jueves, 15 de octubre de 2020

Promesa: Capítulo 1

 Al principio pensó que no estaba. Paula Chaves, de rodillas sobre la hierba de su jardín, ajustó los prismáticos y siguió buscando. La hierba, a mediados de septiembre y al amanecer, estaba cubierta de escarcha, pero apenas se daba cuenta del frío que penetraba su pijama. Al otro lado del río, Calgary empezaba a despertar a la vida, los faros de los coches, como perlas, reflejándose en el agua. Increíble que la hubiera visto allí, en el corazón de la ciudad. Había sido un regalo, pensó, resignada, y seguramente uno que no se repetiría jamás. Empezó a sentir frío entonces. Había encendido la cafetera y el aroma a café parecía llamarla para que volviera a la casita a la que se había mudado sólo tres días antes. Intentó incorporarse, haciendo un gesto de dolor y… se quedó helada. La vió, su fantasmal silueta haciéndose real de repente. Se quedó sin aliento al ver que el amanecer convertía las plumas blancas en plata. Una garza real. Lo había leído todo sobre ellas el día anterior, cuando la vió por primera vez. Era una de las aves más raras en América y una de las más altas. Sus alas medían casi tres metros de lado a lado. La mayoría de la gente no vería un animal así en toda su vida, y ella lo tomó como una señal de que había tomado la decisión correcta al comprar la casa. Sus rodillas protestaron cuando se levantó del suelo para verla mejor. Intentaba no hacer ruido, pero la garza se volvió hacia ella, su cara roja mirando directamente los prismáticos, el amarillo de sus ojos desafiante. Lanzando un grito, estiró las alas, con puntitos negros en los bordes, y comprobó lo magníficas que eran. 


Luego se elevó hacia el cielo, llena de fuerza y gracia. Podía oír el ruido de sus alas moviéndose mientras la garza volaba hacia la libertad… «Qué pensamientos tan raros», se dijo. ¿De dónde salían? Ella siempre se había considerado una persona pragmática. Aunque, se recordó a sí misma, una persona pragmática no habría comprado la destartalada casa que ahora era su hogar. Paula siguió mirando al animal a través de los prismáticos hasta que desapareció. Y entonces se dio cuenta del milagro. Se sentía feliz. La felicidad había entrado en su vida sin hacer ruido, como la luz del amanecer que alejaba la oscuridad. Contempló el sentimiento por un segundo… sólo trece meses antes su mundo se había puesto patas arriba. Todo aquello en lo que había creído se hizo pedazos, como golpeado por un tifón. Recordaba aquel día negro, negro. «Nunca volveré a ser feliz». Y, sin embargo… Ver a aquella garza tan cerca de su casa, como si hubiera ido a visitarla, la hacía pensar en una vida llena de esperanza. Una vida llena de pequeñas sorpresas, donde la hierba la hiciera sentir cosquillas por el puro placer de estar viva.


Apenas había formado ese pensamiento cuando sintió que se le erizaba el vello de la nuca. Se dió cuenta, antes de oír el carraspeo, de que no estaba sola en el jardín. Ah, bien, se dijo a sí misma, ésa era otra lección. No debería pensar en la posibilidad de ser feliz. Eso era como retar a los dioses… un reto que ellos siempre estaban dispuestos a aceptar. El intruso podría ser un asesino. Eso era lo que le había dicho su hija cuando le contó que había comprado aquella casa, cerca del santuario para aves, en un antiguo vecindario donde las edificaciones se caían a pedazos. «¿Estás loca, mamá? Te matarán mientras duermes», le había dicho Valentina. Como si las calles del barrio estuvieran llenas de cadáveres. Aunque, por supuesto, algunos vecinos con el pelo largo, tatuajes y pit bulls le habían dado que pensar. En fin, se dijo, si su hija había tenido razón sobre los asesinos, al menos no la matarían mientras dormía. ¡Pero sí mientras estaba en pijama! Con el corazón acelerado, ridículamente avergonzada por el pijama rosa, se estiró como si no tuviera una sola preocupación en el mundo, ya que estaba segura de que el elemento criminal podía oler el miedo, y se volvió para mirarlo a la cara. Y su corazón se detuvo durante una décima de segundo. Un asesino, pensó, habría sido mucho más fácil de manejar. Entonces empezó a preocuparse de que la humedad hubiera empapado el pijama y sus pechos hicieran algo indecente. Por el frío, no por él. 

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