-¿Sí?
-Me gusta que mis amigos se lleven bien.
-Ya, claro. Se me había olvidado que éramos amigos.
-Claro que lo somos. Yo no dejo que cualquiera use mis preciosas cacerolas.
-Tú no usas tus preciosas cacerolas.
-Bueno, sólo digo que...
-Que es importante para tí que me caigan bien tus amigas. Muy bien, lo he entendido.
Paula sonrió. Debía sonreír. Tenía dos sofás, una mesa de comedor, una alfombra, cojines.
-No puedo creer que te hayas gastado tanto dinero -dijo Florencia cuando volvió al estudio-. A menos que... ¿Has vendido algo? Oh, Pau, esa sería una noticia maravillosa.
-No, no. Sólo he recibido unos royalties por un calendario.
-Bueno, tampoco está mal. ¿Eso significa que ya no estás en números rojos? ¿Vas a quedarte?
-Bueno, no, eso no...
-Paula...
-He comprado estas cosas porque me hacían falta, Flor. ¡No tenía muebles! Aunque sólo pueda disfrutar de ellos durante un par de semanas, al menos tendré esas semanas. Eres tú la que siempre insiste en que debo conectar conmigo misma, ¿No? Bueno, pues yo quería conectarme conmigo misma sentada en un sofá.
-Déjala en paz, Florencia -la regañó Laura-. Es su dinero. Es su vida.
-Gracias, Laura.
-Ya. Pero deberías haber comprado sofás rojos.
-Muy bien -rió Paula-. Bueno, entonces ¿Qué les parecen mis nuevos muebles?
-Yo creo que ya era hora -sonrió Brenda.
-Yo también. Estaba harta de ahorrar...
-¡Ja! -replicó Florencia.
-No seas así...
-No, bueno, tienes razón. Y la verdad, ahora que lo pienso, te hacían falta esos cojines. Esto estaba como vacío sin cojines.
Paula podría haberla abrazado.
Una hora después, las cuatro estaban sentadas en los sofás. Repletas. Paula tenía los pies sobre la mesa.
-Bueno, chicas, lo he pasado muy bien, pero es hora de volver a trabajar -sonrió Pedro-. Mi jefa es una negrera.
-Gracias, Pedro -dijeron las tres chicas.
-La pasta estaba de cine -sonrió Brenda.
Él hizo un saludo militar y salió al jardín para seguir desbrozando.
-He oído rumores de que cenaron juntos el sábado por la noche -dijo Florencia en cuanto se quedaron solas.
Paula se puso colorada.
-Bueno, en realidad, fue una casualidad. Yo estaba cenando en el pub y Pedro apareció...
-¡Te has acostado con él!
-¿Qué? No, de eso nada.
-Pues entonces lo has besado.
-No. Qué va.
-¡Yo lo sé, yo lo sé! ¡Se ha enamorado de él! -exclamó Laura.
-¿Quieren callarse, por favor? Las va a oír -replicó Paula, angustiada.
-Oh, no, es verdad, te has enamorado -suspiró Florencia.
-¿Estás loca por el macizo? -rió Laura.
-Pero si lo acabas de conocer...
-¿Cuánto tiempo tardaste tú en enamorarte del padre de tus gemelas? - replicó Paula, indignada-. Además, yo no he dicho que esté enamorada.
-Pero lo estás.
-Me gusta... bueno, me gusta mucho. Sí, bueno, de acuerdo, estoy loca por él. Eso no me convierte en una demente, ¿No? ¿O sí? Laura, ¿Tú qué piensas?
-Yo creo que está buenísimo.
-Muy bien, genial. ¿Brenda?
-Lo que nosotras pensemos no tiene la menor importancia, Pau. Estamos aquí para ayudarte, no para juzgarte.
-Tremendo. Una gran ayuda. Gracias.
-Pero esto no puede ser. ¿Y Fernando? -gritó Florencia.
-¿Qué pasa con Fernando?
-Pues... que este hombre no se parece nada a Fernando. Es... sudoroso.
Paula soltó una carcajada. De todas las cosas que podía haber dicho de Pedro, ¿Sólo se le ocurría eso?
-Fernando también podía ser sudoroso, Flor. Pero él no sudaba de una forma tan espectacular como Pedro.
-Sé que Fernando se portó de manera imperdonable contigo, cariño. Pero él es... otra cosa. Es cosmopolita, sofisticado. Él entiende los círculos en los que tú te mueves. Y tú sabías cómo era cuando te casaste.
-¿Yo sabía cómo era? ¿Qué quieres decir con eso?
-Nada, no quiere decir nada -intervino Brenda-. Fernando no es hombre para tí, cariño.
-Lo sé, lo sé. Tanta madurez, tanta seriedad. Me frustraba. Yo a veces me enfadaba, me irritaba por algo y él no decía una sola palabra. Nunca me pareció sano que se lo guardase todo dentro.
No hay comentarios:
Publicar un comentario