Si se negaba, seguramente Paula se daría cuenta de que estaba sin respiración, pensó. ¿Y si hubiera ido Marcos en lugar de él?, se preguntó entonces. Seguro que Marcos no habría tenido el menor problema para meterse en la bañera. Y pedirle a un hombre que se meta en una bañera contigo es algo que la mente masculina interpretará siempre como una invitación, sean cuales sean las circunstancias. Paula estaba tumbada con su decente traje gris, pero se le había subido la falda y ella no parecía darse ni cuenta. Y Pedro no tenía pensamientos muy cristianos en aquel momento. Se fijó en los dedos de sus pies, con las uñas pintadas de rosa… seguramente para que hicieran juego con el pijama. Pero al final decidió entrar en la bañera. ¿Qué otra cosa podía hacer?
–Ven, ponte a mi lado. ¿No crees que dos personas que compran una bañera como ésta quieren tumbarse uno al lado del otro?
–No tengo ni idea –contestó él, asombrado de que le saliera la voz. Quería meterse en la bañera sin rozarla, pero resbaló y cayó de golpe a su lado.
–¡Ay!
–Vaya, lo siento.
Pedro intentó moverse, pero estaba encajado entre la bañera y el cuerpo de Paula.
–Como yo había pensado. Demasiado pequeña. Aunque estamos vestidos y, normalmente, la gente se baña… –Paula no terminó la frase. Ni siquiera se atrevió a mirar a Pedro–. Bueno, a ver, ponte del otro lado, frente a mí.
Que Dios tuviera piedad de él.
–No puedo, estoy encajado.
–¡No lo estás! –Paula movió un brazo para empujarlo.
Pero eso pareció encajarlo aún más. Pedro llevaba calcetines y no podía apoyarse en la superficie pulida de la bañera sin resbalar.
–Vamos a intentar ponernos de lado. Así podré salir de aquí –dijo, suspirando–. Venga, una, dos y…
Se pusieron de lado, pero quedaron uno frente al otro. Pedro se encontró con los pechos de Paula pegados a su torso, su rostro a unos centímetros. Si era posible, estaba más atrapado que antes. Sus ojos se encontraron y la alegría que había en los de ella desapareció… para convertirse en otra cosa. Ella se pasó la lengua por los labios nerviosamente, pero el resultado fue tan sensual como una caricia. Pedro recordaba demasiado bien el sabor de esos labios. Y ahora, apretados como estaban el uno contra el otro, todo lo demás desapareció: las luces, la tienda, los sonidos, los empleados. Todo salvo ella. Paula levantó una mano y él contuvo el aliento, pensando que iba a tocar su cara… o sus labios. No, lo que tocó fue su pelo, el rebelde mechón que siempre quedaba de punta, algo que lo había atormentado, a él y a su madre, desde que era un niño. Pedro empezó a respirar de nuevo. Sólo entonces Paula pareció darse cuenta de que estaban juntos en una bañera, tumbados, su pecho aplastado contra el torso masculino.
–Oh, vaya… será mejor que salgamos de aquí.
–Bueno, bueno, que no cunda el pánico.
–¡No estoy asustada! –replicó ella.
Pero Pedro podía sentir los fuertes latidos de su corazón.
–¿Puedo ayudarles? –preguntó entonces un empleado, con cara deperplejidad.
–Sí, por favor. Un abrelatas nos vendría estupendamente.
–Esta no es una bañera para dos personas –protestó Paula–. Se anuncia como una bañera para dos personas, pero no lo es. Mire en qué situación nos encontramos.
–A lo mejor la fabrican en un país donde la gente es más pequeña –sugirió el empleado–. O donde la gente se baña sin ropa.
Pedro lo fulminó con la mirada mientras Paula, con toda la dignidad de una estrella de cine saliendo de una limusina, conseguía sacar una mano de la bañera. El empleado tiró de ella… pero no pasó nada. Tiró un poco más y, con un sonido como el del corcho de una botella de champán, Paula consiguió ponerse en pie. Aunque Pedro estaba en una posición desde la que podía haber mirado por debajo de su falda, se portó como un caballero. Cerró los ojos y luego tomó la mano que le ofrecía el empleado para salir de aquella trampa.
Me imagino lo que habrá pensado el empleado jajjaja
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