–Cuidado, te estás manchando de harina –dijo él entonces, para romper la tensión.
–No pasa nada.
Charlando y riendo, prepararon la masa para las dos galletas, le dieron forma y las metieron en el horno.
–Muy bien. Ahora podemos ponernos a trabajar… Pero te has manchado el jersey de harina.
Paula bajó la mirada. La tensión que había entre ellos aumentaba por momentos. Muy bien, si él intentaba limpiar esa mancha de harina, estaban perdidos. Afortunadamente, no lo hizo. Una vez sentados, Pedro sacó unos papeles del maletín.
–Esto es lo que pagamos por la casa.
–Pues me parece una ganga –murmuró ella.
–Ése es mi trabajo, encontrar gangas. Yo busco lo que todos los demás se pierden.
–Otros vieron el trabajo y el dinero que habría que invertir. Tú viste el resultado.
–Exactamente. Y éste es mi presupuesto para la reforma.
Paula tragó saliva.
–Es muchísimo dinero, Pedro. Y yo hace años que no hago nada de esto…
–Pero puedes hacerlo.
–¿Cómo lo sabes?
–Lo veo en tu cara.
De nuevo, Paula tuvo que controlar el deseo de echarse a llorar. ¿Por qué le hacía eso? ¿Por qué veía en ella cosas como belleza y talento cuando nadie las había visto en tanto tiempo? ¿Y por qué que Pedro Alfonso creyese en ella hacía que ella creyera en sí misma?
–Yo creo que podríamos vender la casa por esta cantidad… después de las reformas.
–La carrera de mi hija está a salvo contigo, ¿No?
–Bueno, hay muchas variables entre esta estimación y la realidad. Pero tiene que estar por ahí.
Paula se dió cuenta de que ella era también una variable. Pedro la veía como una mujer preciosa y capaz de llevar a cabo ese trabajo, pero ¿Y si no lo era? De repente, sintió miedo de fracasar. Pero entonces pensó que la casa también era muy bella y que necesitaba a la persona adecuada para descubrir toda su gloria. Y esa persona era ella. Sus dudas desaparecieron mientras estudiaban los presupuestos de los contratistas. Era una tarea emocionante… Pero en ese momento sonó el timbre del horno.
–Te dejo todos estos papeles para que eches un vistazo… No, siéntate. Yo las sacaré del horno. La presentación es esencial en los negocios.
Casas antiguas o galletas, aquel hombre sabía cómo hacer las cosas. Pedro encontró una bandeja y colocó las dos galletas. La de él, bastante deforme, la de ella, perfectamente redonda.
–Prueba la mía. A ver qué te parece.
–A ver… no está mal –sonrió Paula, después de dar un mordisco.
–Y ahora, veamos la tuya… no sé, a mí no me gusta del todo. Demasiado perfecta.
Paula probó su redonda galleta.
–Tienes razón. La galleta número uno es la ganadora.
Y luego se comieron las dos mientras hablaban del presupuesto para la casa O’Brian.
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