar. Desde que lo había vuelto a ver, había temido que la situación se le fuera de las manos, pero Nicolás le había devuelto a la realidad, muy a su pesar. La proximidad de Pedro no le ayudaba en absoluto, pero no sabía si las piernas le sostendrían si se levantaba.


-¿Es hijo tuyo? Me parece que no lo entiendo.


-¿Qué es lo que no entiendes? ¿Su concepción? ¿Su nacimiento? - bromeó Pedro.


-No es eso -dijo poniéndose roja-. Sé perfectamente de dónde vienen los niños. Lo que me pregunto es cómo ha sucedido esto si estás prometido oficialmente a él... a mí.


-Un compromiso no quiere decir que haya amor de por medio.


¿Y con la madre de Nicolás si lo hubo? ¿La había querido tanto que prefería casarse con una extraña a la que le habían prometido de niño antes que correr el riesgo de enamorarse de nuevo? Aquel pensamiento dolía, pero tenía sentido. 

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